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Paz y Ciencia

miércoles, 11 de abril de 2012

La Evolución y el Sentimiento Positivo




En el mundo en el que los psicólogos se sienten más a gusto, los sentimientos positivos acerca de una persona o un objeto hacen que nos acerquemos a ellos, mientras que los sentimientos negativos nos conducen a evitarlos. El delicioso aroma de los pastelitos de chocolate muentras se hornean nos acercan al horno y el olor repulsivo del vómito nos lleva a cambiar de acera. Pero se supone que las amebas y los gusanos también se acercan a lo que necesitan y evitan las dificultades, utilizando sus facultades sensoriales y motoras básicas sin sentimiento alguno. Sin embargo, en algún punto de la cadena evolutiva unos animales más complejos adquirieron el escurridizo revestimiento de una vida emocional. ¿Por qué?
La primera gran pista para desentrañar esta cuestión consitituye un tema espinoso que procede de comparar la emoción negativa con la positiva. Las emociones negativas, como el temor, la tristeza y la ira, son nuestra primera línea de defensa contra las amenazas externas, que nos emplaza a los puestos de combate. El temor es la señal de que nos acecha un peligro, la tristeza nos anuncia que la pérdida es inminente y la ira indica que alguien está abusando de nosotros. En la evolución, el peligro, la pérdida y la ofensa son amenazas para la supervivencia. Más que eso, estas amenazas externas son juegos de victoria-derrota -o de resultado cero- en los cuales lo que una persona gana quda exactamente equilibrado por la pérdida que sufre la otra persona. El resultado neto es cero...
Todas las emociones tienen un componente sentimental, uno sensorial, uno de reflexión y uno de acción. El componente sentimental de todas las emociones negativas es la aversión: indignación, temor, repulsión, odio y similares. Estos sentimientos, como todo aquello que vemos, oímos y olemos, se inmiscuyen en la conciencia e invalidan todo lo que está pasando. A modo de alarma sensorial que avisa de la inminencia de un juego de victoria-derrota, los sentimientos negativos movilizan a todos los individuos para descubrir cuál es el problema y eliminarlo...
Yo fui anticonductista desde el comienzo, aunque trabajé en un laboratorio conductista. La indefensión aprendida me convenció de que el programa conductista estaba equivocado. Los animales, y sin duda las personas, podíam computar las relaciones complejas en el momento de los sucesos (como "No importa nada de lo que haga"), y podían extrapolar esas relaciones al futuro ("Ayer me sentí indefenso e independientemente de las nuevas circunstancias, hoy volveré a sentirme indefenso"). Comprender contingencias complejas es el proceso que se denomina "criterio", y extrapolarlas al futuro es el proceso que determina la expectativa. Si nos tomamos en serio la indefensión aprendida, tales procesos no pueden explicarse de forma convincente con el argumento de que son epifenómenos, porque provocan el comportamiento de una de las explosiones que deribó la casa de papel del conductismo e hizo que en la década de los setenta se entronizara la psicología cognitiva en el feudo de la psicología académica...
No apliqué esta lógica a las emociones positivas, ni a mi teoría ni a mi vida privada. Las sensaciones de felicidad, buen talante, vivacidad, autoestima y alegría siguieron siendo como la espuma para mí. En mi teoría, dudaba de que tales emociones causaran algo en algún caso o incluso que pudieran aumentarse si se diera la circunstancia de que uno no fuera lo suficientemente afortunado de haber nacido con dosis abundantes de las mismas. En "Niños optimistas" escribí que los sentimientos de autoestima en concreto, y la felicidad en general, se desarrollan como efectos secundarios del hecho de que a uno le vaya bien en la vida. Por maravillosos que puedan ser los sentimientos de autoestima elevados, intentar obtenerlos antes de estar a buenas con el mundo sería confundir profundamente el medio y el fin. O eso es lo que yo pensaba.

Fragmento del capítulo 3 del libro de Martin Seligman: "La Alegría de Vivir", pionero de la Psicología Positiva. Aquí nos explica, entre otras cosas, su cambio de orientación y de paradigma, su ideología, su modelo de trabajo y cómo se orientó a focalizar en los aspectos positivos, vitalistas, aptitudes, capacidades y recursos en lugar de la psicopatología (nos dice que fue pionero del paradigma de la indefensión aprendida, modelo científico de la depresión). Algunos se cuestionan si es serio este enfoque, particularmente psiquiatras que están acostumbrados a tratar la enfermedad, no a la persona, es un modelo muy riguroso. Solo hay que ver las referencias que aparecen al final del libro y los experimentos en los que se apoya su narrativa. Les invito a investigar e implementar el paradigma de la psicología positiva, sea usted profesional o no. Rodrigo Córdoba Sanz

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