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Paz y Ciencia

martes, 5 de enero de 2010

Documentos Fragmentarios

Historiadores en busca de pruebas.

de 'El aprendiz de historiador y el maestro-brujo',

pág. 189 y sigs.

Piera Aulagnier.

Si la clínica nos da a oír historias llenas de silencio y de furor, tanto más significantes porque su sentido se nos escapa, la historia teórica trata de las causas responsables de este aparente nosentido, de los blancos diseminados por ciertos capítulos, de las repeticiones, de la confusión de los tiempos y de los géneros, que en grados diversos aquejan a esas autobiografías.

Pero sea profano o teórico el autor, un mismo interrogante parece estar en el centro de su interés: ¿qué causa puede dar razón de ese combate que nunca se gana y nunca se pierde de manera definitiva, y que el yo periódicamente debe librar para apropiarse de posiciones y defenderlas, posiciones sin las cuales no podría ni orientarse, ni auto-investir su propio espacio identificatorio, conquistado a brazo partido y nunca a salvo del riesgo de ser colonizado por un amo extranjero o reconquistado por un adversario interno que tratará de excluir al propietario legítimo?

Para precaverse de este doble peligro, el yo tendrá que conservar a su disposición títulos de propiedad que garanticen, a él y a los demás, el carácter inalienable de su espacio corporal y de su espacio psíquico.

Pero sucede que el yo ha perdido la mayor parte de los documentos que demostraran cómo, desde su advenimiento, ha desbrozado centímetro a centímetro una pequeña superficie del espacio psíquico para hacérsela habitable; cómo ha conseguido, en un combate con desiguales armas, desalojar a esos seres arcaicos y fantasmáticos que fueron sus primeros y únicos habitantes; cómo ha debido aliarse, para conseguirlo, al yo de los que ya habían operado ese trabajo en su propia psique, al tiempo mismo que lograba rehusarles el derecho de ser los únicos en decidir sobre cultivos permitidos o prohibidos.

Para dar testimonio de que este espacio es en efecto el suyo, de que su pasado de propietario atestigua a ojos de la 'ley' que no es un usurpador ni un extranjero entrometido en un lugar del que no conocería ni la lengua, ni las prohibiciones, ni los indicadores espaciotemporales, el yo no encontrará en sus archivos más que relatos breves, más o menos verídicos, contratos más o menos preteridos, partes de victoria o de derrota que solo atañen a una pequeña parte de las batallas determinantes de su historia y, además, privilegiadas por razones que hasta le resultan enigmáticas.

La tarea del yo consistirá en transformar esos documentos fragmentarios en una construcción histórica que aporte al autor y a sus interlocutorres la sensación de una continuidad temporal. Solo con esta condición podrá anudar lo que es a lo que ha sido y proyectar al futuro un devenir que conjugue esa posibilidad y el deseo de un cambio con la preservación de esa parte de cosa 'propia', 'singular', 'no transformable', que le evite encontar en su ser futuro la imagen de un desconocido, que imposibilitaría al que la mira investirla como la suya propia.

El proceso identificatorio es la cara oculta de ese trabajo de historización que transforma lo inaprehensible del tiempo físico en un tiempo humano, que reemplaza un tiempo perdido definitivamente por un discurso que lo habla.

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