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Paz y Ciencia

domingo, 1 de junio de 2008

La Niña de los Sueños XXIX

¡Qué bonito resultaba escuchar el choque de las gotas de lluvia en el cristal! Un día gris para ahuyentar la soledad. Allí estaba nuestra entrañable niña, sentada, tocando el piano, por momentos paraba y frente al ventanal contemplaba ese día tan misterioso. La misma conclusión a la que había llegado tiempo atrás venía de nuevo a su mente, una y otra vez. Tenía todas las facilidades, podía jugar, estudiar lo que quisiera, podía divertirse, conocer condes, duques y barones, conocer mundo, aprender música, teología o física. El mundo se abría ante ella, curiosamente, esta desdichada muchacha carecía de algo, su "Élan vital" le había llevado a explorar su mundo y a conocer de primera mano la vida de sus vecinos, tan cercanos y tan distintos. Era una época dura para la mujer. Las mujeres artistas eran pocas, tildadas de locas, una profesión de baja estatura. Ella no sabía dedicarse a otra cosa que no fuera reparar día tras día ese huequecito en su identidad, esa muesca. La pérdida real o imaginada dibujaba en ella un angosto túnel que atravesaba su corazón. Las piezas musicales, la escritura y el dibujo, así como sus puestas en escena clandestinas eran un juego que daban más sentido a su vida. Feliz por instantes siguió en ese ambiente externo tan compatible con su interior, cierta melancolía, nostalgia, morriña por la búsqueda de algo perdido en el interior. Un proceso que había creado tal tumulto en el gobierno y la ciudad que parecía poseer una energía digna de encomio. Se trataba de una obra global de transformación, un gesto espontáneo dedicado a mostrar trocitos de ella en toda su pureza, sin el disfraz que tanto le costaba ponerse. Un día hermoso para tocar, para pensar y componer.

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