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Paz y Ciencia

sábado, 24 de enero de 2009

La Niña de los Sueños XLXI

Andaba el niño descalzo por la casa, la institutriz le perseguía con unas zapatillas caras, recién traídas de una tierra donde el calor y la arena son corrientes. El muchacho no escuchaba las tímidas propuestas de abrigo podológico. Al muchacho le gustaba sentir el contraste entre la madera, el mármol, la piedra y las alfombras en un festival de temperaturas y contrastes diversos, le hacían cosquillas los pies.
Sobre una alfombra de terciopelo árabe el muchacho se puso a frotarse los pies, la institutriz asustada por tal gesto se acercó obviand lo ocurrido y le ofreció las zapatillas, la verdad es que no entendía que estaba pasando por esa casa desde hacía ya un cierto tiempo.
El muchacho se calzó esas caras pantuflas y la verdad es que verlo resultaba cómico, al menos así le pareció a la Princesa quien se aseó después de reirse con generosidad. Los hermanos estaban demasiado dormidos y la casa demasiado grande para percibir tal detalle.
Se aproximaba el momento del desayuno. Olía muy bien, el estómago del muchacho rugía, no contento con el festín anterior parecía haber despertado su apetito y el estómago se acostumbraba pronto, quien sabe, tal vez se convirtiera en un gran cocinero, de las patatas cocidas a esos riquísimos guisos no debía de haber tanta diferencia. Estupenda fue la bajada por la escalera, el muchacho se atrevió cuando se vio solo a bajar por la barandilla, larga y firme le proporcionó un tobogán muy gracioso.


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