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Paz y Ciencia

domingo, 6 de mayo de 2012

La Depresión

Martin Seligman lleva toda su vida dedicada al estudio de la depresión y cómo curarla. Su página www.authentichappiness.org es un recurso con éxito para las personas que tienen la suficiente motivación como para movilizarse y recurrir a una página que les ofrece cuestionarios serios y rigurosos además de herramientas de trabajo. Esto no se puede separar del tratamiento cara a cara con un profesional que ofrezca una psicoterapia integradora, abierta a los nuevos descubrimientos de las psicociencias. Rodrigo Córdoba Sanz.
"Mi plan es envejecer sin dignidad. Seré uno de esos viejos ridículos que se tiñen el pelo y van a las discotecas a corretear jovencitas". Joaquín Sabina. http://youtu.be/7dzqrNIu7Rc Joaquín Sabina -Calle Melancolía- [...] Nos hallamos en medio de una epidemia de depresión, una epidemia que tiene consecuencias tales como el suicidio, que se lleva tantas vidas como el sida y está más extendida. La deresion grave está diez veces más extendida hoy que hace cincuenta años. Atacada a dos mujeres por cada hombre y, en el momento actual, golpea al ser humano -como promedio- a una edad de diez años menor en comparación con lo que sucedía hace apenas una generación. Hasta hace no mucho solo existían dos formas de pensar aceptadas en lo referente a la depresión: la psicoanalítica y la biomédica. El punto de vista de psicoanalítico se basa en un artículo escrito por Sigmund Freud hace casi setenta y cinco años. Las especulaciones de Freud se elaboraban sobre una escasa observación y un uso muy libre de la imaginación. Sostenía que la depresión consistía en ira que se volvía contra el yo: el depresivo se desprecia a sí mismo, se considera inútil y sin valor alguno, y quiere matarse. El depresivo, decía Freud, aprende a odiarse a sí mismo en el regazo de su madre. Ocurre que un día, en la vida del niño, inevitablemente la madre tiene que abandonar al hijo, por lo menos según lo ve el niño. (Se va de vacaciones, permanece fuera de casa hasta más tarde que de costumbre, o tiene otro bebé). En algunos niños esto provoca ira, pero dado que la madre es demasiado amada para convertirse en blanco de la ira, el niño se vuelve hacia otro blanco que le resulta más aceptable, que es él mismo (o, más precísamente, esa parte de sí que el niño identifica con su madre). Esto se convierte en un hábito destructivo. A partir de entonces, cada vez que el abandono se repite, se indigna con él y no con el verdadero perpetrador de lo que causó su ira. El autoaborrecimiento, la depresión como reacción frente a una pérdida, el suicidio...todo está encadenado. En opinión de Freud, uno es incapaz de liberarse fácilmente de la depresión. Esta es producto de conflictos infantiles que han permanecido sin resolver debajo de distintos estratos que han iso superponiéndose como otras tantas defensas. Únicamente perforando tales estratos, entendía Freud, y resolviendo a su debido tiempo los viejos conflictos, era posible terminar con la tendencia depresiva. Lo que Freud prescribe para aniquilar la depresión es someterse a años y años de psicoanálisis, como denomina al esfuerzo guiado por el terapeuta para conseguir aquel descubrimiento de lo que originó en la infancia que las iras del niño se descargaran sobre sí mismo. Debo decir que, por cuanto sé de lo que ha quedado de esa idea en la imaginación de los norteamericanos (en particular los de Manhattan), (Nota de Rodrigo C.: valga como ejemplo la obra de Woody Allen), se trata de algo ridículo. Condena a sus víctimas a una conversación en una sola dirección durante años, en torno del distante y lóbrego pasado con el objeto de superar un problema que, por lo general, tiene que haberse resuelto espontáneamente en unos pocos meses. (Nota de Rodrigo C.: Esto es mucho decir...) En más del 90 por 100 de los casos, la depresión es episódica: llega y se va. Episodios que suelen durar entre tres y doce meses. A pesar de que muchos miles de pacientes han pasado por millares de sesiones, la terapia psicoanalítica no ha demostrado ser útil contra la depresión. Lo que es peor, culpa a la víctima. Según la teoría psicoanalítica, la víctima provoca su depresión debido a debilidades en su carácter. Está motivada por el impulso hacia el autocastigo a fin de pasar interminables días sumido en el decaimiento y eliminarse a sí mismo, si es posible. No pretendo que esta crítica sea una condena general del pensamiento freudiano. Freud fue un gran liberador. En trabajos iniciales sobre histeria -parálisis desprovistas de causas físicas- se atrevió a examinar la sexualidad humana y estudió sus aspectos más sombríos. Sin embargo, el éxito que alcanzó recurriendo a la sexualidad subyacente para explicar