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Paz y Ciencia

domingo, 13 de julio de 2008

La Niña de los Sueños XXIV

Era un buen día para subir a lo alto de esa fortificación de madera vieja y desvencijada. Los días habían transcurrido calmados, sin sobresaltos, tan sólo con la resonancia y reverberación de sus recuerdos e impresiones, lo cual ya resultaba un acicate suficiente para emprender una acción que resultaba reparadora por si misma. Mientras tanto había buceado, como de costumbre en sus cosillas, dejándose llevar a través de los ensueños, dibujando, componiendo y tocando la música que indicaba su alma desolada por un denostado e incomprendido mundo real. Lo alternativo era posible, o al menos así lo vivía, enfadándose muchísimo cuando no era reconocido en sus firmes convicciones, por tanto solía vivir en los momentos de reunión social, esto es, comidas, banquetes y ceremonias como homenajes y fiestas ostentosas como un pato del lago en medio del camino empedrado, sin rumbo ni lugar, desubicada.
Solía dar visiones diferentes de estos encuentros, ofrecer miradas simples y parsimoniosas de los distinguidos caballeros que iban a cortejarla, también es cierto que tendía a repeler a estos señores que, ella pensaba, la embadurnaban de todo lujo de piropos por ser aquella dulce princesa de Palacio, mucho antes de conocer quien era, dentro de ella. Pero esto era parte del teatro privado de su vida que convertía su relación con el mundo en un universo mágico de control mental ligado a su microcosmos, teñido por tanto de una esfera de conexiones emocionales y afectos a menudo intensos que solían poner tildes a los discursos enlazados con los otros, dejando, la mayor parte de los veces a los demás en mal lugar. Y así su vida se situaba en u plano algo etéreo donde el resto estaba denostado y ella casi casi, supeditada al imperio de su fuero interno, descontrolada aun pensando que quizás no fuera así, estaba echa un lío. En momentos de fugaz lucidez, que eran frecuentes pero no demasiado aceptados por motivos que no entraremos ahora, se echaba las manos a la cara, tapándose los ojos y hacía un amago de llanto, esos eran los instantes en los que sus ojos brillaban y parecían humedecerse, sus hermanos solían preocuparse aunque su humor un tanto rudo e hiperandrógino solía hacer reaccionar a la Niña un gesto de reafirmación hacia esa impostura de enrocamiento. Prefería encerrarse en su cuarto por si alguien, alguna vez y como por arte de magia pudiera entender el mensaje, puede que así empezara tiempo atrás la metamorfosis de una Princesa en Heroína de cuento.

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