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Paz y Ciencia

sábado, 13 de septiembre de 2008

La Niña de los Sueños XXXVI

La muchacha jugaba con la pluma en su escritorio, apoyada en la silla dejándose llevar al borde de caer de espaldas. En ese filo un hilillo de calor recorría su columna hasta la base del cráneo, allí una ola de calorcito se disipaba por la cabeza proporcionándole una estimulante sensación de placer.
En ese momento irrumpió la Institutriz, con signos evidentes de preocupación y le instó a vestirse y bajar a la sala de reuniones, su padre quería hablar por motivo de una visita.
La muchacha dejó la pluma, sus garabatos, sus escritos y su rico mundo de ideas, aquél que atrapaba y le encerraba en un armado discurso de hermetismo y estrictos contactos con el mundo exterior. Un mundo, como ya sabemos por ella, poco atractivo, cuyo sistema inmunológico se veía finamente sensibilizado a las cuitas dadas por los ceremoniales del exterior.
Y bajó un tanto despeinada, empleando la pluma como recoge-pelo, le parecía divertido, esas ligeras locuras privadas eran las que le hacían verse y verla como una majadera. Pobrecita, pobrecita.
Cuando bajó se dio cuenta que el espectáculo no era nada alentador, un tipo huesudo, bajito y desdentado portaba en su mano un puñado de monedas de oro que debían corresponder a esa dichosa recompensa prometida por su padre para desenmascarar al “vil y maleante personaje que ataca nuestro statu quo”. Sobrecogedora imagen que le paralizó y convirtió la sensación de la silla en equilibrio por otra de dimensiones muy distintas.
El bajito desdentado y harapiento le señaló y dijo: Es ella la enmascarada

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