la histeria originó una fórmula que siguió empleando durante todo el resto de su vida. Todos los padecimientos mentales se convierten en una transmutación de alguna parte vergonzante de nosotros mismos y, para Freud, las partes más viles somos nosotros en lo más básico y universal de nuestra persona. Esta nada plausible premisa, insultante para la naturaleza humana, comenzó una época en la que todo podía decirse: "Usted quiere tener relaciones sexuales con su madre. Quiere dar muerte a su padre. Alienta fantasías de que su recién nacido pueda morir... porque en realidad quiere que muera. Quiere que su vida sea lo más desgraciada posible. Sus secretos más detestables, más hondos, son vitales para usted". Cuando lsa palabras se usan así, pierden su conexión con la realidad; quedan despegadas de la emoción y de la experiencia común de la humanidad. Póngase frente a un siciliano armado y trate de decirle alguna de esas cosas. El otro punto de vista con respecto de la depresión, más aceptable, es biomédica. La depresión, dicen los psiquiatras de la escuela biológica, es una enfermedad del cuerpo. Proviene de un defecto bioquímico heredado -situado tal vez en una parte del cromosoma II- que causa un desequilibrio de la química cerebral. Esos psiquiatras tratan la depresión con drogas y terapia electroconvulsiva. Son remedios rápidos, no costosos y moderadamente efectivos. Contrariamente al punto de vista psicoanalítico, el biomédico es parcialmente correcto. Algunas depresiones parecen ser resultado de un mal funcionamiento cerebral y en alguna medida son heredadas. Muchas depresiones responderán (muy lentamente) a fármacos antidepresivos y (con gran rapidez) a la terapia electroconvulsiva (Nota de Rodrigo C.: A costa de perder la memoria biográfica). Pero se trata de victorias solo parciales y constituyen una bendición a medias. Tanto los antidepresivos como la corriente eléctrica de elevado voltaje pasando a través del cerebro pueden tener lamentables efectos secundarios que una minoría no despreciable de víctimas de depresión no puede tolerar. Además, el punto de vista biomédico generaliza con alguna ligereza a partir del pequeño número de depresiones profundas, heredadas, que en general responden a los fármacos para llegar a la depresión mucho más común, de todos los días, que aflige a tantos. Una proporción muy considerable de afectados no es víctima de una depresión heredada de sus padres, y no hay pruebas de que la depresión más suave pueda aliviarse recurriendo a medicamentos. Lo peor de todo es que el enfoque biomédico convierte en pacientes a personas esencialmente normales y las hace dependientes de fuerzas externas: los antidepresivos. Estos fármacos no causan adicción en el sentido habitual de la palabra; el paciente no desespera por conseguirlos cuando se le priva de ellos. Pero, en cambio, ocurre que cuando un paciente mejora lo suficiente como para dejar de tomar la medicación y suprime el tratamiento, la depresión muy a menudo vuelve. El paciente que ha mejorado con los antidepresivos no puede creer que él solo sea capaz de mejorar o curarse, no cree en su capacidad de labrarse su propia felicidad ni en la posibilidad de actuar con normalidad; tiene que dar todo el crédito a las pastillas. Los antidepresivos son un ejemplo de la sociedad sobremedicada en que vivimos, como lo son el uso de tranquilizantes para devolver la paz mental, o de los alucinógenos para ver la belleza del mundo. En todos esos casos, problemas emocionales que podrían solucionarse merced a la propia habilidad y con la voluntad de uno mismo, se dejan en manos de agentes externos para estos los resuelva. ¿Y qué pasaría si después de todo la gran mayoría de las depresiones fueran mucho más sencillas de lo que creen los psiquiatras biomédicos y los psicoanalistas? ¿Qué decir si la depresión no fuera algo para lo que uno mismo se motiva y no algo que se abate sobre uno? ¿Qué decir si la depresión no fuese una enfermedad sino un estado de ánimo? ¿Y si fuéramos prisioneros de ciertos hábitos? ¿Y si la depresión, en realidad, generara las dificultades actuales? ¿Y si no fuéramos prisioneros de nuestros genes o nuestra química cerebral? ¿Y si la depresión se suscitara como consecuencia de percepciones erróneas de las pequeñas tragedias y contratiempos que todos debemos soportar alguna vez? ¿Y si la depresión se presentara sencillamente cuando elaboramos ideas pesimistas acerca de las causas de nuestros contratiempos? ¿Y si fuéramos capaces de olvidar el pesimismo y adquirir una capacidad que nos permita afrontar de manera optimista los contratiempos? Martin E.P. Seligman: "Aprenda Optimismo". Debolsillo, 2011, Barcelona. Pp.: 24-27. http://youtu.be/utfS5-tRv9A Zaz -Piensa en mí-

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