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Paz y Ciencia

sábado, 26 de mayo de 2012

El Sentido de la Psicoterapia

¿Qué es la razón? La razón es aquello en que estamos todos de acuerdo. La verdad es otra cosa. La razón es social; la verdad es individual. Miguel de Unamuno.

Una persona pide ayuda terapéutica, no para sentirse peor, sino para curarse, o por lo menos, aliviar sus padecimientos. [Es la demanda angustiosa que expresan estos versos de Jaime Sabines:"...quiero que me acompañen y me auxilien antes de caerme a mis pies. (Sobre mis zapatos me voy a caer como si me quitara el traje).] Tiene una dificultad concreta o un sufrimiento determinado que anhela dejar atrás. Pero, muchos de sus anhelos no resultan sueños fáciles de realizar y, por otra parte, es frecuente que arrastre una historia de "frustraciones terapéuticas" que le generan una actitud desconfiada, reticente o de poca fe en el tratamiento que va a iniciar.
A pesar de todo, su esperanza es hallar aquí, en esta nueva oportunidad, una ayuda concreta, la comprensión de sus malestares, la solidaridad con sus penas; en suma, un espacio donde ser escuchada, compartir sus problemas y encontrar soluciones o, por lo menos, caminos hacia ellas.
Pero en esta demanda de establecer un vínculo confiable, el dolor que arrastra el paciente entraña la posibilidad de convertirse en un muro que impida ahondar hasta las raíces del mal que lo atormenta. La preocupación, la angustia, el padecer pueden impedirle entregarse a una búsqueda reveladora.
Esto es algo inmediato que hay que enfrentar, son resistencias que hay que dejar atrás. Atender lo lindante no es una mala política, si no se pierde de vista la finalidad de la labor psicoterapéutica, que no consiste solo en aliviar el sufrimiento, sino, esencialmente, en hacerlo comprensible hallando su sentido. De modo que la psicoterapia puede ser vista como una apuesta para reflexionar  sobre el valor y alcance del dolor en nuestras vidas.
Esta cavilación es válida en cualquier campo de trabajo terapéutico y conlleva una necesaria pregunta por la vida interior de la persona, que desplaza el eje del tener una enfermedad a ser enfermo, del por qué al quien.
Entonces, el para qué de la psicoterapia transita este carril: el descubrimiento profundo de uno mismo. Proceso que no está centrado en el paciente, sino en la historia vivida en común entre terapeuta y paciente, sino en la historia vivida en común entre terapeuta y paciente y en la construcción de una nueva esperanza de llegar a ser. Descubrimiento que tiene un aspecto bien concreto que se traduce en mayor felicidad, mayor libertad y mayor comprensión de la existencia singular de cada cual. Aunque no se agote en eso, la psicoterapia proporciona un mejor modo de vivir, relacionarse y avanzar por la vida.

Un intento de definición más precisa
El darse cuenta tiene un poder curativo sorprendente. Para comprender su potencia es necesario integrarlo en la biografía del paciente y en la totalidad de la persona, ya que, de alguna manera, cada introvisión que se logra permite reconstruir una parte fragmentada de la biografía de la persona y de los motivos que alientan sus actos.
La faena de introvisión es como un rompecabezas: cada parte que se revela engarza en otra hasta formar una figura. Los fragmentos sueltos no son nada, pero unidos poseen un sentido. Cada vez que "nos damos cuenta" dónde va una pieza la fragmentación se reduce y la figura crece. Y, como en el rompecabezas, siempre conviene empezar por los bordes, agrupando las piezas por colores semejantes. De esta manera al conectar segmentos afines se puede ir construyendo una imagen posible. Del mismo modo, en el proceso de concienciar vamos de lo más evidente y consciente avanzando, decididamente, hacia el centro, reuniendo a cada paso los restos de las huellas de experiencias, recuerdos, síntomas, vínculos, que se asocian entre sí.

Introvisión
Tomando un concepto de Walter Brautingam hemos denominado introvisión a este proceso de "darse cuenta", que implica ampliar el conocimiento de sí mismo que no se reduce a un saber intelectual sino a una indagación existencial: cuál es mi tarea en esta vida, qué tengo que cumplir. Son las preguntas borgeanas: "¿Qué arco habrá arrojado esta saeta/qué soy? ¿Qué cumbre puede ser la meta?".
Tal introvisión, que culmina apropiándose de la existencia y el destino, no es un acto mental sino una experiencia emocional que se acompaña de una transformación radical de la persona. Una especie de conmoción existencial, que llamamos "crisis de conciencia", que se reconoce por tres rasgos característicos: apunta al núcleo de la persona, le da apertura hacia nuevos horizontes y produce transformaciones que pueden integrarse al curso de su vida.
Merced a este proceso la persona comienza a advertir que nada de lo que le sucede, sucedió o sucederá carece de sentido; que todo le pertenece; que el destino es algo que formó; que la historia es algo que construyó; qué pasado y futuro pueden actualizarse; que la enfermedad es una condición de existencia, no una condena; que un síntoma es una experiencia, no un castigo; que todo puede escapar menos de lo que tiene que aprender, y que hsata que no aprenda, el dolor seguirá vigente, la angustia continuará desgarrándola.
Este proceso, en psicoterapia, ocurre en el "entre ambos" y esto hace que el darse cuenta sea una obra compartida. El darse cuenta sucede dentro del marco del vínculo terapéutico, es hijo de una relación, y los padres son, justamente, esta pareja: paciente y terapeuta.

