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Paz y Ciencia

viernes, 31 de octubre de 2008

El Cuerpo

Puede pensarse, sin llamativo error, que quizá el cuerpo sea el concepto, la experiencia o la materialidad más importante de la cuestión melancólica. En torno a él se dispone cuanto sabemos y desconocemos de la melancolía: es la fuente de tristeza tanto como su aposento, es la biblioteca, la cátedra, su lengua misma.
El cuerpo remite a dos extremos, a lo somático, que es lo mudo, lo orgánico, lo pulsional, y también nos envía a la carne, al anhelo, al lenguaje, a la escritura del deseo entre los pliegues y signos del cuerpo. Por un lado, la tristeza mana del cuerpo como si viniese de la tierra misma, pero, por otro, proviene del aire, de los soplidos de la palabra, del susurro de la carne.
Fernando Colina.

Libros recomendados:
Historia de la locura de M. Foucault.
La Depresión y el cuerpo. Alexander Lowen.
Teatros del cuerpo. Joyce McDougall
Escritos Psicóticos. Fernando Colina.
Winnicott, D. (1964). Elementos positivos y negativos en la Enfermedad Psicosomática, en Exploraciones Psicoanalíticas I. Paidós. Buenos Aires 1993
Winnicott, D. (1949).La mente y su relación con el psiquesoma en Pediatría y psicoanálisis. Laia Barcelona. 1978.

Para descargar libros en formato digital, con permiso de las editoriales, tomen nota:
http://www.portalplanetasedna.com.ar/psicologia1.htm

jueves, 30 de octubre de 2008


No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, sino que apura el recurso hacedero.
El Universo de las lamentaciones puede ser un universo destructivo, en cuanto éstas alejen de la realidad al lamentado. Por ello, entrar en luchas cruentas supone más odio que la indiferencia, más inseguridad que la disputa verbal, menos seguridad que un suspiro. La lejanía de la protección puede resultar una quimera cuando hablamos de sujetos sin confianza en sí mismos, apuntalados por la aprobación del otro. Pobres de identidad, sin coraje ni voluntad. Dejados en manos de otros, que quizás puedan errar en su sostén, perdidos en la marea. Huérfanos de afecto, viendo enemigos y ataques por doquier. No se puede pasar desapercibido ante tal profusión de lamento, asco, ira, rabia y venganza. El afecto no es suficiente, no lo será, el daño está hecho, sólo queda esperar que la providencia del espacio tiempo proponga nuevas formas de vinculación en esa absurda realidad, sin raíces ni esperanza, con el amor de sí mismo, acaso volátil, insignificante y vacío de contenido. Como la propia esencia del sufriente que hace sufrir, sin conciencia, sin fe, sin confianza. Cual descarga de NAPALM, con ese olor a quemado cerca de ti. Mirarás a tus espaldas, olerás y verás de reojo, pero nunca, jamás esa no-presencia desaparecerá. El fin de esa pesadilla no depende de aquél, acaso de ti, pero mucho habrás de sufrir subiendo esa rocosa montaña como lo hiciera Sísifo, en La Odisea, en la obra de Camus, allá perdido en la letanía, navegarás intentando desenmarañar el bosquejo de tu alma, anclada a una realidad que no es. Para qué continuar semejante camino cuando existen otras formas, y sin embargo, prosigues con tenacidad adherido a esa parte que te mantiene al margen de la vida. Predicando una verdad que sólo existe en un poco de aliento, qué sería de ti sin montañas, sin piedras y pesadillas, estás muerto y algo dice dentro que quiere despertar, levantarse y abrir los ojos. Da una oportunidad al canto célebre de tu alma y oye al corazón abrirse hacia el infinito oceánico, el final de la tragedia está cerca.

Sisyphus, por Tiziano, 1549.

miércoles, 29 de octubre de 2008

La Niña de los Sueños XL


La Princesa descansaba ora con placidez ora con desencanto. La vida le parecía un poco tomadura de pelo, sin embargo parecía darse cuenta de detalles que antes había dejado alimentar por su potente imaginación, se levantó, miró a la ventana y vio algún vecino del pueblo con antifaz, con instrumentos musicales y algo de alagarabía. Le dívertía ver aquello.
Bajó a reponer algo de fuerzas, besó a la Institutriz y subió de nuevo a su cama, allí siguió el tercer día de su reflexiva existencia después de quitarse la máscara. Qué terrible resultaba quitarse de encima ese vestido mágico de noches de luna. ¡Y el muchacho? Un escalofrío recorrió su cuerpo y se mordió los labios, dentro de ella estaban dándose una serie de cambios desconcertantes. Cerró los ojos, prefería ver hacia dentro y obviar lo que la realidad podía indicarle, de momento no estaba preparada. Zzzzzzzzzzzzz...

Psicopatología Vincular

PSICOPATOLOGÍA VINCULAR (Compilado por Diana Hold).

Hernán Kesselman
en: Clínica y análisis grupal (Revista de psicoterapia y psicología social aplicada. Año 2 número 4 May/Jun 1.977)

ESQUEMA Y RECORTES:

Esquema Conceptual Referencial Operativo E.C.R.O.

Pichón-Riviere

• Conceptos fundamentales:

1.- La psicología y la psicopatología son vinculares.
Formas de vinculación del sujeto consigo mismo y con el mundo.
En el vínculo terapeútico, el terapeuta también aporta su propia psicopatología en la creación de un vínculo terapeútico con el paciente. Es la trasferencia (neurosis, psicopatía o psicosis de trasferencia) que intenta resolverse en el proceso terapeútico.

2.- La psicopatología es dinámica.

• Áreas de conducta: formas de comprensión y expresión.
a) Reresentaciones mentales.
b) Área del cuerpo.
c) Relaciones interpersonales.
• Ámbitos:
a) Psicosocial: Relación del sujeto con su mundo interno.
b) Sociodinámico: Relación con el grupo familiar con otras figuras primarias.
c) Institucionales: Relaciones en el trabajo, comunidad, educación...

3.- Nosografía convergente.
La fenomenología (síntomas y signos) es explicada por el tipo de relación objetal.
La base es la estructura de personalidad o configuración de núcleos psicóticos: Confusional/Esquizofrénico/Melacólico.
La superficie es la supraestructura o cuadros clínicos defensivos (neurosis y psicopatías).
La ubicación de los obetos es inconsciente:
- Confusional: localización indiscriminada.
- Esquizofrénico: lo bueno está en el interior.
- Melancólico: lo malo está en el interior.

• Desarrollo del esquema:

PERSONALIDAD CONDUCTA CUADROS CLÍNICOS
Áreas de predominio

(3) RELACIONES PSICOPATÍA PSICOPATÍA PSICOPATÍA
INTERPERSONALES (Esquizoide) AMBIGUA DEPESIVA
(Confusional) (Caractereopatía
SUPER melancólica)
ESTRUCTURA
DEFENSAS (2) CUERPO SOMATIZACIONES SOMATIZACIONES SOMATIZACIÓN
NEURÓTICAS Y FÓBICAS CONFUSIONALES (Histeria de conversión)
PSICOPÁTICAS
(1) MENTE NEUROSIS PERSONALIDAD NEUROSIS OBSESIVA
FÓBICAS DISTRAÍDA NEUROSIS HIPOCONDRÍACA

O.M. O.B.
OBJETOS OBJETOS OBJETOS
ESTRUCTURA BUENOS CONFUSOS MALOS
NÚCLEOS PSICÓTICOS
DE BASE NÚCLEO NÚCLEO NÚCLEO
ESQUIZOFRÉNICO CONFUSIONAL MELANCÓLICO
(Psicosis (Psicosis (Psicosis
esquizofrénica) confusional) melancólica o
maníaco-depresiva)


1.- Estructura básica:
Según Pichón-Riviere existe un núcleo central patogénico. Se trata del duelo vital no elaborado. También Mahler, Bion, Bleger.
• Núcleo Confusional: bizarro, glizhrocánico, epileptoide.
Cuando existe una relación de objeto no discriminada=no hay diferencia entre:
- yo/ no yo;
- interno/externo
- objeto persecutorio/objeto protector;
- bueno/malo.
Se produce Ansiedad catastrófica o confusional.
La conducta es de parálisis o hiperkinética.
Es el más regresivo por ser el primero en el desarrollo
Clínica: Discriminación entre los objetos buenos y los objetos malos es el primer paso para reestructurar la conciencia y la personalidad.
• Núcleo Esquizofrénico:
Los objetos buenos se hallan dentro y los malos fuera.
Hay desapego por el exterior: Negativismo (oposición activa) y Delirios persecutorios (paranoide). Anula la realidad externa apelando a la indiferencia.
La conducta es autística o de recogimiento dentro de sí mismo.
• Núcleo Melancólico:
Los objetos buenos están fuera y los malos dentro.
Hay docilidad hacia el exterior y desconfianza en todo lo que venga del interior (llega casi a la obsesión).
Narcisismo positivo: en el empeño de salvaguardar los objetos idealmente buenos los internaliza (Autismo esquizofrénico).
Narcisimo negativo: se controla el predominio de los objetos idealmente malos que están internalizados (Autismo melancólico).
Aparecen sentimientos de tristeza, vacio vital, autorreproches y baja autoestima.
[Manía= mecanismo de defensa básico del melancólico. Consiste en la negación del malestar. Voracidad por atesorar objetos idealmente buenos. No tiempo para pensar. No puede mantenerse.]


Son Psicosis Fundamentales a las que todo sujeto puede regresar si no se tiene defensas en las áreas 1-2-3 (Representaciones mentales-Área del cuerpo-Relaciones interpersonales).
Las Superestructuras son Neuróticas y Psicopáticas.
- Criterio de curación: movilizar los núcleos de predominio:
(Esq.) Autocrítica lúcida y sentimientos depresivos.
(Mel.) Sacar la agresividad hacia fuera.
(Con.) Relaciones amables y persecutorias bien definidos.
- Diagnóstico de predominancia: en founción de los síntomas y los signos superestructurales de neurosis o psicopatía (la psicosis de base se infiere por la neurosis o la psicopatía).

* Schilder, Bleger y Pichón-Riviere:
Núcleo Psicótico produce: aumento de Ansiedad que genera un movimiento defensivo:
- Área 1 (Rep.mentales)Obsesión--Neurosis
- Área 2 (Área del cuerpo)Histeria--Neurosis
- Área 3 (Interpersonal)--------------Psicopatía

2.- Superestructura:

Área 1: Representaciones mentales e Ideas.

a)Ansiedad Confusional produce defensa: Personalidad Distraída. No fija la atención, no concentración.

b)Ansiedad Esquizofrénica produce defensa: Fobia o Histeria de angustia. El objeto malo es identificable y produce pánico. La convicción nace del interior y es incuestionable.
"Mecanismos esquizoides subyacentes a las fobia" H.Segal

c)Ansiedad Melancólica produce defensa: Conducta obsesiva y Conducta Hipocondríaca.
- Obsesión: enorme desconfianza de lo propio. Duda sistemática, vacilación ambivalente insoportable.
Aparecen conductas de limpieza de la impureza básica y verificación contínua por no confiar en la propia bondad.
- Hipocondría: desconfianza en el propio cuerpo. Acude al médico para controloar lo malo que tiene dentro.

