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Paz y Ciencia

martes, 22 de mayo de 2012

El individuo es responsable de su desarrollo psíquico

Freud desenmascaró el pensamiento haciendo reconocer que la sinceridad no se define por las buenas intenciones conscientes, porque podemos mentir con las mejores intenciones, o en la idea de ser totalmente sinceros, por no ser conscientes de la mentira. Así, Freud dio una dimensión nueva a la cuestión de la sinceridad, la honradez y las relaciones humanas, porque, con su teoría sobre los lapsus o deslices, ha hecho que pierda sentido la excusa de "ha sido sin querer", la acostumbrada para indicar que la intención de uno no ha sido lo aparente.
Lo cual ha replanteado también la cuestión moral, pues significa que uno solo es responsable de su pensamiento, sino también de su inconsciente. En el comienza la responsabilidad; lo demás es pretexto, lo demás no es nada. Lo que uno cree, apenas merece ser escuchado. Naturalmente, exagero un poco. Pero, en algunos casos, no es exageración ninguna: oímos muchas palabras, seguridades y manifestaciones que casi no merece la pena escucharlas, pues sabemos que forman parte del modelo, del cuadro que uno quiere componer.
En terapéutica, lo importante es que el paciente pueda movilizar su sentido de la responsabilidad y su actividad. Creo que lo que suele entenderse por ahí como psicoanálisis se basa, en gran parte, en un supuesto que comparten muchos pacientes: que es un método para hacerse feliz charlando, sin correr riesgos, sin padecer, sin actuar ni decidir. Pues bien, esto no sucede en la realidad, ni sucede en el psicoanálisis. Nadie se hace feliz charlando, ni siquiera para escuchar interpretaciones. Para cambiar, el paciente necesita un fuerte impulso y una firme voluntad de cambiar.
Todo el mundo echa la culpa a los demás y elude su responsabilidad. Al hablar de responsabilidad, no tomo el punto de vista de un juez. No acuso a nadie. No creo que tengamos derecho de acusar a nadie como si fuésemos jueces. Pero lo cierto es que nadie puede mejorar sin un creciente sentido de responsabilidad, de participación, e incluso el sentido de orgullo por conseguir mejorar.
Ciertas condiciones llevan a un desarrollo saludable del hombre, mientras que otras llevan a fenómenos patológicos. Importa averiguar cuáles son unas y otras. Y en efecto, las condiciones para un desarrollo saludable son un tema que, en la historia del pensamiento, se ha solido tratar bajo la categoría de la ética, porque la ética es en lo esencial el señalamiento de las normas que se estiman apropiadas.
Pero hoy la gente rechaza enseguida  que se hable del hombre, objetando que se trata de estimaciones, de juicios estimativos, porque la gente no quiere pensar en las normas necesarias, la gente quiere ser feliz sin preocuparse de saber cómo se vive feliz. Sin embargo, ya dijo una vez el maestro Eckhart: "¿Cómo se puede aprender el arte de vivir y de morir sin recibir ninguna instrucción?". Perfectamente cierto y esencial. Hoy, la gente cree que puede hacerse muy feliz, sueña con toda la felicidad, pero no tiene la menor idea de qué condiciones llevan a la felicidad, ni a algún tipo de vida satisfactoria.
Podemos ofrecer un cuadro muy preciso del tipo de cultura conducente al bienesta..., es decir, un cuadro preciso, no en el sentido de un calco o plan exactamente detallado de organización de la sociedad, porque sería muy difícil, imposible en realidad: siempre surgen circunstancias nuevas, hechos nuevos, y con ellos evoluciona también nuestro conocimiento, que en cierto modo se incrementa día tras día. Pero, a grandes rasgos, me parece que, en dicha sociedad, la finalidad principal de la vida es el hombre, no las cosas, ni la producción, no la fortuna, ni las riquezas, sino el pleno desarrollo del hombre. En tal sociedad, la misma vida, como obra de arte, si se quiere, como obra maestra de cada cual, se considera que lo más importante es la fortaleza y el desarrollo óptimos de la vida.
Lo que importa es lo esencial. Nuestra cultura es diferente en esto a la de la Edad Media, e incluso a la del siglo XVIII. Hasta entonces, se creía que la vida era en realidad la finalidad entera de vivir, del haber nacido, el sacarle algo a la vida; mientras que hoy esto ya no tiene importancia. La gente cree que lo importante es tener éxito, ganar prestigio, conseguir poder, subir por la escala social, servir a la máquina, pero la persona queda estancada. En realidad, más que estancada, empeora ligeramente. Cumplidos los 25 años, ya no se perfeccionan, sino que degeneran, aunque mejoren en el arte de ganar dinero y manipular a los demás.
