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Paz y Ciencia

miércoles, 31 de marzo de 2010

El caso Bea

Emilce Dio Bleichmar, quien dirige en la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid), un curso de posgrado de psicoanálisis junto a Hugo Bleichmar escribió el "Manual de Psicoterapia de la relación padres e hijos".
Nos encontramos con el caso Bea, que difícilmente puedo describir con exactitud en las líneas venideras. Habría que ir al material pero no por ello dejaré de intentarlo.

Bea es una niña que parece tener un retraso cognitivo, aunque jugando (técnica analítica como terapéutica con niños) con Dio Bleichmar parece hacer grandes avances. Dio Bleichmar comparte con ella un espacio que abre a sus padre, Ana y Paco. Hay otra hermana Cari.
Bea estuvo con una infección, cuando apenas era un bebé, por ello tuvo que estar atada a la cama y se le fue administrando el antibiótico por la cabeza. Eso hizo que tenga una cierta inclinación a sentirse identificada con niños con problemas.
Ana, la madre, a la que desnuda Dio Bleichmar diciendo algo así como que "Tú también habrás tenido tu historia personal" es muy revelador para entender la cantidad de ansiedad, la hiperexcitación que le transmite a la niña y la fantasmática que hay detrás de la preocupación.
Como dice Dio Bleichmar, los padres no son conscientes de que los sentimientos de ellos afectan a los sentimientos de sus hijos.
La madre de Bea, Ana, había sido abandonada porque sus padres se fueron a EEUU a trabajar y fue criada por su tía, que no tenía hijos. Esto hizo que Ana quisiera ofrecer a Bea un maternaje suficientemente bueno, pero las dificultades traumáticas derivadas de las intervenciones del hospital y su propia angustia, que se transmite con reproches hacia su marido y la niña, impiden el proceso de la niña, que ya había sido vista por otros terapeutas sin mejora sustancial.
Dice Dio Bleichmar: Bea, como bebé, se topa un exceso de realidad, exceso de realidad estimulante, exceso de realidad carencial. El problema del psiquismo de Bea no es sólo cómo conquistar la realidad o adquirir la prueba de realidad, sino cómo se constituye un espacio psíquico que permita procesar la realidad intepersonal, significarla -o sea que lo que sucede entre las personas tenga un sentido- y adquirirla de forma creciente en su complejidad, inhibiendo o ignorando el exceso de realidad.
[...] El trabajo con los padres -por medio de sugerencias de cómo podían tener éxito con palabras adecudas para la edad y el grado de excitabilidad de la niña, evitando las largas explicaciones pedagógicas y atentos a sus propias formas de excitación y ansiedad- posibilitó darle sentido a la conducta excitada, desajustada y por momentos caótica de Bea. De este modo Bea se fue transformando a los ojos de ellos en una niña con una vida interior, con fuerte capacidad de determinación y deseos de ser querida, quedando atrás la figura de la retrasada mental que operaba como una creencia matriz pasional traumática para ambos padres.
Evoco el Caso Dominique de Françoise Doltó, un caso de un niño de 14 años que acude por retraso mental demostrado en el colegio y se muestra una personalidad psicótica, las emociones siempre interceden más en el nivel de maduración cognitiva que el C.I.
Dice Dio Bleichmar: Con Bea se trabajó, básicamente, intentando ayudar a los padres en la regulación emocional en general, y de la ansiedad en particular, de forma que se proporcionara a la niña un contexto adecuado para el desarrollo de su self y de su inteligencia [...] Cuando un medio temprano es ampliamente no facilitador, el uso de las funciones mentales genera displacer y desaliento [...] y con anterioridad a que los mecanismos de defensa se establezcan apropiadamente el infante es capaz de impedir las experiencias mentales displacenteras por medio de la inhibición del desarrollo del proceso mental en sí mismo, que es una defensa generalizada y primitiva (Fonagy y otros, 1993). La diferencia que se remarca en torno a procesos mentales en contraposición a procesos representacionales es la diferencia entre la operatoria mental que permite el fantasear y una fantasía en concreto. Bea no jugaba, no fantaseaba, su mente sólo reproducía modelos o palabras oídas, pero el motor de su subjetividad, de su self, no funcionaba. Nadie le había reconocido para que ella pudiera mirarse y reconocerse en los mensajes de los otros sobre ella.

[...] "inicialmente el niño no tiene una participación intencional en el trauma, pero es posible que, como un acto de organización posterior, transfiera las malas intenciones de otras relaciones conflictivas hacia el trauma con el fin de otorgarle significado a una experiencia que de lo contrario resulta confusa y aterradora. Después de todo, el mundo puede resultarle más tolerable a un niño pequeño si piensa que su madre lo dejó porque era un niño malo, que si debe enfrentarse al hecho de que su madre simplemente lo abandonó" (Killingmo, 1989)

En cuanto al trauma y el trastorno por déficit dice Dio Bleichmar: Bea era extremadamente pequeña; a esa edad el hipocampo es inmaduro, pero no así la amígdala, lo que implica que al mismo tiempo que el estrés anula o deteriora el recuerdo explícito, puede reforzar el recuerdo emocional inconsciente. Ésta sería la base material cerebral del concepto de trauma temprano.

Y dice más abajo:
El concepto de trauma en términos económicos se funda, como enunció Freud (1926), en el fracaso de la barrera contra estímulos de gran intensidad, frente a los cuales la psique se halla impotente para procesar la sobrecarga emocional. Posteriormente, los trabajos de Balint (1969) y Winnicott contribuyeron a situar la barrera contra los estímulos traumáticamente ansiógenos en las condiciones ambientales. En esa línea se inscribe la teoría de Masud Khan (1963) sobre el trauma acumulativo, como uno de los antecedentes en la teoría psicoanalítica de la concepción actual sobre el rol fundamental que cumple la figura de apego en la regulación de la ansiedad patogénica. Khan sostenía que "el escudo protector del infante es el yo auxiliar que provee la madre". En este sentido, podríamos sostener que Bea experimenta un estado de indefensión junto a Ana, quien no puede funcionar como yo auxiliar, y que explicaría el hecho curioso de la estancia de Bea en el hospital, donde a pesar del dolor infligido en su cuerpo, no parece haberse sumido en un estado de angustia comparable al período anterior. De hecho, la niña pareció haberse sentido protegida, atendida allí, y no desarrolló posteriormente comportamiento alguno de temor ni fobia a los médicos.

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