Área 2:Comprensión y expresión corporal de la conducta.
Es el cuerpo el que predominantemente expresa la defensa contra las ansiedades de base=Somatizaciones.

a)Ansiedad Confusional produce defensa: Somatizaciones Confusionales.
Ej. Neoformaciones, crecimientos anárquicos, procesos degenerativos y tumorales (mezcla lo bueno y lo malo-psicosis celular).
b)Ansiedad Esquizofrénica produce defensa: Reacciones alérgicas o fobias de contacto.
Somatizaciones fóbicas: piel y mucosas (contacto con el exterior) donde se combate con lo malo del exterior.
- Evitación: no contacto.
- Contrafobia: breve contacto.
c)Ansiedad Melancólica produce defensa: Histeria de conversión.
El cuerpo es la residencia del objeto omnipotentemente malo (se le puede castigar, atacar, controlar o paralizar).Los impulsos agresivos o eróticos son censurables (son objeto malo) y su energía es convertida en síntomas que se diigen al exterior en busca de estima (cardíaco, repsiratorio..) pero también son castigo.
Las conductas son de seducción y luego rechazo, teatrales y no auténticas. Produce agresión reactiva del otro. El histérico se vincula con el medio a través de su cuerpo (estimula y frustra).

Área 3:Relaciones interpersonales
Dinámica: depositación proyectada de las fantasías inconscientes en las personas objeeto del vículo para hacerlas actuar por medio de las propias actuaciones=Conductas psicopáticas.
Hacer sufrir a los demás, hacer enloquecer a los demás más que a ellos mismos (Schneider).

a)Ansiedad Confusional produce defensa: Psicopatía ambigua o confusional.
Existe lucidez de razonamiento y conciencia. La confusión mental es depositada en el que observa o es sujeto apsivo. Éste carga con la confusión y los malestares físicos (etención con la contratrasferencia).
-Actuación: intento de discriminación (explosiones violentas, dregoas, alcohol...).
Son catalogados como raros, extraños, insólitos, imprevisibles.

b)Ansiedad esquizofrénica produce defensa: Personalidad psicopática (propiamente).
Psicópata=maneja las relaciones en su favor y en perjuicio del otro. Son frios y encantadores.
Los autismos expansivos son diferentes a lo maníaco.
Ausencia de culpa. Narcisismo positivo.

c)Ansiedad melancólica produce defensa: Psicopatía depresiva, caracteopatía o neurosis de carácter.
En el vículo manejan las situaciones y acaban en perjuicio propio.
Fondo culposo y con capacidad de autocrítica. No capacidad de insight.


CLÍNICA:
- Terapeuta:
Escenas temidas: donde resuena su propia psicopatía.
El vínculo con el paciente se establece a través de los núcleos psicóticos de ambos.
Si el terapeuta puede enfermarse, también es cierto que puede curarse trabajando.

- Evaluación de la terapia:
1.- Dinamismo de los núcleos. La alternancia es saludable.
2.- Mismo núcleo de predominio pero alternancia en las defensas (superestructuras) neuróticas o psicopáticas.

domingo, 26 de octubre de 2008

La Niña de los Sueños XXXIX

La muchacha ligeramente turbada por los últimos sucesos descansaba plácidamente. El murmullo del gentío llegaba a Palacio, un clamor que al principio le reconfortaba de su dolor pertinaz, quizás de haber mostrado su rostro sin pinturas ni polvos a su padre, tal cual era dentro de sí. La respuesta de éste le conmovió.
Pues bien, lo que fueron al principio el presagio de una revolución que solicitaba a su doncella privilegiada el retornar entre la muchedumbre contra la hambruna se fue tornando en una molesta culpa, cargada de recuerdos y tras estos el poso prolongado de los afectos que habían quedado silentes fruto de la negación de una realidad tormentosa. Y por instante su corazón y su cabeza, parecieron unirse en una señal de duelo y reparación que se hacía cargo de lo vivido de una forma intensa, allí en la cama, inmóvil sólo escuchaba el ruido del exterior. En ocasiones la Institutriz entraba por encargo de su padre para ofrecerle alimentos y cuidados. Todo eso era rechazado, no quería a nadie, no necesitaba a nadie. El motivo de esa efímera existencia sobre esa enorme cama dispuesta para el bienestar de la Princesa era poder soñar por fin lo que sería su futuro, libre de ataduras, de antifaz, de escapadas nocturnas furtivas. Pero, ¿qué sería de ella tal cual era?, sin tapujos, sin corazas, tenía miedo, aterrorizada sudaba de nuevo y el corazón volvía a molestarle. Siguió escuchando fuera, atendiendo a lo de dentro de sí, pensando en el pasado, en el presente y en el futuro y en la posibilidad cada vez menos remota de que ese anhelo, por fin, pueda acercarse a su realidad y a la de su amado muchacho.
Al atardecer tras dar un sorbo de la sopa preparada en el piso de abajo durmió plácidamente, durante muchas horas. Durante el sueño las antorchas rodearon Palacio, su gente, el pueblo le protegía, algunos se animaron a cantar y tocar instrumentos. Ella permaneció muda y ajena a lo que pasaba a su alrededor, dormida, dando de comer a su inconsciente.

PsicoterapiaS

"Se me pregunta muchas veces sobre mi método psicoterapéutico o analítico. No puedo dar sobre esta cuestión una respuesta terminante. La terapéutica es en cada caso distinta. Si un médico me dice que "sigue" estrictamente tal o cual "método", dudo del efecto terapéutico. (...) La psicoterapia y los análisis son tan distintos como los mismos individuos."

Carl G. Jung

“Me aterra pensar cuántos profundos cambios impedí o demoré en pacientes de cierta categoría de clasificación debido a mi necesidad personal de interpretar. Si sabemos esperar, el paciente llega a una comprensión en forma creadora y con inmenso júbilo, y ahora disfruto de ese alborozo más de que solía gozar con el sentimiento de haber sido penetrante."

Donald Woods Winnicott

sábado, 25 de octubre de 2008

ENTRE VYGOTSKY Y WINNICOTT



De manera resumida, presentamos en este cuadro las características principales de ambos conceptos y de lo que damos en llamar la zona de transición entre ambos.

Tanto Vygotsky como Winnicott tienen una visión esencialmente social del desarrollo del niño. Para ambos, los procesos mentales internos son el resultado de un apropiamiento por parte del infante de algo que está primero en la relación con el adulto. Dicho de otra manera, un sujeto se hace tal en la relación con otro (más capaz) o, también, el individuo no se socializa, al contrario, es desde su primaria inmersión en lo social que le es posible individualizarse.

Esta visión social del desarrollo es aplicable tal cual a la intervención psicológica, esto es: las posibilidades de crecimiento psicológico o de curación van más allá del potencial individual del paciente, dependen de las posibilidades de diálogo entre el paciente y su terapeuta. Aludimos directamente a la zona de desarrollo próximo y a los fenómenos transicionales.

Ambas nociones pueden constituirse en una potente vacuna contra los diagnósticos de patología infantil que, apoyados ingenuamente en el sustrato biológico del sujeto, no toman en cuenta la inclusión del niño en su contexto familiar, social y cultural. [10] Estos diagnósticos, planteamos, corren el peligro de reificar a un ser que se encuentra constitutivamente en un periodo de cambio continuo, cambio que incluye indisolublemente para su producción a los seres humanos que lo rodean, incluyendo al psicólogo/terapeuta que trata al niño.

Y es que, desde esta perspectiva, en la práctica no puede entenderse ni la evaluación psicológica ni la intervención sin contar con “el otro”. Dicho de otro modo: para poder entender -o incluso medir- los procesos individuales de aprendizaje o los de cambio que se producen en una psicoterapia es necesario contemplar la relación de, al menos, dos sujetos que se comunican.

El espacio estable que en común dispusimos los autores para el estudio de estas cuestiones nos ha traído hasta aquí.

Un compañero nos hacía ver cómo este espacio fue trasladándose de la consulta de uno hacia la del otro. Evocamos aquí a Bajtin/Voloshinov y su teoría/práctica de la alteridad. Con la distancia que de ellos nos separa, reconocemos en nosotros la imposibilidad de determinar qué escribió cada cual y qué fue de qué parte a qué otra. En palabras de Bajtin (1988) ¿o Voloshinov?:

El principio interior de la unidad es inútil al relato biográfico… el yo-para-mi no podría contar nada; sino que… la posición de valor del otro, necesaria para la biografía, es la más cercana a mí, y yo soy convocado directamente en ella a través de los héroes de mi vida, los demás, y a través de los que la cuentan.

Esta transición continuó con los otros que son los demás integrantes de nuestro equipo de trabajo y ahora, haciendo que en este momento el resultado ya no sea nuestro.

Fragmento extraído de Aperturas.org: http://www.aperturas.org/articulos.php?id=0000540&a=Zona-de-transicion-Entre-Vygotsky-y-Winnicott
Francisco Ramírez y Antonio Castilla.

El indomable Will Hunting

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Princesa Inca nos hace pensar

Abajo, comentario en cursivas de "Princesa Inca" a la entrada: -Poema dedicado al saber PSI-, del que ella es autora. Sintonicen "La Ventana", los jueves de 5 a 6 de la tarde, allí se debaten temas que gravitan en torno al control, el poder, la dominación, la domesticación de la psiquiatría (clásica) y las personas señaladas de "enfermos mentales", expresión incorrecta porque lo psíquico no es una enfermedad. Se llaman trastornos porque no existe equivalencia con la diabetes, por ejemplo, no hay bases fisiopatogénicas. Lo absurdo es buscar a nivel microscópico un problema macroscópico.

Dice así:
"hola soy princesa inca
hoy vi que pusiste mi poemma aquí
quería comentar que yo empezé 19 la carrera de psicologia,la dejé literalmente porque ingresé alos 20 aproximadamente,
ahora he vuelto a renaudarla este año y sinceramente estoy muy preocupada porque veoq ue en mi facultad la tendencia es de encasillar, sacar diagnosticos, elaborar tests, estoy horrorizada que de ver que lo que yo suponía que era la alternativa más human al psiquiatría esta en le mismo rollo que ella de buscar encasillar y buscar fundamentos biologicos...Veo que eres psicologo...que opinas de esto...crees que estoy en lo cierto que por querer ser una ciencia la psicología esta volviendose inhumana???no se...a mí me lo parece...
mi blog...
http://www.laprincesainca.blogspot.com "


La psicología académica enseña los criterios diagnósticos, fundamentos biológicos, estadística, psicología general, procesos básicos, técnicas de modificación de conducta, historia de la psicoterapia... Quizá lo más descorazonador no es el material a estudiar, por ejemplo administrar test, cuestionarios para todo- habitualmente de respuestas cerradas-. La queja que creo entender ya no viene por el material que se supone científico, por ejemplo la desensibilización sistemática o la exposición con prevención de respuesta en una fobia. El problema fundamental es que los psicólogos y psicólogas que salen de las universidades, y aquellos que están conformes con eso que han aprendido, tienen un "arsenal" de técnicas para aplicar a trastornos de personas pero no existen más que los criterios de sentido común para entender profundamente al consultante. ESTO ES LO QUE SE DENUNCIA. La esterilidad de la formación en psicología y psiquiatría y el acercamiento y trato de profesionales (fervientemente académicos). Además de tanta estadística se podía estudiar más sobre las entrevistas, los fenómenos proyectivos, la trasferencia, los puntos ciegos del terapeuta, fundamentos de humildad en el terapeuta, lo que supone el diagnóstico (aludir aquí a la patoplastia-la movilidad de estructuras psíquicas psico(pato)lógicas).
No obstante invito a Princesa Inca a escribir a esta dirección: rcordobasanz@gmail.com si quiere escribir sus impresiones sobre la psicología académica, el drama del diagnóstico invalidante, poemas o lo que apetezca, Asociación libre. Serán subidas a la página con el nombre de una sección que ella prefiera, sugiero "VILLA 21". Atentamente para la Princesa, cordialmente para todos.

