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Paz y Ciencia

domingo, 15 de abril de 2012

Lo que sabe la gente Feliz



Estaba en casa de unos amigos y he visto un libro cuyo título me ha agradado: "Lo que sabe la gente feliz", del Dr. Dan Baker y Cameron Smith. Editorial Urano.
Dan Baker ha sido durante quince años director del galardonado Life Enhancement Program en Cayon Ranch. Fue también director fundador del departamento de medicina conductista en este mismo centro.
Cameron Smith es autor de 14 libros, entre ellos varios bestsellers, y sus obras se han publicado en nueve idiomas.

He abierto una página al azar (Pp. 85-87), que se titula "El antídoto contra el Miedo" y dice así:

Hoy vi a un hombre feliz, un hombre rebosante de vida. Lo vi en la TV, y desprendía tal vitalidad que parecía que iba a saltar fuera de la pantalla.
Dijo que tenía el trabajo más fabuloso del mundo y, al mirarlo, uno no podía dudarlo. Era bombero, acababa de salir del trabajo y todavía tenía el casco sucio, lleno de cenizas, pero lo llevaba como una corona.
-¡Nos gusta lo que hacemos! -le estaba diciendo entusiasmado a un reportero, claramente orgulloso y con razón-. Somos los tíos que corremos hacia el fuego mientras todo el mundo huye.
Me impresionó esa expresión, y la alegría que emanaba de él cuando la dijo. Es una metáfora perfecta del tipo de personas que todos necesitamos ser, si queremos ser verdaderamente felices. Necesitamos estar dispuestos a arrojarnos de cabeza al infierno de nuestros miedos más horrendos, con los ojos abiertos, y el intelecto y el espíritu en ristre, aun cuando nuestros instintos de supervivencia nos chillen: "¡Huye! ¡Huye! ¡Sal de ahí!".
Eso requiere valor, y por eso el coraje es uno de los requisitos de la felicidad.
La valentía, dicen, no es falta de miedo, sino la capacidad de actuar a pesar de él. Pero ¿de dónde viene esa capacidad? ¿Qué poder da la fuerza para vencer esa temblorosa, nauseabunda sensación de miedo?
Solo un poder es así de fuerte: el amor.
En el análisis final, los seres humanos solo tenemos dos sentimientos esenciales, primordiales: miedo y amor. El miedo nos impele a sobrevivir, y el amor nos capacita para progresar. Este par de sentimientos complementarios ha sido la fuerza impulsora de la historia humana.
El miedo es producto del cerebro reptil, grabado en todas las fibras de nuestro ser, y el amor es producto del cerebro superior neocortical. Donde residen el espíritu y el intelecto. Así pues, el baile del espíritu con el reptil, el movedizo equilibrio entre el el neocórtex y el cerebro reptil, es el baile del miedo con el amor.
Para ser feliz, el amor debe dirigir ese baile.
Pero el amor, con todo lo que hablamos de él, sigue siendo un término sin forma definida, con muchos significados, algunos muy contradictorios. Algunas personas, por ejemplo, equiparan el amor con el sentimiento de deseo, mientras que otras lo consideran satisfacción. Amor puede significar amor romántico, o uno muy diferente, el amor de un progenitor por un hijo. En ese sentido, el amor de un progenitor por su hijo difiere muchísmimo del amor de un hijo por un progenitor. Los hijos tienen necesidades, y los padres necesitan ser necesitados, y a ambos sentimientos los llamamos amor.
Sin embargo, en la contienda de la felicidad, solo hay un elemento especial del amor que importa realmente: el aprecio.
El aprecio es la forma más sublime y pura del amor. Es la forma de amor que irradia y se renueva, que no depende del afecto romántico ni de lazos familiares. Las personas que aprecian verdaderamente sienten lo mismo por el objeto de su aprecio esté presente o ausente. Aprecian aunque, según criterios objetivos, el objeto no sea digno de aprecio. El aprecio no pide nada y lo da todo.
Cuando uno entra en el estado activo del aprecio, ya sea algo tan corriente como una puesta de sol o tan profundo como el amor en los ojos de un hijo. El mundo normal se detiene y comienza un estado de gracia. El tiempo puede quedarse detenido, o precipitarse como una cascada. Los sentidos se intensifican o se bloquean. Fluye la creatividad, el ritmo cardiaco se hace más lento, las ondas cerebrales se convierten en suaves oscilaciones, y desciende una exquisita calma sobre todo nuestro ser. Durante el aprecio activo, el cerebro, el corazón y el sistema endocrino funcionan en sincronía y sanan en armonía.
Más importante aún que todo eso, durante el aprecio activo, se suspende el acceso de los mensajes amenazadores de la amígdala y la angustia instintiva del tronco encefálico al neocórtex, donde podrían corromperse, reproducirse y convertir el flujo de pensamientos en un frío río de miedo.
Es una realidad neurológica que el cerebro no puede encontrarse en estado de aprecio y en estado de miedo al mismo tiempo. Estos dos estados pueden alternarse, pero son mutuamente excluyentes.


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