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Paz y Ciencia

domingo, 25 de abril de 2010

Sueños diurnos

Recoges en un paso firme y despreocupado la fuerza que arremete la vida de quien sueña,
soñando despierto o soñando dormido, ya es difícil discernir cuando hablamos de vigilia o sueño, sólo sé que tú estás allí intentando hacer un encaje que cierra las penumbras de una vida pensada, pensada hasta el hastío. Alguien me decía que no pensara tanto, tal vez tuviera razón, como reflejo de su deseo inadvertido, como formación reactiva de un deseo imposible. Queriendo transmitir un mensaje de afecto solidario, el exacto momento de juntar nuestros queridos brazos, a veces hermoso otras alarmante, una escena altisonante, cambiante y modulada, recuerdo aquello que decía el sabio, lo único inmutable es el cambio. Desde que recordara tu secreto y viera tus ojos supe que allí estaba el enigma de tu ser, quise acercarme a verte, a conocerte y a intimar un poco.
La estampa fue distinta a lo soñado, pero el recuerdo siempre deja un poso distorsionado que se ancla al deseo. En esta vida, estamos intentando construir la casa de nuestra vida, ladrillo por ladrillo, deseo por deseo, ahora intento ver dentro de tus ojos lo que quieres decirme, y sé que es tan bello que tus palabras inocentes no pueden capturar todo lo que tu eterna dulzura puede indicarme cuando te acurrucas.
El sueño es un aspecto vital en la fuerza de la fantasía, estar viviendo en ese mundo hace que me sienta bien, volver a la realidad empírica me abruma, la vida es un residuo de certeras impresiones y falsas percepciones. Cerrado en mundo dulce cuya permanencia quema y derrite el dulzor como el tiempo hace con una manzana caramelizada, el éxito está en un clamor, aquel que rezuma vida y un modo de mirarse más ajustado. Poco a poco y encerrado en ese mundo, con una madriguera que día a día me lleva a la realidad, a veces sobre cuatro ruedas otras sobre un autobús, el efecto es el del encuentro con el sombrerero loco, y yo me planteo, quién es el loco. Cuando los conejos corren con un reloj, cuando los gatos desaparecen y cuando uno puede cambiar de tamaño. Quizá tuvieran razón Merton, Durkheim o Castilla del Pino, la alienación nos deja inadvertidamente sin sentido, creo que leeré algo más de Victor Frankl.

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