jueves, 23 de octubre de 2008

La raíz última de los males sociales: La Soberbia


Y Thomas More diría así: "Ésta (la soberbia) no mide la prosperidad por sus propias ventajas, sino por las desventajas ajenas. Ésta no querría siquiera que la hiciesen diosa como no quedasen miserables a los que mandar e insultar" pág. 206
"Lo que vuelve ávido y rapaz es, en el reino todo de los vivientes, el temor a la privación, o, en el hombre, la sola soberbia que tiene a gloria el sobrepujar a los demás en la ostentación de lo superfluo". pág. 144.
En ambos pasajes añade acto seguido que en Utopía se ha erradicado este vicio de las instituciones o merced a sus instituciones. Hasta aquí: Utopía, Biblioteca Literaria (Akal), Madrid, 1997.
En Introducción al Narcisismo (1914), Freud habla de narcisismo para referirse también a ésto: la envidia de los bienes del otro. Fragmento del tomo XIV de Amorrortu: “El narcisismo, en este sentido, no sería una perversión, sino el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación, de la que justificadamente se atribuye una dosis a todo ser vivo” (pág. 71-72).
“Dos cuestiones que nos ponen en el centro de las dificultades del tema [se refiere al narcisismo]. La primera: ¿Qué relación guarda el narcisismo, de que ahora tratamos, con el autoerotismo, que hemos descrito como estado temprano de la libido?
La segunda: Si admitimos para el yo una investidura primaria con libido, ¿por qué seguiríamos forzados a separar una libido sexual de una energía no sexual de las pulsiones yoicas?
Sobre la primera pregunta, hago notar: Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales; por tanto, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya” (pág. 74).
Por otro lado, en posteriores trabajos, Anna Freud, Margaret Mahler, Melanie Klein, Donald Winnicott, Alexander Lowen y actuales como Juan Manzano y Francisco Palacio Espasa ("La dimensión narcisista de la personalidad") se estudia el narcisismo en su dimensión libidinal y objetal. Uniéndolo al desarrollo evolutivo, donde se parte de un narcisismo primario donde toda la líbido está para dentro y se va vinculando al objeto gradualmente. Para Klein y sus seguidores desde el principio mismo hay relación de objeto y pulsiones de vida y muerte.
En un sentido psico(pato)lógico existe una excesiva polisemia del concepto. Otto Kernberg y Heinz Kohut son los que han estudiado y clasificado mejor dichas estructuras psico(pato)lógicas.
En definitiva, existen muchos significados de narcisismo, estudiar el narcisismo es estudiar la historia de la psicología y de la psiquiatría, y entender el narcisismo de un individuo puede que sea conocer también su historia, sus relaciones, sus síntomas, el concepto de sí mismo (self) y los trastornos cognitivos.
En el texto "La dimensión narcisista de la personalidad", de recomendable lectura, prologado por Jorge L. Tizón, se hace una distinción: el narcisismo persecutorio y el narcisismo maníaco.
Cito piezas de las páginas 74 y 75. Editorial Herder, 2008.
Desde el punto de vista pulsional, constatamos que en el narcisismo persecutorio la agresión y la destructividad hacia sí y hacia el objeto prevalecen sobre el investimiento libidinal, y esto se debe a un temor enorme a la dependencia, así como a la tan amenazadora angustia de abandono que ésta implica. De ello deriva una tendencia a ignorar el objeto con comportamientos agresivos, denigrantes y humillantes. En cambio, en el narcisismo maníaco, la líbido predomina en la catexis de sí y del objeto, lo que suscita una catexis de la actividad fantasmática y de la representación. Las ideas de grandeza y la megalomanía proceden en este caso de la sobrecatexis libidinal de sí identificada con el aspecto idealizado del objeto.
Desde el punto de vista de la relación de objeto, el narcisismo persecutorio se caracteriza por la ignorancia destructiva y/o denigrante; atacar activamente los aspectos del otro percibidos como idealizados es evitar tomar conciencia del lamentable sentimiento de envidia -muy kleiniano-.
En cuanto a la estructura, ambos tipos clínicos presentan una escisión del yo narcisista y del objeto en una parte idealizada y una parte desvalorizada. En el narcisismo persecutorio, la escisión del yo y del objeto es más marcada (menos integración) y los aspectos desvalorizados proyectados y evacuados sobre el objeto son atacados violentamente.
La regulación de la autoestima, deriva esencialmente en el narcisismo persecutorio, de esta identificación con el objeto idealizado-perseguidor y de la denigración activa de los aspectos buenos e idealizados del otro (autarquía); en el narcisismo maníaco, procede de la identificación-fusión con el objeto idealizado, reforzado por la admiración de los otros.
EL funcionamiento cognitivo del narcisismo persecutorio es obstaculizado y empobrecido por el ataque permanente del pensamiento; el del narcisismo maníaco lo es por la "creencia" en la no-diferencia entre sí y el objeto.

Sobre el mito: http://es.wikipedia.org/wiki/Narciso_(mitolog%C3%ADa)
Arriba "Narciso" de Caravaggio. 1595. Palacio Barberini de Roma.

Bajo Presión -También los padres-



Hace unos días publicaba en base a alguna referencia leída en la prensa algo sobre el texto de Carl Honoré: Bajo Presión, editado en RBA. Un link sobre el libro: http://educarc.blogcindario.com/2008/10/02310.html


Hoy voy a exponer brevemente algunas ideas sobre la presión de los padres.
Hablar sobre educación es imposible decía un antiguo, en la práctica resulta efectivamente difícil al menos. "Es complicado ser padre".
"Hay que poner límites"; "Hay que dejar que tomen decisiones". Se escuchan mensajes incoherentes. Ser padre es algo muy complicado. Ávidos de información, los padres abren sus oídos y escuchan los consejos de expertos y atienden al potente sentido común. Ser padre va más allá de eso probablemente. Debería estar premiado, con incentivos económicos y con un apoyo de otro tipo que no existe. Los hijos no son un continente de inversiones sólo, sin duda. El ser padre y madre es una aventura hermosa, dura muchos años, cada vez más, nos acercamos a los 30 años de hijo en el hogar si no se pasa esa edad. Tanto tiempo condicionado por factores económicos, desde luego pero, y las razones humanas, ¿dónde están?

Los padres son personas, tienen conflictos. El problema está en que dichos conflictos cubran al hijo, allí el factor económico poco puede hacer. El amor y sus destinos no se pagan con dinero. Lo fundamental es que los padres no tienen la culpa de lo que pasa en la sociedad pero sí pueden hacer porque su/s hijo/s tengan un apoyo incondicional desde el punto de vista afectivo e instrumental. Si los papás no resuelven (resolvemos) sus problemas corremos el riesgo de que nuestros hijos sean portavoces de lo que han aprendido-vivido y se gasten-inviertan el dinero en un psicólogo, en un psiquiatra, etc. O lo que es peor, vaya a la Seguridad Social (un saludo cariñoso a los profesionales de la SS, a quienes Admiro-tono jocoso-). Lo menos frecuente es que pida ayuda el padre para sí mismo. Esto no debería ser un indicativo de enfermedad necesariamente, de primeras parece un gesto de madurez y humildad, resulta confiable.

Querer controlar, es de lo que se queja el hijo de Carl Honoré, libro que promete ser Best-Seller por hablar de un problema casi epidémico, atravesado por la estructura social y sus intensas palancas. Estoy seguro de que obrar en base a consejos de oídas, sin estar diseñados en base a las características de los hijos resulta poco atinado.

Poner límites y dar afecto son pilares fundamentales sin duda, hay mucha tinta en esa dirección. Lo decisivo es que los niños tengan un entorno seguro, confiable, donde sepan a qué atenerse, qué se espera de ellos (normas, no deseos de los padres) y que haya un marco para crecer en seguridad facilitando que la imagen que tenga el niño de sí mismo pueda ser afable. Mucho tiene que hacer aquí el padre y la madre, es una forma de relación donde hay que imprimir lo mejor de sí mismo. Resulta difícil, puesto que los problemas de los padres pueden acabar proyectados en el hijo. Y esto es lo único que no hay que hacer. Pueden comprar libros y asistir a conferencias pero ése es un problema que sólo pueden solucionar los papás, que aman y anhelan fervientemente lo mejor para su hijo, siempre. Y hay que defender más la paternidad y alejar a ésta de discursos culposos, sin embargo volviendo al principio, como psicoterapeuta, les hago llegar el sentir y padecer del hijo de Carl Honoré y de otros muchos que generación tras generación van "heredando" proyectos truncados personales. Un saludo afectuoso a los padres y a las madres.

martes, 21 de octubre de 2008

Kraepelin, Freud y las Instituciones "Psi"