La relación psicoterapéutica
En psicoterapia la intención es ampliar horizontes, reducir lo que el paciente desconoce de sí mismo. El punto de partida consiste en aliviar el dolor y restablecer la salud perdida, aunque se dirija hacia algo más abarcador como la realización personal o el aprendizaje de las lecciones de la vida.
Esta pasión por el saber de toda psicoterapia envuelve una perspectiva de transcurrir psicoterapéutico como un paulatino delevamiento de lo desconocido, de un descubrimiento, paso a paso, de los misterios que ignoramos, y del terapeuta como la imagen de Tiresias que pone en palabras lo que ya está a la vista (pero el común de los hombres no puede "ver") y que interpreta los signos que no se alcanzan a comprender, las "pestes" que no se pueden explicar.
En toda psicoterapia el paciente aguarda ayuda y curación. Se entrega a una relación asimétrica donde desnuda su intimidad en una coexistencia interpersonal abierta a la esperanza. Al terapeuta le corresponde la escucha; al paciente, la confianza en recibir ayuda, el quehacer por sanar y el esfuerzo por querer saber más de sí mismo para hallar la felicidad.
Los valores por los cuales transita una psicoterapia son, entre otros, los de escucha, confianza, honestidad, seguridad, aceptación, compromiso, cuidado y respeto. Si estos valores no están presentes en la práctica del terapeuta, no hay que cambiar de técnica sino de terapeuta.

La psicoterapia como experiencia
Toda psicoterapia es una experiencia. Una experiencia de muerte y resurrección, en donde padecer la muerte propia y renacer no es tarea sencilla ni un caminar por un lecho de rosas. En síntesis, una experiencia mayéutica y transformadora, a veces doliente, pero siempre neecsaria y que vale la pena de ser vivida.
Al principio de la evolución de los problemas del hombre consistían casi en los mismos que tenemos hoy, pero eran resueltos con otras herramientas. Su vinculación con la naturaleza era recóndita, su diálogo con ella frecuente, y la vida natural estaba animada, en su imaginario de los ritmos y dramas humanos. La tierra era una morada que proporcionaba alimento, contacto, protección y peligro, pero nunca algo impersonal o indiferente. Al pisar un suelo descampado, nuestros antecesores se conectaban con las voces de los ancestros de esa parcela y no con la idea de "¡cuánto terreno libre para hacer un shopping!"
A medida que la sociedad se fue complejizando, el hombre se fue distanciando de la naturaleza, perdió su sentido de unidad, pertenencia y arraigo con ella y paralelamente, se  fue descentrando de sí mismo. Al alienarse del mundo, simultáneamente se enajenaban de sí, al compás de la incorporación de necesidades artificiales; lo natural se volvía más incomprensible.
La consecuencia es que progresivamente el mundo dejó de ser un "otro" para convertirse en un objeto, una cosa para ser dominada, controlada y explotada. Del mismo modo, las personas se fueron convirtiendo en posibles relaciones de competencia, lo que conllevó el surgimiento de la codicia, el sometimiento y el dominio ["... a llenarse de toda injusticia, malignidad, avarici; henchidos de envidia, dados al homicidio, a contiendas, a engaños, chismosos" (Pablo, Romanos 1:29)].
Esta pérdida de fluido contactó con su "centro", con sus raíces y con los semejantes, trajo como corolario que el hombre buscara susitutos externos para compensarlo. El apego a lo externo produjo, entre otras cosas, la pérdida de la intimidad y el desarrollo de una actitud de intolerancia hacia lo diferente.
Cuando una persona se siente "una con el todo", segura de sí misma, confiada en la vida, cada parte del todo es importante. Cuando uno está desgajado del todo, solo uno es valioso. Hasta tal punto esto es así que vemos todos los días que las diferencias se reprimen, con más o menos violencia, pero se reprimen. No se integra lo distinto, se lo suprime. La intolerancia se ha constituido en una flagelo muy significativo que consume muchas vidas a diario.
Hay una idea de Buda que vale la pena retomar la incongruencia es el camino hacia la congruencia, el dolor hacia la alegría, la imperfección hacia la perfección, la enfermedad hacia la salud. Tal camino hacia la integración -vista como congruencia, alegría, salud, sabiduría, amor- se produce por un trabajo interior de contemplación, de hacer consciente lo inconsciente, de descubrir los mandatos del alma.
Pero si miramos a nuestro alrededor, lo que podemos observar es que hoy se busca lograr la unidad (entendida como uniformidad) por medio de la instalación de la creencia en un "pensamiento único", el uso de la manipulación, la fuerza y el poder, ya sean armas, amenazas, chantaje o culpa. Esto es debido, justamente, a la disociación del hombre y su afán de codicia y de crueldad, que le impide conectarse con la experiencia esencial de la intimidad y el encuentro con el prójimo, que supone tanto no interferir como no dejar que el otro intefiera en los mandatos de nuestras respectivas almas.
"La esencia magnífica abarca todos los mundos y a todas las criaturas, buenas y malas; y esta es la verdadera unidad" (les enseñaba el jasidista Baal Shem Tov a sus discípulos, en Oriente, en el siglo XVIII). "Un mundo donde quepan todos los mundos" (todavía reclama unos indígenas mexicanos, en este siglo").
Al negarse a la propia experiencia de intimidad y la unidad, el hombre termina por transformarse en su peor enemigo. Aunque parezca raro, es aquí en donde hay que buscar el origen de la psicoterapia: en la imperiosa demanda de volver a conectarse con la experiencia interior. Y es por esta razón, en parte, que manifestamos nuestra convicción de que la psicoterapia es una experiencia radical, en el sentido de que va a las raíces de la persona.

