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Paz y Ciencia

miércoles, 30 de mayo de 2012

Alfredo Painceira continúa con Winnicott




[...] Agregando: "Me parece que el juego recíproco entre la originalidad y la aceptación de la tradición como base para la inventiva es un ejemplo más y muy incitante, del que se desarrolla entre la separación y la unión". Winnicott.
Esta última frase tiene un contenido análogo al que expone Paul Ricoeur, unos años antes, cuando destaca que pertenencia y distanciación son dos actitudes complementarias que se articulan en la vida de la sociedad, la pertenencia asgura la identidad, y se apoya en lo ya establecido, en lo que el autor denomina ideología, ya que a cambios politicos y sociales se refiere, y la distanciación nos permite recogernos en nuestro interior para proponer cambios que cada generación aporta y se relaciona con la utopía. En un sentido algo diferente, Ortega y Gasset, en El hombre y la gente, nos habla de dos actitudes que se articulan en la vida del hombre, ensimismamiento y alteración, y en un nivel diferente, que es introducción a la psicopatología, Minkowski nos habla de dos principios que deben articularse en su funcionamiento, la sintonía, que denomina contacto vital con la realidad, que nos conecta con el ambiente y nos hace vibrar con sus cambios, y el ímpetu personal, que lleva al hombre a recogerse en sí mismo, para salir y poner su sello personal en la realidad circundante.
Diferencia e identidad: es bueno señalar al respecto Minkowski, en El tiempo vivido, nos dice que la creación que surgía del ímpetu personal debía volver a insertarse en la realidad para que tuviera un sentido ese sello personal que pongo en ella; de lo contrario, si hubiese una "pérdida del contacto vital con la realidad", el aporte no sería tal sino un gesto extravagante que se perdería.
No hace falta decir que, al hacer estas comparaciones, mi intención es ampliar el horizonte que la obra de Winnicott nos abre en otras direcciones y recalcar la importancia del planteo de determinados problemas y recalcar la importancia del planteo de determinados problemas en la época en que a Winnicott le tocó ser creador sobre la base de la tradición y cómo hay un grupo de autores afines que hicieron posible sus desarrollos, y que se oponían a otros pensadores que basaban la violencia de sus propuestas en la idea de poder efectuar "una creación ex-nihilo".
Pienso en los equívocos del sentido que se ha dado a las palabras "hombre nuevo", que un sentido se refiere a una conversión interior, a un cambio interior, y que, en la dialéctica revolucionaria de estos últimos años, era algo así como una manufactura, una elaboración violenta, en la cual un grupo se arrogaba el derecho de hacer al hombre de acuerdo con sus designios.
Esto nos introduce en un nuevo nivel de problemas, los inherentes a la zona transicional, en que lo subjetivo, incomunicable en forma directa, y la realidad compartida, confluyen, esa zona en que yo hago mía esa realidad al mirarla desde mi punto de vista personal e intransferible, e interpretarla, otorgarle un sentido; en esa zona intermedia, radicarán nuestros valores, nuestras creencias, en ella estamos cuando escuchamos un concierto que nos conmueve, o miramos un paisaje o contemplamos a un hijo, o tenemos una experiencia profunda.
Pero esta zona tiene un origen muy modesto, para la visión del adulto, y enormemente importante desde el punto de vista del niño.
Finaliza la posición depresiva, y el sujeto debe enfrentar el doble problema de la separación de la madre y de, superando las ansiedades de separación concomitantes, proseguir creativamente con su propia vida... En un momento dado, estando el chico dispuesto a crear un objeto que necesitará como primer símbolo del objeto materno interno, que le sirva para conjurar sus ansiedades depresivas en pleno apogeo, cruza un objeto adecuado por su horizonte; de todos los que cruzan con uno, se va a dar el milagro del encuentro, el bebé está creando un objeto y este objeto aparece en su horizonte... Su origen nunca será cuestionado.
El objeto en sí, en su consistencia material, no significa nada, es un osito, es una frazada, etc: pero para el bebé que "lo creó al hallarlo", paradoja que debe ser respetada es un objeto especialísimo, en su creación expresa su creatividad, y sobre él aplicará un nuevo tipo de omnipotencia, la omipotencia por manipulación... Podrá hacer con su creación lo que quiera...
Es el bebé el que otorga un significado específico a ese objeto material, uno entre múltiples juguetes, y le da por ende, el carácter de objeto transicional, como el poeta, que no inventa las palabras que halla y, utilizando su capacidad "poética", crea a partir de su utilización metafórica, simbólica, nuevos significados y esencialmente una poesía...
También en ella el sujeto puede o no sentirse creador, y esa poesía es suya, aunque será, como nos recuerda el personaje de la película Il Postino, también de quien la haga suya...
En un último artículo de 1968 ("El jugar y la cultura"), nos da un ejemplo para pensar, cuando se refiere a Dios.
Parte de la pregunta "¿Hay un Dios?". Y se responde refiriéndose primero al mecanismo psicológico mediante el cual hipotéticamente "ponemos a Dios", para concluir con una apertura hacia una trascendencia que la ciencia psicológica no puede alcanzar y donde la respuesta a la pregunta siempre es, además de personal, apertura y no cierre.
"Por más que Dios sea una proyección, ¿No habrá un Dios que me creó de tal modo que yo tengo en mí el material para dicha proyección?
Desde el punto de vista etiológico -si se me permite usar una palabra que normalmente se refiere a las enfermedades -la paradoja debe ser aceptada, no resuelta.
Lo importante para mí debe ser esto: ¿Hay algo en mí que me lleve a tener la idea de Dios?... pues de lo contrario, la idea de Dios carece para mí de valor (excepto como superstición)".
Hago extensiva esta afirmación a todos los valores y creencias imaginables que radican en el mundo personal del hombre, recinto frente al cual la crítica, el adoctrinamiento, la necesidad de dominio, la curiosidad malsana deben deternerse.
Quisiera por último hacer una reflexión acerca de nuestro papel en esta cultura de la intromisión, del chisme, de la frivolidad, tan bien definida en un programa televisivo "de opinión", en que se llegó a decir con regocijo "el que cree que existe hoy una vida personal y una vida privada está loco".
Me pregunto, partiendo de las inquietudes que siempre alentó Winnicott, ¿cuánto de "esta locura personalizante" necesitaremos para rescatar al hombre?

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