El objetivo de esta breve exposición sería dejar algo difícil claro. Por lo general los temas relacionados con la psicoterapia, y en particular el psicoanálisis resultan un lenguaje inasequible que se estimula a sí mismo, dejándose aislar en un autismo con respecto a otras miradas de la realidad científica y la praxis.
El psicoanálisis es sin lugar a dudas, desde cualquier punto de vista un método, una teoría y una forma de investigación en salud mental que enriquece la perspicacia del terapeuta. Es imprescindible una sólida formación en estos terrenos para saber entender ciertos fenómenos y poder analizar aspectos profundos, ocultos y tácitos.
El psicoanálisis, desde un punto de vista histórico, pensemos en la API, con Freud a la cabeza, Ernest Jones, Karl Abraham, Sándor Ferenczi y otros, dibujó un mapa de pensamiento único, fruto de las divergencias nació la obra de Carl Gustav Jung, de interés general y particular para los estudiosos de personalidad. Otro autor interesante que criticó también Freud en su obra fue Alfred Adler, quien acuñó el concepto de “sentimiento de inferioridad”.
Que el psicoanálisis nos ayude, y mucho, no significa que haya que salir de ese atolladero esquizoide, masturbatorio y oral para diversificar las miradas, las lecturas y la propia práctica clínica. Es el momento de que las teorías y técnicas se ajusten a las necesidades de la estructura de personalidad y conflictos del paciente, más allá de la división tripartita, instancias, y otras teorizaciones metapsicológicas.
El psicoanálisis es útil, muy útil pero hay algo sospechoso detrás de él. La formación de sectas religiosas en forma de asociaciones, instituciones y escuelas de pensamiento teledirigido en donde la voluntad y la capacidad para pensar libremente queda mermada.
Las consultas son supervisadas a imagen y semejanza de un vetusto y encorsetado señor o señora y el candidato recibe clases teóricas y técnicas para seguir moldeando terapeutas según un modelo ancestral, caducado y aburrido. Desquiciado para el contexto sociocultural actual.
Es de dominio de todo psicoterapeuta que las circunstancias socioeconómicas han ido generando cambios en el modelo de trabajo, sin embargo hay personas que siguen ciñéndose a esquemas muy antiguos de una manera rígida trabajando para halagar a sus formadores y no para ayudar a su paciente. ¿Qué clase de superyó severo constituyen dichas instituciones psicoanalíticas?
Si Kraepelin describía con poca ternura y profundidad a sus “dementes precoces”, Freud, instruido en una determinada cultura se dejó llevar por la patología de moda y su mentor Charcot, viendo histéricas por doquier. Se quería ver el lado romántico de la enfermedad mental pero Pinel no estaba tan lejos a efectos prácticos.
Y curiosamente se siguen construyendo sectas psicoanalíticas, no todas las agrupaciones de psicoanalistas son sectas. Es de señalar que para ser un buen psicoanalista se requiere de cierta madurez, equilibrio y experiencia, las instituciones se nutren de jóvenes ambiciosos e inmaduros que tienden a vincularse de una forma dogmática.
Como el psicoanálisis, también considero que la psicoterapia humanista debe ser estudiada profundamente por aquellos que atiendan a personas en consultas de psicología o psiquiatría. La terapia gestalt resulta ser una hermosa forma de pensar y vivenciar la clínica para el paciente y el terapeuta, supone un contacto mucho más cercano. La elección de la técnica, de la escuela y de los grupúsculos tiene que ver mucho, sin duda con la persona, con su biografía, sus filiaciones y fobias y su estructura de personalidad. Existe un factor añadido que llamaremos S y que dejaremos como incógnita. Para elaborar en otros escritos o dejarlo a su cierre por usted.
La antipsiquiatría alternativa setetentera que surgió muy combativa aparece con demasiada vehemencia, incluso violencia, leer esos textos resulta hasta duro por lo contundentes de sus tesis, también es cierto que contrasta mucho con las habituales lecturas y contactos con profesionales “psi” asépticos del mundo del psicoanálisis, donde puede ser interpretado la forma de abrocharte un botón.
La vida no es fácil, acudir a una fiesta de boda por ejemplo es un show para el que hay que valer, asistir a un partido de fútbol en vivo resulta un experimento de zoología, y así ejemplos del gran y determinante componente irracional que gobierna nuestras vidas y que brillantemente Freud quiso traer con mucho tiempo de análisis a la conciencia. Para domeñar los impulsos.
Toda técnica por sí misma resulta insuficiente, por ello recomiendo tener aperturas a otras miradas, incluso heréticas o apóstatas. Esto sin un profundo respeto por el discurso del otro no es suficiente, el terapeuta puede tener cierto grado de neurosis universal, ciertos miedos e inseguridades, pero sería mucho más operativo que los resuelva él mismo con valentía y tesón mejor que dejarse llevar por un molde a priori marcado por una santa institución. Sólo somos psicoanalistas, terapeutas, psicólogos, psiquiatras, asistentes sociales, personas… No somos pecadores, no hay que redimirse, lanzo un fuerte mensaje de denuncia sobre la estupidez de algunas instituciones y que si tiene que sobrevivir éste método o sus “mensajeros” que sean por la credibilidad de lo que hagan con sus pacientes no por el miedo a fallar de los novatos. Por lo demás un cordial saludo.

sábado, 18 de octubre de 2008


El Señor de los Monos: INSTINTO.


Hace poquito en una cadena nacional privada tuve oportunidad de volver a ver Instinto, una película protagonizada por el mago de "malos", Anthony Hopkins. En dicha película él es un primatólogo-antropólogo, Doctor de una Universidad de los EE.UU.
Este buen señor viaja a África y allí estudia a los primates en su hábitat, confundiéndose entre ellos.
Los americanos tienden a ponernos los argumentos muy evidentes en ocasiones con frivolidad. En una de las primeras escenas Cuba Gooding Jr. Que hace de psiquiatra en una sala con un espejo unidireccional, entrevista a una buena señora que defiende con convicción que el papa ha sido secuestrado. Éste le pone tras un cuestionamiento socrático ante un camino sin retorno. Le coloca ante ella una hoja de una revista con la posibilidad de que en el reverso exista la posibilidad de que el Papa esté vivo y libre. Mira al espejo, donde están los estudiantes y su mentor y sonríe con displicencia. Una escena francamente terrible.
El primatólogo ha sido capturado y acusado de varios homicidios en África. Está cautivo en una cárcel de enfermos mentales, con un régimen ciertamente deconcertante donde los funcionarios son quienes llevan el manejo de los casos y el psiquiatra ocupa un solapado plano.
Interesado por el caso del primatólogo, el buen psiquiatra, ruega a su mentor que le deje atender al buen “Señor de los Monos”, como podríamos decir si Freud estuviera entre nosotros. D.E.P.
En una serie de entrevistas poco ortodoxas, marcadas por el contexto y el ambiente nada propicio para una evaluación seria y cálida, el buen psiquiatra intenta seguir con firmeza los principios de la entrevista psiquiátrica, lleva su grabadora, papel, lápiz y otra serie de artilugios. Esto es visto con sorpresa por el “equipo médico” y los funcionarios quienes no ayudan a que se sienta cómodo el “señor de los monos”.
En una de las entrevistas, fundamental para el “insight” del psiquiatra, digo bien, el “psicópata” a priori y a efectos prácticos amordaza al buen psiquiatra y le roba su libertad, entregándole aquello que él y otros sienten, transfiriéndole lo que vivió en la jungla. Le advierte si será capaz de acompañarle en ese camino. El mentor Dr. de la Universidad le alerta al buen psiquiatra sobre esa situación en la que el psiquiatra parece no tener el control. El CONTROL parece ser uno de los motivos últimos del pesar y la ansiedad persecutoria del Señor de los Monos. Su agresividad y su violación del derecho de los otros es un instinto que ha socavado principios que pertenecían a terceros. Sobre eso ronda la trama de la película. Aunque no sea exactamente una obra de arte galardonada que pase necesariamente a la posteridad.
Poco a poco el consternado psiquiatra se ve inmerso en el mundo del primatólogo, eso facilita la apertura del Antropólogo, quien parece invertir por momentos los papeles, dando él las clases y las sesiones al joven psiquiatra. Esto resulta ser un fenómeno alarmante desde un punto de vista técnico pero no necesariamente invalidante de un proceso de cura. Esto es una película, no olvidemos.
En sus “clases”, el Dr. en Antropología y primatología le explica a al psiquiatra, a quien le llama cariñosamente “Doctor tonto” en lengua nativa africana, quienes son los SAQUEADORES. Palabra clave de la película. Incluso el primatólogo (Ethan Powell) dibuja en las paredes de su celda la “historia de la humanidad” en una perspectiva dividida entre saqueadores y saqueados. Decir que tiene muchos guiños robados a Gorilas en la Niebla. Y se suceden las imágenes del primatólogo, a través del recuerdo en la memoria compartida con Theo Caulder, el buen psiquiatra. Son momentos serenos, quizá de demasiada sensiblería en la que un humano se fusiona con sus hermanos los primates y éstos le tienden la mano y le arropan como uno más. El antropólogo explica que allí de verdad y por primera vez se pudo sentir libre y por tanto el verse sometido a las condiciones de una sociedad tecnócrata y un método médico de interrogación y cierto sometimiento no ayuda a que le deje de ver como un Doctor tonto y saqueador. El doctor Theo Caulder sigue desconcertado solicitando ayuda a la hija del antropólogo quien parece sorprendida porque haya empezado a hablar tras el mutismo prolongado de su padre.
El intento del Doctor Theo Caulder por un juicio en el que se alegara el estado mental del primatólogo para cambiarle de prisión o acaso darle algún tipo de libertad procura ser catalizado con una visita al zoológico. Allí Ethan se encuentra con un primate que capturó él, cuando “era demasiado joven e inexperto”. Entre esas jaulas termina de explicar al otro doctor qué sucedió aquél día con los saqueadores y cómo tuvo que defender a su familia (los primates con los que había vivido) de los disparos.
Antes del juicio, cuando el buen psiquiatra ya tenía cierto material para argumentar su evaluación Ethan defiende de nuevo a su familia, esta vez ante los golpes de un funcionario, la víctima era un compañero de prisión. Después regresa al mutismo.
Al final, el buen psiquiatra le explica a Ethan entre jadeos y lágrimas que es su “ultima sesión” y que es “caso cerrado”, se procura despedir. El buen psiquiatra le dice lo que ha aprendido, entre otras cosas, que llevaba toda su vida intentando caer bien a los demás, haciéndose el simpático, halagando y ensalzando a personas poderosas.
Ethan mantiene su silencio mientras se mueve rítmicamente de lado a lado en un vals de muerte con el mundo externo. Cuando el buen Doctor se va de la sala, el antropólogo se gira, mira conmovido a la puerta y saca el bolígrafo del psiquiatra para continuar extrayendo el candado de la ventana, salvoconducto de su libertad.


Rodrigo Córdoba Sanz, 18 de Octubre de 2008.

jueves, 16 de octubre de 2008

Lucian Freud




El primero es un autorretrato titulado "Reflections".
El segundo es el retrato de la Reina de Inglaterra.

Sobrino de Sigmund Freud que ha creado su propia escuela. También le llueven las críticas. En esa familia por lo visto no sabían pasar desapercibidos. Y que dure.

Duelo y Melancolía. Sigmund Freud.


Duelo y Melancolía 1917 (1915). S. Freud*
«Trauer und Melancholie» Standard Edition. Ordenamiento de James Strachey


Nota introductoria


Tras servirnos del sueño como paradigma normal de las perturbaciones anímicas narcisistas, intentaremos ahora echar luz sobre la naturaleza de la melancolía comparándola con un afecto normal: el duelo. Pero esta vez tenemos que hacer por adelantado una confesión a fin de que no se sobrestimen nuestras conclusiones. La melancolía, cuya definición conceptual es fluctuante aun en la psiquiatría descriptiva, se presenta en múltiples formas clínicas cuya síntesis en una unidad no parece certificada; y de ellas, algunas sugieren afecciones más somáticas que psicógenas. Prescindiendo de las impresiones que se ofrecen a cualquier observador, nuestro material está restringido a un pequeño número de casos cuya naturaleza psicógena era indubitable. Por eso renunciamos de antemano a pretender validez universal para nuestras conclusiones y nos consolamos con esta reflexión: dados nuestros medios presentes de investigación, difícilmente podríamos hallar algo que no fuera típico, si no para una clase íntegra de afecciones, al menos para un grupo más pequeño de ellas.

La conjunción de melancolía y duelo parece justificada por el cuadro total de esos dos estados (ver nota). También son coincidentes las influencias de la vida que los ocasionan, toda vez que podemos discernirlas. El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. A raíz de idénticas influencias, en muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía (y por eso sospechamos en ellas una disposición enfermiza). Cosa muy digna de notarse, además, es que a pesar de que el duelo trae consigo graves desviaciones de la conducta normal en la vida, nunca se nos ocurre considerarlo un estado patológico ni remitirlo al médico para su tratamiento. Confiamos en que pasado cierto tiempo se lo superará, y juzgamos inoportuno y aun dañino perturbarlo.

La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo. Este cuadro se aproxima a nuestra comprensión si consideramos que el duelo muestra los mismos rasgos, excepto uno; falta en él la perturbación del sentimiento de sí. Pero en todo lo demás es lo mismo. El duelo pesaroso, la reacción frente a la pérdida de una persona amada, contiene idéntico talante dolido, la pérdida del interés por el mundo exterior -en todo lo que no recuerde al muerto-, la pérdida de la capacidad de escoger algún nuevo objeto de amor -en remplazo, se diría, del llorado-, el extrañamiento respecto de cualquier trabajo productivo que no tenga relación con la memoria del muerto. Fácilmente se comprende que esta inhibición y este angostamiento del yo expresan una entrega incondicional al duelo que nada deja para otros propósitos y otros intereses. En verdad, si esta conducta no nos parece patológica, ello sólo se debe a que sabemos explicarla muy bien.

