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Paz y Ciencia

jueves, 13 de noviembre de 2008

La Niña de los Sueños XLII


Y apareció entre el gentío del mercado. Con sus botas de montar a caballo y un vestido que pidió prestado a las del piso de abajo. Estaba un poco despeinada, excitada y su olfato parecía alarmarle de una nueva situación, acaso peligrosa.
Era una mujer en proyecto pero su cuerpo cuidado con esmero en Palacio con bálsamos y ungüentos de gran calidad, así como su descanso y vida contemplativa hacían de ella una especie extinguida en ese ambiente. El niño estaba leyendo apoyado en la farola. Le cogió de la mano y el muchacho dejó deslizarse el libro hasta el suelo. Le miró con susto y acto seguido sonrió, parecía muy divertido de esa escena. Una Princesa en ese lugar maloliente. Así que se dejó llevar por el ímpetu de la muchacha, se levantó de su asiento improvisado y le pidió algo de comer a la niña.
La niña cambió su semblante, eso no estaba en sus planes, no obstante tenía alguna moneda en un saquito de cuero muy lindo con un sello real. Le preguntó al muchacho dónde ir a comer algo y allá se dirigieron.
El muchacho no era amigo de lugares de gran alcurnia, así que fue a una taberna a pedir unas patatas y una cerveza. Era pobre pero no tonto le explicaba a la princesa.
Y entretenidos siguieron jugando a comer, beber cerveza y contarse historias de sus perimundos e inframundos. La hora les permitía comer solos en la taberna, había cerca del tabernero algún borracho que había pasado mala noche por lo demás el silencio coloreado del bullicio juvenil. El tabernero les sacó más comida, ésta la pagaba la casa. Tener a una princesa en ese lugar merecía un poco de atenciones extra.
La vida les proporcionó unos momentos muy ricos, no tanto por las patatas y la carne sino por poder estar juntos, tranquilos, divertidos y sin tener que esconderse. El niño tenía algo de miedo sobre qué es lo que podía pasarle si le descrubrían los señores del castillo con la princesa. La niña procuró tranquilizarle aunque el muchacho sólo repetía lo que había oído entre la gente del mercado en tantas y tantas veces de soledad acompañada.
La muchacha se acercó juguetona a la mejilla del niño, asustado se sonrojó, menudos pensaba el tabernero, la muchacha dispuso sus labios en "O" sobre el moflete del niño y dejó que su piel suavecita y algo sucia se deslizara por los húmedos labios.

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