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Paz y Ciencia

miércoles, 4 de abril de 2012

Herbert Marcuse: Sociedad, Cultura y Psicoanálisis



Célebre por su ensayo "Eros y civilización" (1955), y luego por la influencia que su obra ejerció sobre los estudiantes protestarios a fines de los años sesenta en Europa y Estados Unidos, Herbert Marcuse es uno de los primeros filósofos que abrió un diálogo entre freudismo y marxismo. Testigo y juez implacable de la sociedad moderna, denuncia en ella "la identificación del principio de realidad con el principio de rendimiento". Según él, el hombre está condenado, si no reacciona, a convertirse en un animal enfermo golpeado en su vida más profunda por una cultura "superrepresiva".
Herbert Marcuse nace en Berlín en 1898, y estudia filosofía en las universidades de dicha capital y Friburgo. En 1933 debe emigrar a causa de su origen judío, y se dedica a la enseñanza en Estados Unidos. Trabaja sucesivamente en las universidades de Columbia y de Harvard; más adelante, obtiene una cátedra de filosofía en la universidad de Boston y es designado profesor de ciencias políticas en la universidad de California (San Diego).
La diversidad de la obra de Herbert Marcuse refleja la evolución que lo condujo de Hegel a Freud. Después de publicar en 1932 "La ontología de Hegel y el fundamento de una teoría de la historicidad", en 1936 escribe, en colaboración con Theodor Adorno (quien fue muy importante por sus teorías acerca de la personalidad autoritaria), "Estudios sobre la autoridad y la familia". Así concluye su obra alemana. Después, aparecen en Estados Unidos "El marxismo soviético, un análisis crítico"; Eros y civilización (1955) -que le otorgará notoriedad mundial-; y "El hombre unidimensional" (1967).
Herbert Marcuse se esfuerza por demostrar que el pesimismo de Freud en cuanto al porvenir de la cultura carece de fundamento. En "El malestar en la cultura", Freud demuestra que, a pesar de sus promesas, la cultura no ha hecho feliz al hombre. Por sus exigencias, aquella impone la represión de todas las pulsiones sexuales y agresivas, obligándoles a sublimarse en el trabajo. Dicha represión, que se encuentra en el origen de la proliferación de las neurosis, no es menos indispensable para el desarrollo de la cultura. Para Freud existe una antinomia irreductible entre trabajo y sexualidad. Por otro lado, el carácter privado de la pareja no puede armonizar sin conflictos con la exigencia de un lazo social universal. De allí el desarrollo, en la sociedad moderna, del sentimiento de culpa y de la agresividad reprimida. Así, Freud considera que todo el porvenir del mundo está ligado a la lucha eterna entre la pulsión de la vida y la de muerte, entre Eros y Thánatos.
Herbert Marcuse no impugna el análisis de Freud. La etnóloga Margaret Mead, por ejemplo, ha demostrado que los indígenas de las islas de Samoa ignora la mayor parte de las represiones occidentales. Marcuse se apoya en este ejemplo y en las teorías freudianas para sostener que es posible una cultura no represiva. La cultura occidental, según él, no solo es represiva, sino "superrepresiva" sin necesidad real.
Esta posición radical condujo a Herbert Marcuse a transformarse en el adversario encarnizado de las tesis culturalistas (Karen Horney, Sullivan, Fromm), a las que reprocha haber convertido el psicoanálisis en una simple ideología de la adaptación.

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