Aprobaremos también la comparación que llama «dolido» al talante del duelo. Es probable que su legitimidad nos parezca evidente cuando estemos en condiciones de caracterizar económicamente al dolor (ver nota).

Ahora bien, ¿en qué consiste el trabajo que el duelo opera? Creo que no es exagerado en absoluto imaginarlo del siguiente modo: El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una comprensible renuencia; universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma. Esa renuencia puede alcanzar tal intensidad que produzca un extrañamiento de la realidad y una retención del objeto por vía de una psicosis alucinatoria de deseo (ver nota). Lo normal es que prevalezca el acatamiento a la realidad. Pero la orden que esta imparte no puede cumplirse enseguida. Se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico. Cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de la libido (ver nota). ¿Por qué esa operación de compromiso, que es el ejecutar pieza por pieza la orden de la realidad, resulta tan extraordinariamente dolorosa? He ahí algo que no puede indicarse con facilidad en una fundamentación económica. Y lo notable es que nos parece natural este displacer doliente. Pero de hecho, una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido (ver nota).

Apliquemos ahora a la melancolía lo que averiguamos en el duelo. En una serie de casos, es evidente que también ella puede ser reacción frente a la pérdida de un objeto amado; en otras ocasiones, puede reconocerse que esa pérdida es de naturaleza más ideal. El objeto tal vez no está realmente muerto, pero se perdió como objeto de amor (P. ej., el caso de una novia abandonada). Y en otras circunstancias nos creemos autorizados a suponer una pérdida así, pero no atinamos a discernir con precisión lo que se perdió, y con mayor razón podemos pensar que tampoco el enfermo puede apresar en su conciencia lo que ha perdido. Este caso podría presentarse aun siendo notoria para el enfermo la pérdida ocasionadora de la melancolía: cuando él sabe a quién perdió, pero no lo que perdió en él. Esto nos llevaría a referir de algún modo la melancolía a una pérdida de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el cual no hay nada inconciente en lo que atañe a la pérdida.

En el duelo hallamos que inhibición y falta de interés se esclarecían totalmente por el trabajo del duelo que absorbía al yo. En la melancolía la pérdida desconocida tendrá por consecuencia un trabajo interior semejante y será la responsable de la inhibición que le es característica. Sólo que la inhibición melancólica nos impresiona como algo enigmático porque no acertamos a ver lo que absorbe tan enteramente al enfermo. El melancólico nos muestra todavía algo que falta en el duelo: una extraordinaria rebaja en su sentimiento yoico {Ichgefühl}, un enorme empobrecimiento del yo. En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo. El enfermo nos describe a su yo como indigno, estéril y moralmente despreciable; se hace reproches, se denigra y espera repulsión y castigo. Se humilla ante todos los demás y conmisera a cada uno de sus familiares por tener lazos con una persona tan indigna. No juzga que le ha sobrevenido una alteración, sino que extiende su autocrítica al pasado; asevera que nunca fue mejor. El cuadro de este delirio de insignificancia -predominantemente moral- se completa con el insomnio, la repulsa del alimento y un desfallecimiento, en extremo asombroso psicológicamente, de la pulsión que compele a todos los seres vivos a aferrarse a la vida.





Tanto en lo científico como en lo terapéutico sería infructuoso tratar de oponérsele al enfermo que promueve contra su yo tales querellas. Es que en algún sentido ha de tener razón y ha de pintar algo que es como a él le parece. No podemos menos que refrendar plenamente algunos de sus asertos. Es en realidad todo lo falto de interés, todo lo incapaz de amor y de trabajo que él dice. Pero esto es, según sabemos, secundario; es la consecuencia de ese trabajo interior que devora a su yo, un trabajo que desconocemos, comparable al del duelo. También en algunas otras de sus autoimputaciones nos parece que tiene razón y aun que capta la verdad con más claridad que otros, no melancólicos. Cuando en una autocrítica extremada se pinta como insignificantucho, egoísta, insincero, un hombre dependiente que sólo se afanó en ocultar las debilidades de su condición, quizás en nuestro fuero interno nos parezca que se acerca bastante al conocimiento de sí mismo y sólo nos intrigue la razón por la cual uno tendría que enfermarse para alcanzar una verdad así. Es que no hay duda; el que ha dado en apreciarse de esa manera y lo manifiesta ante otros -una apreciación que el príncipe Hamlet hizo de sí mismo y de sus prójimos-, ese está enfermo, ya diga la verdad o sea más o menos injusto consigo mismo. Tampoco es difícil notar que entre la medida de la autodenigración y su justificación real no hay, a juicio nuestro, correspondencia alguna. La mujer antes cabal, meritoria y penetrada de sus deberes, no hablará, en la melancolía, mejor de sí misma que otra en verdad inservible para todo, y aun quizá sea más proclive a enfermar de melancolía que esta otra de quien nada bueno sabríamos decir. Por último, tiene que resultarnos llamativo que el melancólico no se comporte en un todo como alguien que hace contrición de arrepentimiento y de autorreproche. Le falta (o al menos no es notable en él) la vergüenza en presencia de los otros, que sería la principal característica de este último estado. En el melancólico podría casi destacarse el rasgo opuesto, el de una acuciante franqueza que se complace en el desnudamiento de sí mismo.

Lo esencial no es, entonces, que el melancólico tenga razón en su penosa rebaja de sí mismo, hasta donde esa crítica coincide con el juicio de los otros. Más bien importa que esté describiendo correctamente su situación psicológica. Ha perdido el respeto por sí mismo y tendrá buenas razones para ello. Esto nos pone ante una contradicción que nos depara un enigma difícil de solucionar. Siguiendo la analogía con el duelo, deberíamos inferir que él ha sufrido una pérdida en el objeto; pero de sus declaraciones surge una pérdida en su yo.


Antes de abordar esta contradicción, detengámonos un momento en la mirada que esta afección, la melancolía, nos ha permitido echar en la constitución íntima del yo humano. Vemos que una parte del yo se contrapone a la otra, la aprecia críticamente, la toma por objeto, digamos. Y todas nuestras ulteriores observaciones corroborarán la sospecha de que la instancia crítica escindida del yo en este caso podría probar su autonomía también en otras situaciones. Hallaremos en la realidad fundamento para separar esa instancia del resto del yo. Lo que aquí se nos da a conocer es la instancia que usualmente se llama conciencia moral; junto con la censura de la conciencia y con el examen de realidad la contaremos entre las grandes instituciones del yo (ver nota), y en algún lugar hallaremos también las pruebas de que puede enfermarse ella sola. El cuadro nosológico de la melancolía destaca el desagrado moral con el propio yo por encima de otras tachas: quebranto físico, fealdad, debilidad, inferioridad social, rara vez son objeto de esa apreciación que el enfermo hace de sí mismo; sólo el empobrecimiento ocupa un lugar privilegiado entre sus temores o aseveraciones.

Una observación nada difícil de obtener nos lleva ahora a esclarecer la contradicción antes presentada [al final del penúltimo párrafo]. Si con tenacidad se presta oídos a las querellas que el paciente se dirige, llega un momento en que no es posible sustraerse a la impresión de que las más fuertes de ellas se adecuan muy poco a su propia persona y muchas veces, con levísimas modificaciones, se ajustan a otra persona a quien el enfermo ama, ha amado a amaría.

Y tan pronto se indaga el asunto, él corrobora esta conjetura. Así, se tiene en la mano la clave del cuadro clínico si se disciernen los autorreproches como reproches contra un objeto de amor, que desde este han rebotado sobre el yo propio.

La mujer que conmisera en voz alta a su marido por estar atado a una mujer de tan nulas prendas quiere quejarse, en verdad, de la falta de valía de él, en cualquier sentido que se la entienda. No es mucha maravilla que entre los autorreproches revertidos haya diseminados algunos genuinos; pudieron abrirse paso porque ayudan a encubrir a los otros y a imposibilitar el conocimiento de la situación, y aun provienen de los pros y contras que se sopesaron en la disputa de amor que culminó en su pérdida. También la conducta de los enfermos se hace ahora mucho más comprensible. Sus quejas {KIagen} son realmente querellas {Anklagen}, en el viejo sentido del término. Ellos no se avergüenzan ni se ocultan: todo eso rebajante que dicen de sí mismos en el fondo lo dicen de otro. Y bien lejos están de dar pruebas frente a quienes los rodean de esa postración y esa sumisión, las únicas actitudes que convendrían a personas tan indignas; más bien son martirizadores en grado extremo, se muestran siempre como afrentados y como sí hubieran sido objeto de una gran injusticia. Todo esto es posible exclusivamente porque las reacciones de su conducta provienen siempre de la constelación anímica de la revuelta, que después, por virtud de un cierto proceso, fueron trasportadas a la contrición melancólica.

Ahora bien, no hay dificultad alguna en reconstruir este proceso. Hubo una elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona determinada; por obra de una afrenta real o un desengaño de parte de la persona amada sobrevino un sacudimiento de ese vínculo de objeto. El resultado no fue el normal, que habría sido un quite de la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo, sino otro distinto, que para producirse parece requerir varias condiciones. La investidura de objeto resultó poco resistente, fue cancelada, pero la libido libre no se desplazó a otro objeto sino que se retiró sobre el yo. Pero ahí no encontró un uso cualquiera, sino que sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. La sombra del objeto cayó sobre el yo, quien, en lo sucesivo, pudo ser juzgado por una instancia particular como un objeto, como el objeto abandonado. De esa manera, la pérdida del objeto hubo de mudarse en una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por identificación.

Hay algo que se colige inmediatamente de las premisas y resultados de tal proceso. Tiene que haber existido, por un lado, una fuerte fijación en el objeto de amor y, por el otro y en contradicción a ello, una escasa resistencia de la investidura de objeto. Según una certera observación de Otto Rank, esta contradicción parece exigir que la elección de objeto se haya cumplido sobre una base narcisista, de tal suerte que la investidura de objeto pueda regresar al narcisismo si tropieza con dificultades. La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en el sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Un sustituto así del amor de objeto por identificación es un mecanismo importante para las afecciones narcisistas; hace poco tiempo Karl Landauer ha podido descubrirlo en el proceso de curación de una esquizofrenia ( 1914). Desde luego, corresponde a la regresión desde un tipo de elección de objeto al narcisismo originario. En otro lugar hemos consignado que la identificación es la etapa previa de la elección de objeto y es el primer modo, ambivalente en su expresión, como el yo distingue a un objeto. Querría incorporárselo, en verdad, por la vía de la devoración, de acuerdo con la fase oral o canibálica del desarrollo libidinal (ver nota). A esa trabazón reconduce Abraham, con pleno derecho, la repulsa de los alimentos que se presenta en la forma grave del estado melancólico (ver nota).

