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Paz y Ciencia

miércoles, 4 de abril de 2012

Sobre Epicteto

"No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede" Epicteto.

Epìcteto, el proteganonista de la historia que vais a leer a continuación, vivió entre los 55 y 135 de nuestra era. Fue esclavo durante toda su niñez y obtuvo su libertad gracias a sus prodigiosas dotes para la filosofía. De hecho, se convertiría en uno de los intelectuales más prestigiosos de su momento, con una fama muy superior a Platón, tanto entre romanos como griegos.
Posteriormente, la historia también le ha hecho justicia y, hoy en día, es considerado uno de los grandes filósofos de todos ls tiempos. Sus ideas han dejado huella en muchas de las corrientes de pensamiento que conocemos en la actualidad, incluido el cristianismo. Epicteto nos dejó escritos, pero sus discípulos recogieron sus palabras, que hoy podemos encontrar en dos libros, el Enchyridon y los Discursos.

Aquí va la LEYENDA:

El joven Epícteto acarreaba varios bultos esquivando a los transeúntes que se cruzaban sin cesar por la Vía Magna de Roma, la principal calle comercial de la ciudad. Delante de él, su amo Epafrodito aceleraba el paso, indiferente a las dificultades que su tenía para seguirle cargado como iba.
Epafrodito estimaba a Epícteto, su joven sirviente, sobre todo por su increíble inteligencia. En cuanto se tropezó con él siendo sólo un niño en su ciudad natal, Hierápolis, en Turquía, se dio cuenta de que era un superdotado y quiso tenerlo entre sus esclavos. Ese mocoso de apenas 4 años de edad leía y escribía en griego y latín y ¡nadie le había enseñado! Había aprendido solo a base de leer rótulos en las tiendas y en los templos.
Años después, ambos se trasladarían al centro del mundo, a Roma, la capital del Imperio, donde Epafrodito empezaría a medrar como comer. Leciante de artículos de lujo.
Aquella mañana, amo y sirviente se dirigían a la villa de Amalia Rulfa, una viuda millonaria que habitaba cerca del Foro. Le llevaban unas muestras de ricos perfumes de Persia y telas de Oriente. Con tanto paquete, Epícteto apenas alcanzaba a ver dónde andaba y, en ese momento, se cruzaron dos chiquillos a la carrera. Uno de ellos se abalanzó sobre él, le hizo perder el equilibrio y cayó al suelo. Como en cámara lenta, Epícteto vio cómo el frasco del perfume más caro saltaba por los aires y describía una corta parábola para aterrizar encima de los adoquines: "crash", cristales rotos y salpicaduras de perfume sobre sus ropas.
El tiempo se detuvo unos instantes. De repente, un ruido seco y un escozor tremendo en su muslo izquierdo le devolvieron a la realidad. ¡Su amo Epafrodito le estaba golpeando con su duro bastón de roble!
- ¡Toma, bandido, así aprenderás a ser cuidadoso! -le gritaba lleno de cólera mientras le pegaba una y otra vez en la misma pierna. Epafrodito estimaba sincieramente a su sirviente- de hecho, le pagaba una cara educación en una academia de filosofía-, pero tenía un legendario carácter irascible e impulsivo. De hecho, el joven Epícteto, como mano derecha, le servía de freno en la mayor parte de sus discusiones con proveedores y clientes, pero cuando su ira se descargaba sobre él, ya no tenía quien le protegiera. De todas formas, en la antigua Roma, no era noticia que un amo golpease sádicamente a su esclavo. Simplemente, era de su propiedad.
Sin embargo, aquella mañana sí se formó un corro en torno a los dos hombres, pero por una razón completamente inusual. Para asombro de todos los que contemplaban la escena, el joven sirviente no abría la boca para quejarse ni expresar ningún dolor. Simplemente, miraba a su amo con aire de indiferencia, cosa que aún enfurecía más a su señor.
- ¿No te duele, insolente? ¡Pues ahí tienes doble ración! -gritó el comerciante pegándole tan fuerte que ya estaba sudando a mares.
Epícteto seguía sin inmutarse hasta que finalmente abrió la boca para decir:
- Cuidado, señor, que si seguís así, vais a romper vuestro bastón.

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