Nada se aprende, nada se logra, a menos de creer que es lo más importante que hay que hacer.Lo que uno opina, como opina hoy la mayoría de la gente, "me gustaría...", la ocurrencia del "¿qué tal, si...?": esas no son maneras de aprender nada difícil. Si uno quiere ser buen pianista, tiene que practicar unas cuantas horas diarias; lo mismo que si uno quiere ser un buen bailarín o un buen carpintero. Y lo hará, por ser lo que ha escogido lo más importante para él.
Pero contaré esta historia del Talmud: cuando los hebreos iban a atravesar el mar Rojo, según la Biblia, dijo Dios a Moisés que levantase su bastón y las aguas se separarían. Sin embargo, el Talmud dice que las aguas no se separaron en el momento en que Moisés levantó su bastón, sino cuando el primer hebreo se lanzó a ellas. Este es el caso: nada sirve de nada, a menos que a la vez alguien de el salto, esté dispuesto a dar el salto. Con la actitud de desapego, no se comprende absolutamente nada de nada en este terreno. Como todo es vano, queda desordenado, no tiene sentido, no adquiere su propia importancia, y uno recuerda después: "Bueno, estuvo bien que aprendiese entonces un poco de esto y un poco de aquello", pero en mi opinión no merece la pena aprender nada que no tenga un efecto verdadero para la vida de uno. Quiero decir que, si uno es un manzano, debe llegar a ser un buen manzano; y si uno es una fresa, debe llegar una buena fresa. No digo que uno deba ser un manzano o una fresa, porque es grandísima la diversidad del hombre. Digo que cada persona tiene su propio ser, y peculiarísimo: no hay personas repetidas. En este sentido, el hombre es singular: no hay ningún otro como él. No se trata de crear una norma para que toda la gente sea igual, sino de crear la norma de que el pleno florecimiento, el pleno nacimiento y la plena viveza se den en cada uno, independientemente de cómo sea, de qué clase de flor sea.
Podría parecer que, con esto, nos acercamos a un punto de vista nihilista, desde el cual pueda decirse que el criminal nato debe hacerse un buen criminal. Pues, hablando francamente, creo que es mejor ser un buen criminal que no ser nada; es peor no ser nada, ni criminal, ni no criminal, vivir sin conciencia ni propósito. No obstante, creo que el delincuente, incluso el buen delincuente, es un fenómeno patológico, porque nadie ha nacido para delincuente, porque la delincuencia en sí es un fenómeno patológico.
La emancipación, el comienzo del desarrollo, es consecuencia del liberarse, y la liberación comienza por uno mismo y por los padres. No hay duda: si uno no se emancipa de sus padres, si no siente cada vez con más firmeza que tiene el derecho de decidir por sí mismo, y que ni teme ni contraría particularmente los deseos de sus padres, sino que obra por sí mismo, siempre tendrá cerradas las puertas del camino de la independencia.
Y me parece que, entre lo mejor que uno puede hacer, está el preguntarse en qué punto se encuentra del camino personal a la independencia en relación con sus padres. No digo que no debamos amar a los padres, porque también se puede amar a personas que nos han perjudicado sin querer. Hay padres a los que, en realidad, no se puede amar. Y hay otros bastante amables, aunque hayan cometido muchas equivocaciones. De modo que no me refiero a antagonismos de ninguna clase, a esas disputas de diversa índole con los padres, y que habitualmente no hacen sino encubrir la continuación de la dependencia, con la necesidad de demostrar que los padres están equivocados. Porque si quiero demostrar a mis padres que están equivocados, tengo que demostrárselo a ellos. Ser libre es no tener la necesidad de demostrar que están equivocados, ni que tienen razón. De modo que este soy yo, y tú eres tú, y si os queréis mutuamente, tanto mejor. Me parece que eso sería empezar el camino a la propia libertad, aunque naturalmente, solo podemos verlo si a uno le interesa.

Erich Fromm: "El Arte de Escuchar". Paidós, 2012, Barcelona. Pp.: 77-81

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