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Paz y Ciencia

miércoles, 16 de mayo de 2012

El hombre que espantaba elefantes: La Evitación y el TOC



Se trata de la historia de un hombre que daba una palmada cada diez segundos. Uno le pregunta por el motivo de tal extraño proceder. El hombre responde: "Para espantar elefantes".
"¿Elefantes? Pero si aquí no hay ninguno."
Replica: "Y pues, ¿ve usted?"
La moraleja de la historia es que rechazar o eludir una situación peligrosa de buenas a primeras parece ser la solución más razonable, pero, por otra parte, también garantiza la permanencia del problema. Aquí está su interés para nuestro propósito. Otro ejemplo para que se vea más claro: Si por medio de una plancha metálica en el suelo del establo se aplica un electroshock a un casco de un caballo e inmediatamente antes se hace sonar una señal acústica, el caballo va levantar la pata para evitar la descarga. Una vez establecida la asociación entre señal acústica y shock, el shock ya no es necesario: basta la señal acústica para que el caballo levante la pata. Y cada uno de estos actos de evitación refuerza en el animal (podemos suponer) la "convicción" de que de este modo ha contribuido eficazmente a evitar un peligro doloroso. Lo que no sabe el caballo (y de seguir comportándose así no lo sabrá nunca) es que ya hace tiempo que no hay peligro alguno. (Por otra parte, lo contrario de evitación es la búsqueda romántica de la flor azul.. La evitación eterniza el problema; la fe en la existencia (nunca demostrada) de la flor azul eterniza su búsqueda).
Como usted ve, no se trata aquí de una superstición vulgar. Es notorio que uno no puede fiarse de los actos supersticiosos; en cambio, la eficacia de la evitación merece toda la confianza del aspirante a la vida desdichada. Hay que añadir que la aplicación de la técnica es mucho más simple de lo que puede parecer a primera vista. Se trata esencialmente de perseverar de un modo consecuente en el sentido común de los hombres, ¿qué cosa podría ser más razonable?
Nadie pondrá en duda que una gran porción de lo que hacemos cada día tiene un elemento de peligro. ¿Acuánto peligro puede uno arriesgarse? Razonablemente al mínimo o mejor a ninguno. Incluso los más audaces considerarán temerario al boxeador o al que se lanza al espacio con unas alas delta. ¿Y conducir? Piense cuántas personas mueren cada día o se quedan inválidas en accidentes de circulación. Pero ir a pie también tiene muchos peligros, que pronto descubre la mirada indagadora de la razón. Carteristas, gases de los tubos de escape, casas que se derrumban, partículas incandescentes de las sondas espaciales..., la lista no tiene fin, y solo un loco puede exponerse alegremente a estos peligros. Entonces lo mejor es quedarse en casa. Pero la seguridad de la casa no es más que relativa. Escaleras, contingencias del cuarto de baño, estado resbaladizo del suelo o pliegues de las alfombras, o simplemente, cuchillo, tenedor, tijeras y luz, y no hablemos de gas, agua caliente y electricidad. La única conclusión razonable parece ser que más valdría no levantarse de la cama por la mañana. Pero, ¿qué protección ofrece la cama contra un terremoto? ¿Y si por estar acostado le vienen a uno úlceras de encentamiento (decubitis)?
Cierto que exagero. Solo muy pocos entre los másw aventajados consiguen llegar a ser tan razonables que comprenden todos los peligros imaginables y empiezan a evitarlos (incluyendo comtaminación del aire, corrupción del agua, colesterina, triglicerida, sustancias carcinógenas en los alimentos y otros muchos peligros y toxinas).
El hombre medio no logra en general abrir su razón a esta mirada exhaustiva del mundo, evitando cada uno de los peligros y convirtiéndose de este modo en beneficiario al ciento por ciento de la Seguridad Social. Nosotros, los menos dotados, tenemos que conformarnos con un éxito parcial que, no obstante, ya es algo. Ello consiste en la aplicación concentrada del sentido común a un problema parcial: uno puede lesionarse con los cuchillos, por tanto hay que evitarlos; los pomos de las puertas están realmente cubiertos de bacterias. ¿Quién sabe, si la mitad del concierto sinfónico no sentirá la necesidad urgente de ir al lavabo, o si al asegurarse de haber cerrado bien la puerta de casa no la habrá dejado abierta por equivocación? Para esto, el hombre razonable evita los cuchillos, abre las puertas con el codo, no va al concierto y se cerciora cinco veces de haber cerrado realmente la puerta. De todos modos, la condición es que poco a poco uno no se acostumbre y no pierda de vista el problema. La historia que sigue enseña como puede evitarse esto.
Una solterona vive a la orilla de´un río y se queda a la policía de que unos jovenzuelos se bañan desnudos delante de su casa. El inspector manda a un subalterno que diga a los chicos que no se bañen delante de la casa, sino río arriba donde ya no hay casas. Al cabo de unos días, la dama llama de nuevo por teléfono: los jóvenes nadan todavía al alcance de la vista. El policía vuelve y los manda más arriba. Unos días después, la señora indignada acude otra vz al inspector y se queja: "Desde la ventana del desván todavía puedo verlos con unos prismáticos".
Uno puede preguntarse: ¿Qué hará la dama, cuando finalmente ya no pueda ver a los chicos desde su casa? Tal vez dará un paseo río arriba, o tal vez le baste la seguridad de que en alguna parte hay quien se baña desnudo. Lo cierto es que seguirá dando vueltas a la idea. Y lo más importante en una idea fija es que es capaz de crear su propia realidad. Este fenómeno será nuestra ocupación próxima: "Autocumplimiento de Profecías"...

Paul Watzlawick: "El Arte de Amargarse la Vida". Herder. 1984, Barcelona. Pp.:59-64.

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