La psicoterapia es una experiencia de crecimiento
Hace muchos años (durante mi época de estudiante universitario) leí un libro. El descubrimiento de la intimidad, del escritor español López Ibor.
Estaba en una edad en la cual no podía asimilar todo su mensaje, pero creo que me marcó lo suficiente como para que hoy aflore su recuerdo en el desarrollo de mis ideas. Este libro plantea la misma preocupación sobre la cual estamos insistiendo: la experiencia interior. Experiencia que se vincula con el tomar contacto con la angustia existencial, esa fuerza transformadora de la vida, de la cual el hombre moderno trata de apartarse.
La negación a este contacto esencial es una negación al contacto con la intimidad. En la intimidad uno descubre la angustia, se enfrenta con la soledad, pero supera el aislamiento que provoca la disociación de uno mismo y del mundo.
José Saramago, en su novela El año de la muerte de Ricardo Reis, escribe:
[...] la soledad no es vivir solo; la soledad es no ser capaz de hacer compañía a alguien o a algo que está en nosotros; la soledad no es un árbol en medio de una llanura donde solo está él, es la distancia entre la savia profunda y la corteza, entre la hoja y la raíz.
Y Alejandra Pizarnik, a u vez, en "La palabra del deseo" dice:
[...] La soledad no es estar parada en el muelle, a la madrugada, mirando el agua con avidez. La soledad es no poder decirla por no poder circundarla por no poder darle un rostro por no poder hacerla sinónimo de un paisaje,. La soledad sería esta melodía rota de mis frases.
Al perder el hombre su centro, al sentirse aislado, al no recordar los caminos oportunos que debía explorar para alcanzar la experiencia interior, comienzan a surgir "espejos" que intentan devolverle, desde un lugar socialmente autorizado, el conocimiento de esta experiencia olvidada
Así, aparecen los shamanes, los magos, los ancianos sabios, los hombres-medicina, los maestros, los confesores y los psicoterapeutas. Del mismo modo, nacen los mitos del héroe como modelo ejemplar de este recorrido (enfrentamiento con monstruos y descenso a los infiernos para resurgir purificado), y así nace, también, la psicoterapia como una institución cultural destinada a ayudar a quien sufre, no solo a dejar de sufrir, sino a aprender a caminar el sendero del descubrimiento de la intimidad entre los repliegues del alma.
["Es fácil y sencillo bajar a las profundidades del Averno, pues la tenebrosa puerta del sepulcro está abierta día y noche; sin embargo, el regreso hacia arriba, a la clara atmósfera del cielo, pasa por un sendero duro y doloroso" (Virgilio, Eneida, VI, 126-129.]
Bien podríamos decir, entonces, que la psicoterapia es una experiencia de crecimiento y rescate de la intimidad perdida, de inmersión en el océano de nuestra sombra hasta las arenas de su fondo, para descubrir y rescatar los restos de lo que de nuestra vida naufragó a lo largo del tiempo.

Eduardo H. Grecco: "Despertar el Don Bipolar. Un camino hacia la curación de la inestabilidad emocional". Kairós, 2012, Barcelona. Pp.:74-82

Tengo que quitarme el sombrero ante la perspectica terapéutca de Eduardo Grecco. Este enfoque de psicoterapia conllena un tratamiento holístico. Desde lo congnitivo, lo conductual, la psicología profunda, lo vivencial de la Gestalt y lo espiritual que conlleva reivindicar el papel que tienen nuestros deseos. Nuestras creencias con respecto al mundo, a cómo se hizo el Universo, la Madre Tierra. El objetivo es encontrarse a uno mismo,el sentido de nuestra existencia y apartar aquellas barreras que nos asustan y nos alejande la toma de contacto (el "darse cuenta") de nuestra mismidad, de nuestra naturaleza, de quienes somos. Rodrigo Córdoba Sanz.

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