La inferencia que la teoría pide, a saber, que en todo o en parte la disposición a contraer melancolía se remite al predominio del tipo narcisista de elección de objeto, desdichadamente aún no ha sido confirmada por la investigación. En las frases iniciales de este estudio confesé que el material empírico en que se basa es insuficiente para garantizar nuestras pretensiones. Si pudiéramos suponer que la observación concuerda con las deducciones que hemos hecho, no vacilaríamos en incluir dentro de la característica de la melancolía la regresión desde la investidura de objeto hasta la fase oral de la libido que pertenece todavía al narcisismo. Tampoco son raras en las neurosis de trasferencia identificaciones con el objeto, y aun constituyen un conocido mecanismo de la formación de síntoma, sobre todo en el caso de la histeria. Pero tenemos derecho a diferenciar la identificación narcisista de la histérica porque en la primera se resigna la investidura de objeto, mientras que en la segunda esta persiste y exterioriza un efecto que habitualmente está circunscrito a ciertas acciones e inervaciones singulares. De cualquier modo, también en las neurosis de trasferencia la identificación expresa una comunidad que puede significar amor. La identificación narcisista es la más originaria, y nos abre la comprensión de la histérica, menos estudiada (ver nota).

Por tanto, la melancolía toma prestados una parte de sus caracteres al duelo, y la otra parte a la regresión desde la elección narcisista de objeto hasta el narcisismo. Por un lado, como el duelo, es reacción frente a la pérdida real del objeto de amor, pero además depende de una condición que falta al duelo normal o lo convierte, toda vez que se presenta, en un duelo patológico. La pérdida del objeto de amor es una ocasión privilegiada para que campee y salga a la luz la ambivalencia de los vínculos de amor (ver nota). Y por eso, cuando preexiste la disposición a la neurosis obsesiva, el conflicto de ambivalencia presta al duelo una conformación patológica y lo compele a exteriorizarse en la forma de unos autorreproches, a saber, que uno mismo es culpable de la pérdida del objeto de amor, vale decir, que la quiso. En esas depresiones de cuño obsesivo tras la muerte de personas amadas se nos pone por delante eso que el conflicto de ambivalencia opera por sí solo cuando no es acompañado por el recogimiento regresivo de la libido. Las ocasiones de la melancolía rebasan las más de las veces el claro acontecimiento de la pérdida por causa de muerte y abarcan todas las situaciones de afrenta, de menosprecio y de desengaño en virtud de las cuales puede instilarse en el vínculo una oposición entre amor y odio o reforzarse una ambivalencia preexistente. Este conflicto de ambivalencia, de origen más bien externo unas veces, más bien constitucional otras, no ha de pasarse por alto entre las premisas de la melancolía. Si el amor por el objeto -ese amor que no puede resignarse al par que el objeto mismo es resignado- se refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo insultándolo, denigrándolo, haciéndolo sufrir y ganando en este sufrimiento una satisfacción sádica. Ese automartirio de la melancolía, inequívocamente gozoso, importa, en un todo como el fenómeno paralelo de la neurosis obsesiva, la satisfacción de tendencias sádicas y de tendencias al odio que recaen sobre un objeto y por la vía indicada han experimentado una vuelta hacia la persona propia. En ambas afecciones suelen lograr los enfermos, por el rodeo de la autopunición, desquitarse de los objetos originarios y martirizar a sus amores por intermedio de su condición de enfermos, tras haberse entregado a la enfermedad a fin de no tener que mostrarles su hostilidad directamente. Y por cierto, la persona que provocó la perturbación afectiva del enfermo y a la cual apunta su ponerse enfermo se hallará por lo común en su ambiente más inmediato. Así, la investidura de amor del melancólico en relación con su objeto ha experimentado un destino doble; en una parte ha regresado a la identificación, pero, en otra parte, bajo la influencia del conflicto de ambivalencia, fue trasladada hacia atrás, hacia la etapa del sadismo más próxima a ese conflicto.


Sólo este sadismo nos revela el enigma de la inclinación al suicidio por la cual la melancolía se vuelve tan interesante y... peligrosa. Hemos individualizado como el estado primordial del que parte la vida pulsional un amor tan enorme del yo por sí mismo, y en la angustia que sobreviene a consecuencia de una amenaza a la vida vemos liberarse un monto tan gigantesco de libido narcisista, que no entendemos que ese yo pueda avenirse a su autodestrucción. Desde hace mucho sabíamos que ningún neurótico registra propósitos de suicidio que no vuelva sobre sí mismo a partir del impulso de matar a otro, pero no comprendíamos el juego de fuerzas por el cual un propósito así pueda ponerse en obra. Ahora el análisis de la melancolía nos enseña que el yo sólo puede darse muerte si en virtud del retroceso de la investidura de objeto puede tratarse a sí mismo como un objeto, si le es permitido dirigir contra sí mismo esa hostilidad que recae sobre un objeto y subroga la reacción originaria del yo hacia objetos del mundo exterior. Así, en la regresión desde la elección narcisista de objeto, este último fue por cierto cancelado, pero probó ser más poderoso que el yo mismo. En las dos situaciones contrapuestas del enamoramiento más extremo y del suicidio, el yo, aunque por caminos enteramente diversos, es sojuzgado por el objeto (ver nota).

Además, respecto de uno de los caracteres llamativos de la melancolía, el predominio de la angustia de empobrecimiento, es sugerente admitir que deriva del erotismo anal arrancado de sus conexiones y mudado en sentido regresivo.

La melancolía nos plantea todavía otras preguntas cuya respuesta se nos escapa en parte. La mancomuna al duelo este rasgo: pasado cierto tiempo desaparece sin dejar tras sí graves secuelas registrables. Con relación a aquel nos enteramos de que se necesita tiempo para ejecutar detalle por detalle la orden que dimana del examen de realidad; y cumplido ese trabajo, el yo ha liberado su libido del objeto perdido. Un trabajo análogo podemos suponer que ocupa al yo durante la melancolía; aquí como allí nos falta la comprensión económica del proceso. El insomnio de la melancolía es sin duda testimonio de la pertinacia de ese estado, de la imposibilidad de efectuar el recogimiento general de las investiduras que el dormir requiere. El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia sí desde todas partes energías de investidura (que en las neurosis de trasferencia hemos llamado « contra investiduras » ) y vacía al yo hasta el empobrecimiento total; es fácil que se muestre resistente contra el deseo de dormir del yo. Un factor probablemente somático, que no ha de declararse psicógeno, es el alivio que por regla general recibe ese estado al atardecer. Estas elucidaciones plantean un interrogante: si una pérdida del yo sin miramiento por el objeto (una afrenta del yo puramente narcisista) no basta para producir el cuadro de la melancolía, y si un empobrecimiento de la libido yoica, provocado directamente por toxinas, no puede generar ciertas formas de la afección.

La peculiaridad más notable de la melancolía, y la más menesterosa de esclarecimiento, es su tendencia a volverse del revés en la manía, un estado que presenta los síntomas opuestos. Según se sabe, no toda melancolía tiene ese destino. Muchos casos trascurren con recidivas periódicas, y en los intervalos no se advierte tonalidad alguna de manía, o se la advierte sólo en muy escasa medida. Otros casos muestran esa alternancia regular de fases melancólicas y maníacas que ha llevado a diferenciar la insania cíclica. Estaríamos tentados de no considerar estos casos como psicógenos si no fuera porque el trabajo psicoanalítico ha permitido resolver la génesis de muchos de ellos, así como influirlos en sentido terapéutico. Por tanto, no sólo es lícito, sino hasta obligatorio, extender un esclarecimiento analítico de la melancolía también a la manía.

No puedo prometer que ese intento se logre plenamente. Es que no va más allá de la posibilidad de una primera orientación. Aquí se nos ofrecen dos puntos de apoyo: el primero es una impresión psicoanalítica, y el otro, se estaría autorizado a decir, una experiencia económica general. La impresión, formulada ya por varios investigadores psicoanalíticos, es esta: la manía no tiene un contenido diverso de la melancolía, y ambas afecciones pugnan con el mismo «complejo», al que el yo probablemente sucumbe en la melancolía, mientras que en la manía lo ha dominado o lo ha hecho a un lado. El otro apoyo nos lo brinda la experiencia según la cual en todos los estados de alegría, júbilo o triunfo, que nos ofrecen el paradigma normal de la manía, puede reconocerse idéntica conjunción de condiciones económicas. En ellos entra en juego un influjo externo por el cual un gasto psíquico grande, mantenido por largo tiempo o realizado a modo de un hábito, se vuelve por fin superfluo, de suerte que queda disponible para múltiples aplicaciones y posibilidades de descarga. Por ejemplo: cuando una gran ganancia de dinero libera de pronto a un pobre diablo de la crónica preocupación por el pan de cada día, cuando una larga y laboriosa brega se ve coronada al fin por el éxito, cuando se llega a la situación de poder librarse de golpe de una coacción oprimente, de una disimulación arrastrada de antiguo, etc. Esas situaciones se caracterizan por el empinado talante, las marcas de una descarga del afecto jubiloso y una mayor presteza para emprender toda clase de acciones, tal como ocurre en la manía y en completa oposición a la depresión y a la inhibición propias de la melancolía. Podemos atrevernos a decir que la manía no es otra cosa que un triunfo así, sólo que en ella otra vez queda oculto para el yo eso que él ha vencido y sobre lo cual triunfa. A la borrachera alcohólica, que se incluye en la misma serie de estados, quizá se la pueda entender de idéntico modo (en la medida en que sea alegre); es probable que en ella se cancelen, por vía tóxica, unos gastos de represión. Los legos se inclinan a suponer que en tal complexión maníaca se está tan presto a moverse y a acometer empresas porque se tiene «brío». Desde luego, hemos de resolver ese falso enlace. Lo que ocurre es que en el interior de la vida anímica se ha cumplido la mencionada condición económica, y por eso se está de talante tan alegre, por un lado, y tan desinhibido en el obrar, por el otro.


Si ahora reunimos esas dos indicaciones, resulta lo siguiente: En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto (o al duelo por la pérdida, o quizás al objeto mismo), y entonces queda disponible todo el monto de contrainvestidura que el sufrimiento dolido de la melancolía había atraído sobre sí desde el yo y había ligado. Cuando parte, voraz, a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maníaco nos demuestra también inequívocamente su emancipación del objeto que le hacía penar.

Este esclarecimiento suena verosímil, pero, en primer lugar, está todavía muy poco definido y, en segundo, hace añorar más preguntas y dudas nuevas que las que podemos nosotros responder. No queremos eludir su discusión, aun si no cabe esperar que a través de ella hallaremos el camino hacia la claridad.

En primer término: El duelo normal vence sin duda la pérdida del objeto y mientras persiste absorbe de igual modo todas las energías del yo. ¿Por qué después que trascurrió no se establece también en él, limitadamente, la condición económica para una fase de triunfo? Me resulta imposible responder a esa objeción de improviso. Ella nos hace notar que ni siquiera podemos decir cuáles son los medios económicos por los que el duelo consuma su tarea; pero quizá pueda valernos aquí una conjetura. Para cada uno de los recuerdos y de las situaciones de expectativa que muestran a la libido anudada con el objeto perdido, la realidad pronuncia su veredicto: El objeto ya no existe más; y el yo, preguntado, por así decir, si quiere compartir ese destino, se deja llevar por la suma de satisfacciones narcisistas que le da el estar con vida y desata su ligazón con el objeto aniquilado. Podemos imaginar que esa desatadura se cumple tan lentamente y tan paso a paso que, al terminar el trabajo, también se ha disipado el gasto que requería (ver nota).

