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Paz y Ciencia

jueves, 7 de mayo de 2009

Robert Graves. Dioses y héroes de la antigua Grecia

Dos rebeliones más
XX
Siguiendo un consejo de la Madre Tierra, los gemelos alóadas —gigantes mortales que cada año se hacían dos metros más altos y medio metro más anchos— decidieron robar el alimento de la inmortalidad, expulsar a los dioses del Olimpo y gobernar ellos el mundo. Primero, capturaron a Ares en su casa de campo de Tracia: lo encadenaron de pies y manos, y lo encerraron en una vasija de bronce. Después, cogieron el enorme monte Pelión y lo pusieron encima de su vecino, el monte Osa, para, de esta forma, poder lanzar rocas sobre el Olimpo desde arriba.
—Me casaré con la reina Hera —alardeaba el mayor, que se llamaba Efialtes.
—Pues yo, con Artemisa —alardeaba Oto, el menor.
Apolo llevó a su hermana aparte y le dijo:
—Artemisa, eres la única que puede salvarnos.
—¿Cómo?
—Prometiéndole a Oto que te casarás con él.
—¡Pero, hermano! ¡Prefiero morir, antes que casarme con él!
—No tienes que cumplir la promesa. Piensa un poco. Puedes enviar fácilmente a los dos gemelos al Tártaro y librarte de ellos.
—¡Es imposible! Hera ha profetizado que ni dioses ni mortales pueden matarlos.
—Probablemente es así, pero todas las profecías tienen una trampa.
Así que Artemisa le prometió a Oto reunirse y casarse con él, en la isla de Naxos. Cuando Hermes le dio a Oto el mensaje de Artemisa, Efialtes se puso muy celoso.
—¿Por qué no ha prometido venir también Hera? —bramó—. ¿Crees que puede preferir a Zeus, antes que a mí? Yo soy mucho más fuerte.
Oto se rió.
—Quizá eres fuerte; pero, ¿cómo quieres que una diosa se enamore de ti, con esa cara tan fea?
—Y la tuya, ¿qué?
—Artemisa la adora.
—¿Tú crees? En tal caso, también puede adorar la mía. Soy el mayor de los dos. ¡Cuando llegue, me casaré con ella, en lugar de hacerlo con Hera!
—No, Artemisa es para mí. Además, ella sabe que yo soy mucho mejor arquero que tú.
—¡Mentiroso! ¡Demuéstralo!
Mientras discutían, Artemisa se disfrazó de una de sus ciervas blancas y pasó corriendo entre ellos. Los gigantes cogieron sus arcos. Oto disparó al animal desde la izquierda y Efialtes lo hizo desde la derecha. Pero Artemisa iba tan deprisa que ambos fallaron y cayeron muertos, cada uno con una flecha atravesada en la cabeza. Ningún dios podía matarlos, tampoco ningún mortal, pero se habían matado el uno al otro.
Hermes condujo a los alóadas al Tártaro, para que fueran castigados, y rescató a Ares, medio muerto, del interior de la vasija de bronce.
La Madre Tierra hizo un último intento por deshacerse de los dioses del Olimpo y creó a Tifón, el monstruo más enorme que jamás se hubiera visto. Tenía cabeza de asno, orejas que tocaban las estrellas, alas que tapaban el cielo y un amasijo de víboras enroscadas en lugar de piernas. Tifón aterrorizó de tal manera a los dioses del Olimpo cuando corrió hacia el palacio escupiendo fuego, que éstos huyeron a Egipto. Zeus lo hizo disfrazado de carnero; Hera, de vaca; Apolo, de cuervo; Poseidón, de caballo; Artemisa, de gato montes; Ares, de jabalí; Hermes, de grulla, etcétera. Sólo Atenea no quiso moverse. Fue ella quien llamó cobarde a Zeus y le dijo que se avergonzaba de ser su hija.
Zeus se ruborizó, retomó su forma habitual y le arrojó un rayo a Tifón, hiriéndole en un hombro. Gritando de dolor, Tifón agarró a Zeus, le golpeó hasta amoratarlo, le quitó los tendones de las manos y de los pies para dejarlo inútil y lo puso bajo la custodia de un monstruo hembra llamado Delfine.
Poco después, Tifón pidió a las parcas una medicina para su dolor del hombro. Ellas, en silencio, le dieron unas manzanas y continuaron hilando. Tifón mordió la fruta con sus enormes dientes, pero las parcas le habían engañado y le habían dado unas manzanas de la muerte. A medida que el veneno surtía efecto, Tifón se sentía cada vez más débil.
Hermes, Apolo y Pan fueron a la cueva de Delfine por la noche. De repente, Pan dio un grito horrible y asustó mortalmente a Delfine. Mientras, Hermes se coló sin ser visto en la gruta, robó los tendones de Zeus de una vasija que había bajo la cama y volvió a ponérselos al dios. Apolo, por su parte, mató a Delfine de un flechazo. Zeus lanzó gran cantidad de rayos sobre el débil Tifón y, finalmente, lo aplastó con una enorme roca. Aquella roca es hoy el monte Etna, en Sicilia. De vez en cuando, el ardiente aliento de Tifón surge con fuerza por el cráter, arrojando humo, lava y piedra pómez.

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