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Paz y Ciencia

lunes, 2 de abril de 2012

La capacidad de amar y ser amado

Existe una diferencia entre la capacidad de amar y la capacidad de ser amado. Me he percatado de ella paulatinamente -y con tozudez- mientras un grupo tras otro se esforzaba por redactar la lista de fortalezas y virtudes que culminó en las 24 fortalezas expuestas en el capítulo 9. Desde el comienzo, en el invierno de 1999, todos los grupos de trabajo que formé valoraban de forma muy positiva las "relaciones íntimas" o el "amor" en su lista de fortalezas, pero fue necesario que George Vaillant diera una reprimenda al equipo dedicado a la clasificación de las fortalezas por omitir lo que él llamó la "Reina de las fortalezas" y nos hiciera ver la diferencia [...]

¿Cuál de estas descripciones se corresponde mejor con la relación romántica más importante que ha tenido en su vida?
1. Me resulta fácil acercarme a los demás y me siento cómodo dependiendo de ellos y que éstos dependan de mí. No suelo preocuparme por que me abandonen, o por que alguien intime demasiado conmigo.
2. Me siento un tanto incómodo intimando con otras personas. Me cuesta confiar en ellas totalmente, permitirme depender de ellas. Me pongo nervioso cuando alguien intima demasiado, y a menudo mis compañeros sentimentales quieren que intime más de lo que a mí me resulta cómodo.
3. Veo que otras personas son reacias a intimar conmigo como me gustaría. A menudo me preocupo de que mi pareja no me quiera de verdad o no desee permanecer conmigo. Quiero fundirme por completo con la otra persona y a veces este deseo asusta a la gente.

Aquí se plasman tres modos de amar y ser amado en personas adultas y existen pruebas fehacientes de que se originan en los primeros años de la infancia. Las relaciones sentimentales que encajan con la primera descripción se denominan "seguras", las segundas "elusivas" y las terceras "ansiosas".
El descubrimiento de estos estilos románticos es un relato fascinante en la historia de la psicología. Tras la Segunda Guerra Mundial, la preocupación en Europa sobre el bienestar de los huérfanos aumentó de forma considerable, ya que innumerables niños cuyos padres habían muerto se encontraron bajo la tutela del Estado. John Bowlby, psicoanalista británico de tendencia etológica, demostró ser uno de los observadores más perspicaces de aquellos desventurados niños. En esa época, la idea imperante entre los asistentes sociales reflejqaba la realidad política del momento. Creían que si un niño recibe el alimento y el cuidado de no una sino varias personas, este hecho carecería de especial relevancia en su futuro desarrollo. Con este dogma por telón de fondo, los asistentes sociales tenían autorización para separar a muchos niños de sus madres, sobre todo cuando éstas eran muy pobres o no tenían marido. Bowlby empezó a estudiar detalladamente el desarrollo de estos niños y descubrió que el mismo era bastante desfavorable, siendo el robo uno de los delitos mñas habituales. Una cantidad sorprendente de los jóvenes ladrones habían sufrido en sus primeros años de vida la separación prolongada de sus madres, y Bowlby determinó que estos jóvenes "carecían de afecto, de sentimientos, solo mantenían relaciones superficiales, eran iracundos y antisociales". (Véase el libro de Winnicott con Clare Britton: "Deprivación y Delincuencia"). La afirmación de Bowlby de queel fuerte vínculo entre madre e hijo era irremplazable fue recibida con un clamor de hostilidad por parte de los académicos y las instituciones. Los académicos, influidos por Freud, solo aprobaban que los problemas infnatiles surgieran de conflictos internos no resueltos, no de experiencias negativas en el mundo real, y la gente dedicada al bienestar infantil consideró suficiente -y mucho más práctico- atender únicamente las necesidades físicas de los niños a su cargo. A partir de esta controversia se realizaron las primeras observaciones verdaderamente científicas de niños separados de sus madres.
Durante aquella época, a los padres se les permitía visitar a sus hijos enfermos hospitalizados una vez al mes durante solo una hora. Bowlby filmó estas separaciones y registró lo que ocurria a continuación, descubriendo tres etapas. La primera era la de protesta, que consistía en llorar, gritar, aporrear la puerta y zarandear la cama, y que duraba varias horas, o incluso días. Le seguía una etapa de desesperación, caracterizada pro gimoteos y apatía pasiva. La última etapa era de indiferencia, consistente en el alejamiento respecto a los padres, pero con una sociabilidad renovada hacia otros adultos y niños, y la aceptación de un nuevo cuidador. Los más sorprendente es que al alcanzar la etapa de indiferencia, si la madre del niño regresaba, este no mostraba alegría ante el reencuentro. Las actitudes actuales ante el bienestar infantil y el trato más humano que se ofrece en los hospitales son consecuencia indirecta de las observaciones de Bowlby. (Ver Teoría del Apego).

Inspirado en Martin Seligman: "La Alegría de Vivir". Ediciones B. 2008. Barcelona.
pp.: 280-283

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