Es tentador buscar desde esa conjetura sobre el trabajo del duelo el camino hacia una figuración del trabajo melancólico. Aquí nos ataja de entrada una incertidumbre. Hasta ahora apenas hemos considerado el punto de vista tópico en el caso de la melancolía, ni nos hemos preguntado por los sistemas psíquicos en el interior de los cuales y entre los cuales se cumple su trabajo. ¿Cuánto de los procesos psíquicos de la afección se juega todavía en las investiduras de objeto inconcientes que se resignaron, y cuánto dentro del yo, en el sustituto de ellas por identificación?

Se discurre de inmediato y con facilidad se consigna: la « representación (cosa) {Dingvorstellung} inconciente del objeto es abandonada por la libido». Pero en realidad esta representación se apoya en incontables representaciones singulares (sus huellas inconcientes), y la ejecución de ese quite de libido no puede ser un proceso instantáneo, sino, sin duda, como en el caso del duelo, un proceso lento que avanza poco a poco. ¿Comienza al mismo tiempo en varios lugares o implica alguna secuencia determinada? No es fácil discernirlo; en los análisis puede comprobarse a menudo que ora este, ora estotro recuerdo son activados, y que esas quejas monocordes, fatigantes por su monotonía, provienen empero en cada caso de una diversa raíz inconciente. Sí el objeto no tiene para el yo una importancia tan grande, una importancia reforzada por millares de lazos, tampoco es apto para causarle un duelo o una melancolía. Ese carácter, la ejecución pieza por pieza del desasimiento de la libido, es por tanto adscribible a la melancolía de igual modo que al duelo; probablemente se apoya en las mismas proporciones económicas y sirve a idénticas tendencias.

Pero la melancolía, como hemos llegado a saber, contiene algo más que el duelo normal. La relación con el objeto no es en ella simple; la complica el conflicto de ambivalencia. Esta es o bien constitucional, es decir, inherente a todo vínculo de amor de este yo, o nace precisamente de las vivencias que conllevan la amenaza de la pérdida del objeto. Por eso la melancolía puede surgir en una gama más vasta de ocasiones que el duelo, que por regla general sólo es desencadenado por la pérdida real, la muerte del objeto. En la melancolía se urde una multitud de batallas parciales por el objeto; en ellas se enfrentan el odio y el amor, el primero pugna por desatar la libido del objeto, y el otro por salvar del asalto esa posición libidinal. A estas batallas parciales no podemos situarlas en otro sistema que el Icc, el reino de las huellas mnémicas de cosa {sachliche Erinnerungspuren} (a diferencia de las investiduras de palabra). Ahí mismo se efectúan los intentos de desatadura en el duelo, pero en este caso nada impide que ¿ales procesos prosigan por el camino normal que atraviesa el Prcc hasta llegar a la conciencia. Este camino está bloqueado para el trabajo melancólico, quizás a consecuencia de una multiplicidad de causas o de la conjunción de estas. La ambivalencia constitucional pertenece en sí y por sí a lo reprimido, mientras que las vivencias traumáticas con el objeto pueden haber activado otro [material] reprimido. Así, de estas batallas de ambivalencia, todo se sustrae de la conciencia hasta que sobreviene el desenlace característico de la melancolía. Este consiste, como sabemos, en que la investidura libidinal amenazada abandona finalmente al objeto, pero sólo para retirarse al lugar del yo del cual había partido. De este modo el amor se sustrae de la cancelación por su huida al interior del yo. Tras esta regresión de la libido, el proceso puede devenir conciente y se representa {repräsentiert} ante la conciencia como un conflicto entre una parte del yo y la instancia crítica.


Por consiguiente, lo que la conciencia experimenta del trabajo melancólico no es la pieza esencial de este, ni aquello a lo cual podemos atribuir una influencia sobre la solución de la enfermedad. Vemos que el yo se menosprecia y se enfurece contra sí mismo, y no comprendemos más que el enfermo adónde lleva eso y cómo puede cambiarse. Es más bien a la pieza inconciente del trabajo a la que podemos« adscribir una operación tal; en efecto, no tardamos en discernir una analogía esencial entre el trabajo de la melancolía y el del duelo. Así como el duelo mueve al yo a renunciar al objeto declarándoselo muerto y ofreciéndole como premio el permanecer con vida, de igual modo cada batalla parcial de ambivalencia afloja la fijación de la libido al objeto desvalorizando este, rebajándolo; por así decir, también victimándolo. De esa manera se da la posibilidad de que el pleito {Prozess} se termine dentro del Icc, sea después que la furia se desahogó, sea después que se resignó el objeto por carente de valor. No vemos todavía cuál de estas dos posibilidades pone fin a la melancolía regularmente o con la mayor frecuencia, ni el modo en que esa terminación influye sobre la ulterior trayectoria del caso. Tal vez el yo pueda gozar de esta satisfacción: le es lícito reconocerse como el mejor, como superior al objeto.

Por más que aceptemos esta concepción del trabajo melancólico, ella no nos proporciona la explicación que buscábamos. Esperábamos derivar de la ambivalencia que reina en la afección melancólica la condición económica merced a la cual, una vez trascurrida aquella, sobreviene la manta; esa expectativa pudo apoyarse en analogías extraídas de otros diversos ámbitos, pero hay un hecho frente al cual debe inclinarse. De las tres premisas de la melancolía: pérdida del objeto, ambivalencia y regresión de la libido al yo, a las dos primeras las reencontramos en los reproches obsesivos tras acontecimientos de muerte. Ahí, sin duda alguna, es la ambivalencia el resorte del conflicto, y la observación muestra que, expirado este, no resta nada parecido al triunfo de una complexión maníaca. Nos vemos remitidos, pues, al tercer factor como el único eficaz. Aquella acumulación de investidura antes ligada que se libera al término del trabajo melancólico y posibilita la manía tiene que estar en trabazón estrecha con la regresión de la libido al narcisismo. El conflicto en el interior del yo, que la melancolía recibe a canje de la lucha por el objeto, tiene que operar a modo de una herida dolorosa que exige una contrainvestidura grande en extremo. Pero aquí, de nuevo, será oportuno detenernos y posponer el ulterior esclarecimiento de la manía hasta que hayamos obtenido una intelección sobre la naturaleza económica del dolor, primero del corporal, y después del anímico, su análogo (ver nota). Sabemos ya que la íntima trabazón en que se encuentran los intrincados problemas del alma nos fuerza a interrumpir, inconclusa, cada investigación, hasta que los resultados de otra puedan venir en su ayuda (ver nota).




Notas:

1 1917 Int. Z. ärztl. Psychoanal., 4, nº 6, págs. 288-301.

1918 SKSN, 4, págs. 356-77. (1922, 2º ed.)

1924 GS, 5, págs. 535-53.

1924 Technik und Metapsychol., págs. 257-75.

1931 Theoretische Schriften, págs. 157-77.

1946 GW, 10, págs. 428-46.

1975 SA, 3, págs. 193-212.


Traducciones en castellano *


1924 «La aflicción y la melancolía». BN (17 vols.), 9, págs. 217-35. Traducción de Luis López-Ballesteros.

1943 Igual título. EA, 9, págs. 209-26. El mismo tra ductor.

1948 Igual título. BN (2 vols.), 1, págs. 1087-95. El mismo traductor.

1953 Igual título. SR, 9, págs. 177-90. El mismo tra ductor.

1967 Igual título. BN (3 vols.), 1, págs. 1075-82. El mismo traductor.

1972 «Duelo y melancolía». BN (9 vols.), 6, págs. 2091-100. El mismo traductor.


Ernest Jones (1955, págs. 367-8) nos informa que Freud le expuso el tema del presente artículo en enero de 1914, y habló sobre él en la Sociedad Psicoanalítica de Viena el 30 de diciembre de ese año. En febrero de 1915 escribió un primer borrador. Lo remitió a Abraham (cf. Freud, 1965a, págs. 206-7 y 211-2), quien le envió extensos comentarios; entre ellos, la importante sugerencia de una conexión entre la melancolía y la etapa oral de la libido. El borrador final quedó completado el 4 de mayo de 1915, pero, como el del artículo anterior, fue publicado dos años después.

En época muy temprana (probablemente en enero de 1895), Freud había enviado a Fliess un detallado intento de explicar la melancolía (término bajo el cual Freud incluía, por lo común, lo que ahora suele describirse como estados de depresión) en términos puramente neurológicos (Freud, 1950a, Manuscrito G), AE, 1, págs. 239-46.

Este intento no resultó muy fructífero, y pronto fue remplazado por un enfoque psicológico. Apenas dos años más tarde, nos encontramos con uno de los casos más notables de anticipación de los hechos por parte de Freud. Ocurre en un manuscrito, también dirigido a Fliess y titulado «Anotaciones III». Consignemos que en este manuscrito, fechado el 31 de mayo de 1897, aparece prefigurado por primera vez el complejo de Edipo (Freud, 1950a, Manuscrito N), AE, 1, pág. 296. El pasaje en cuestión, tan denso en significado que por momentos resulta oscuro, merece ser citado en forma completa:

«Los impulsos hostiles hacia los padres (deseo de que mueran) son, de igual modo, un elemento integrante de la neurosis. añoran concientemente como representación obsesiva. En la paranoia les corresponde lo más insidioso del delirio de persecución (desconfianza patológica de los gobernantes y los monarcas). Estos impulsos son reprimidos en tiempos en que se suscita compasión por los padres: enfermedad, muerte de ellos. Entonces es una exteriorización del duelo hacerse reproches por su muerte (las llamadas melancolías), o castigarse histéricamente, mediante la idea de la retribución, con los mismos estados [de enfermedad] que ellos han tenido. La identificación que así sobreviene no es otra cosa, como se ve, que un modo del pensar, y no vuelve superflua la búsqueda del motivo».




Freud parece haber dejado totalmente de lado la aplicación ulterior a la melancolía de la línea de pensamiento bosquejada en este pasaje. De hecho, muy rara vez volvió a mencionar este estado antes del presente artículo, si se exceptúan algunas observaciones suyas incluidas en un debate sobre el suicidio que tuvo lugar en 1910 en la Sociedad Psicoanalítica de Viena (véase Freud (1910g), AE, 11, pág. 232); en esa oportunidad destacó la importancia de establecer una comparación entre la melancolía y los estados normales de duelo, pero declaró que el problema psicológico, allí involucrado era todavía insoluble.

Lo que permitió a Freud reabrir el tema fue, por supuesto, la introducción de los conceptos del narcisismo y de un ideal del yo. El presente artículo puede considerarse, en verdad, una extensión del trabajo sobre el narcisismo que Freud escribiera un año antes (1914c). Así como en ese trabajo había descrito el funcionamiento de la «instancia crítica», en este se ve la misma instancia operando en la melancolía.

Pero las implicaciones de este artículo -que no fueron evidentes de inmediato- estaban destinadas a ser más importantes que la explicación del mecanismo de un estado patológico particular. El material aquí contenido llevó a la ulterior consideración de la «instancia crítica», en Psicología de las masas y análisis del yo (1921c), AE, 18, págs. 122 y sigs.; y esto a su vez condujo a la hipótesis del superyó, en El yo y el ello (1923b), y a una nueva evaluación del sentido de culpa.

Desde otro punto de vista, este artículo exigió someter a examen toda la cuestión de la naturaleza de la identificación. Freud parece haberse inclinado primero por considerarla estrechamente asociada a la fase oral o canibálica del desarrollo de la libido, y quizá dependiente de ella. Así, en Tótem y tabú (1912-13), AE, 13, págs. 143-4, había escrito acerca de la relación entre los hijos y el padre de la borda primordial: «En el acto de la devoración consumaban la identificación con él». Y en un pasaje agregado a la tercera edición de los Tres ensayos de teoría sexual (1905d), publicado en 1915 pero escrito algunos meses antes que el presente artículo, describió la fase oral o canibálica como «el paradigma de lo que más tarde, en calidad de identificación, desempeñará un papel psíquico tan importante» (AE, 7, pág. 180). Aquí se refiere a la identificación como «la etapa previa de la elección de objeto [ ... ] el primer modo [ ... ] como el yo distingue a un objeto», y agrega que el yo «querría incorporárselo, en verdad, por la vía de la devoración, de acuerdo con la fase oral o canibálica del desarrollo libidinal» (ver nota). Y ciertamente, aunque haya sido Abraham quien sugirió la relevancia de la fase oral para la melancolía, el propio Freud había comenzado ya a interesarse por ello, como lo muestra el historial clínico del «Hombre de los Lobos» (1918b), escrito durante el otoño de 1914 y en el que esa fase desempeña un papel prominente. (Cf. AE, 17, pág. 97.) Pocos años después, en Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 99 y sigs., donde se retoma el tema de la identificación como continuación explícita del examen que aquí se hace de él, parece haber un cambio respecto del punto de vista anterior -o quizá solamente una elucidación-. Allí leemos que la identificación es algo que precede a la investidura de objeto y se distingue de ella, aunque todavía se nos dice que «se comporta como un retoño de la primera fase, la fase oral». En muchos de sus escritos posteriores, Freud hizo reiterado énfasis en esta concepción de la identificación; por ejemplo, en El yo y el ello (1923b), donde escribe que la identificación con los padres «no parece ser, en el comienzo, el resultado o el desenlace de una investidura de objeto; es una identificación directa e inmediata, y más temprana que cualquier investidura de objeto» (AE, 19, pág. 33).

Más tarde, sin embargo, lo más significativo de este artículo parece haber sido para Freud su exposición del proceso a través del cual una investidura de objeto es remplazada en la melancolía por una identificación. En el capítulo III de El yo y el ello, Freud argüiría que ese proceso no se restringe a la melancolía sino que es bastante general. Estas identificaciones regresivas, señaló, son en buena medida la base de lo que llamamos el «carácter» de una persona. Pero, lo que es mucho más importante, indicó que las más tempranas de estas identificaciones regresivas -las que provienen del sepultamiento del complejo de Edipo- pasan a ocupar una posición muy especial, y forman de hecho el núcleo del superyó.




James Strachey volver al texto

2 [El término alemán «Trauer», como el inglés «mourning» {y el castellano «duelo»}, puede significar tanto el afecto penoso como su manifestación exterior.] volver al texto

3 Abraham (1912), a quien debemos el más importante entre los escasos estudios analíticos sobre este tema, también adoptó esta comparación como punto de partida. [El propio Freud la había hecho en 1910 e incluso antes, (Cf. mi «Nota introductoria».] volver al texto

4 [Cf «La represión» (1915d).] volver al texto

5 Véase el artículo precedente. volver al texto

6 [Esta idea parece haber sido expresada ya en Estudios sobre la histeria (1895d): Freud describe un proceso similar en su discusión del historial clínico de Elisabeth von R. (AE, 2, págs. 175-6).] volver al texto

7 [Véase más adelante un examen de la economía de este proceso.] volver al texto

8 «Dad a cada hombre el trato que se merece, y ¿quién se salvaría de ser azotado?» (HamIet, acto II, escena 2). volver al texto

9 [Cf. «Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños» (1917d).]. volver al texto

10 [En la primera edición (1917), esta palabra no aparecía.] volver al texto

11 [Cf «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c). Cf. también mi «Nota introductoria»]. volver al texto

12 [Abraham llamó por primera vez la atención de Freud sobre esto en una carta que le dirigió el 31 de marzo de 1915. Cf. Sigmund Freud / Karl Abraham. Briefe 1907 bis 1926 (Freud, 1965a, pág. 208).] volver al texto

13 [El tema de la identificación fue abordado luego por Freud en Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 99 y sigs. Sobre la identificación histérica hay una descripción temprana en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 167-8.]. volver al texto

14 [Gran parte de lo que sigue es examinado con más detalle en el capítulo V de El yo y el ello (1923b).] volver al texto

15 Sobre la distinción entre ambas, véase mi artículo «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c). volver al texto

16 [Freud vuelve sobre el tema del suicidio en el capítulo V de El yo y el ello (1923b), AE, 19, pág. 54, y en «El problema económico del masoquismo». volver al texto

17 [Esta analogía de la herida abierta aparece ya (ilustrada con dos diagramas) en un temprano apunte sobre la melancolía, probablemente escrito en enero de 1895 (Freud, 1950a, Manuscrito G), AE, 1, págs. 245-6. Cf. mi «Nota introductoria».] volver al texto

18 [La «impresión psicoanalítica» y la «experiencia económica general».] volver al texto

19 El punto de vista económico ha recibido hasta ahora poca atención en los escritos psicoanalíticos. Mencionaré como excepción un artículo de Víctor Tausk (1913a) sobre la desvalorización, por recompensa, de los motivos de la represión. volver al texto

20 [Cf. «Lo inconciente» (1915e). {Véase también la nota de la traducción castellana.]. volver al texto

21 [Cf. «La represión» (1915d).] volver al texto

22 [Nota agregada en 1925:] Cf. una continuación de este examen de la manía en Psicología de las masas y análisis del yo (1921c) AE, 18, págs. 123-6]. volver al texto

martes, 14 de octubre de 2008

Poema dedicado al "Saber Psi"



Ha llegado esto a mis ojos y lo comparto con ustedes, resulta interesante, material para elaborar. Acabo de averiguar que la autora es Cristina Martín (Princesa Inca), vinculada con David Campos, premio al web blog de poesía. Página vinculada con Radio Nikosia y así... Un saludo a los "nikosianos" y a sus "ventanas". Abajo en los comentarios David Campos nos lo puntualiza. Un abrazo.


“No tienes derecho a decirme si debo o no debo,
Nadie es más que nadie,
Ni tus libros me valen porque yo tengo los míos
Y a veces no hay libros.
Que la vida es observar
Y notar como duele esa misma vida
En el origen profundo de las venas,
Dejar que te voltee y te hunda,
Mirar si tiene la forma de una ciudad
que visitaste hace años
y que queda en el recuerdo
no tienes derecho a decirme si soy o no soy
porque ser nadie sabe,
que todos somos miedo y alegría
y a la vez agua y hastío
no tienes derecho, jamás,
a decirme si valgo o no
porque no hay números en el alma
ni pastillas para el alma
no hay precio aunque insistan
vendiéndonos en cada esquina,
no tienes derecho, tú, jamás,
a ser yo”

lunes, 13 de octubre de 2008



Nietzsche por Munch


Aforismos del pensador de vida complicada...

ACADEMIA
En todas las instituciones donde no penetra el aire de la plaza pública crece, como un hongo, una corrupción inocente (por ejemplo, en las corporaciones de sabios y en las academias). Humano, demasiado humano.
AFECTO
Nuestras pasiones son la vegetación que cubre la roca desnuda de los hechos. Tratados filosóficos.
El aspecto del mundo sólo nos es soportable cuando le vemos a través del humo del fuego de pasiones agradables, unas veces oculto como un objeto de adivinación, otras empequeñecido y abreviado, otras indistinto, pero siempre ennoblecido. Sin nuestros afectos, el mundo es número y línea, ley y absurdo; en todo caso la paradoja más repulsiva y pretenciosa. Tratados filosóficos.
AFORISMO
...la forma aforística de mis escritos ofrece una cierta dificultad; pero procede de que hoy no se toma esta forma en serio. Un aforismo cuya forja y cuño son lo que deben ser no está aún descifrado porque se le haya leído; muy lejos de eso, pues la "interpretación" entonces es cuando comienza, y hay un arte de la interpretación... Es verdad que, para elevar así la lectura a la altura de un arte, es preciso poseer ante todo, una facultad que es la que precisamente está hoy olvidada por eso pasará aún mucho tiempo antes de que mis escritos sean legibles, de una facultad que exigiría casi la naturaleza de una vaca, y "no" en todos los casos, la de un "hombre moderno": me refiero a la facultad de "rumiar". Más allá del bien y del mal.
...El aforismo, la sentencia en que yo soy maestro y el primero entre los alemanes, son las formas de la "eternidad"; mi ambición es la de decir en diez frases lo que otro dice en un libro, lo que ningún otro dice en un libro... El ocaso de los ídolos.
AGRADECIMIENTO
Muchos favores no inspiran gratitud, sino deseos de venganza, y cuando no se olvida un pequeño favor, éste acaba por convertirse en roedor gusano, Así habló Zaratustra.
El que da algo grande no encuentra reconocimiento, pues el donatario, sólo por recibir la gracia, tiene ya una pesada carga que sobrellevar. Humano, demasiado humano.
Un alma delicada se siente molesta al saber que hay que darle las gracias; un alma grosera, al saber que tiene que darlas. Humano, demasiado humano.
Un alma noble se sentirá obligada al reconocimiento y no evitará ansiosamente las ocasiones de obligarse; igualmente encontrará gusto en sus expresiones de reconocimiento; mientras que las almas bajas se guardan de toda obligación o luego, en la expresión de su reconocimiento, son exageradas y demasiado oficiosas. Humano, demasiado humano.
ALBEDRÍO
Lo que se llama "libre albedrío" es esencialmente la conciencia de la superioridad frente al que debe obedecer. Más allá del bien y del mal.
ALCURNIA
...triunfo de la cultura sobre el orgullo del abolengo. Humano, demasiado humano.
Vuestro honor no lo constituirá vuestro origen, sino vuestro fin.
Así habló Zaratustra.
Se puede estar orgulloso con justo título de una línea ininterrumpida de padres a hijos, de "buenos" abuelos, pero no de la ascendencia en sí, pues cada uno la tiene igualmente. La descendencia de buenos abuelos es lo que constituye la nobleza de nacimiento; una sola solución de continuidad en esta cadena, un solo antepasado malo, suprime esta nobleza. Al que habla de su nobleza, le debemos preguntar: ¿No tienes entre tus antepasados ningún hombre violento, ávido, extravagante, malo, cruel? Humano, demasiado, humano.
En los hijos de los grandes genios estalla la locura; en los de los grandes virtuosos la idiotez, observa Aristóteles. ¿Quería de este modo invitar a los hombres excepcionales al matrimonio? Aurora.
ALEGRÍA
Imaginar la "alegría" ajena y regocijarse con ella es el mayor privilegio de los animales superiores. Humano, demasiado humano.
El que tiene mucha alegría debe ser un hombre bueno; pero quizá no es el más inteligente, aunque alcance los fines a que aspira el más inteligente con toda su inteligencia. Humano, demasiado humano.
Hay "hombres alegres" que se sirven de la alegría porque a causa de ella nos engañamos sobre su carácter, pero quieren precisamente que nos engañemos. Más allá del bien y del mal.
Hay que tomar las cosas con más alegría de la que merecen, sobre todo porque las hemos tomado en serio más largo tiempo del que merecían. Aurora.
Sólo las almas ambiciosas y tensas saben lo que es arte y lo que es alegría. Filosofía general.
La madre de la orgía no es la alegría, sino la ausencia de alegría.
Humano, demasiado humano.

...Menuda ensalada más interesante para pensar...