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Paz y Ciencia

martes, 22 de mayo de 2012

La enfermedad de nuestro tiempo, como desafío Psicoanálisis


"Cuando es más fácil destruir que construir, cuando es más seguro quedarse dentro, cuando es más fácil no ser responsable, podemos comenzar a destruirnos...". Erich Fromm, El corazón del Hombre.

"Todo hombre es sincero a solas; en cuanto aparece una segunda persona empieza la hipocresía". Emerson, Ralph Waldo.

El psicoanálisis ha solido entenderse como una terapéutica para enfermos. El tener que dudar de todo compulsivamente, obsesivamente, y el sufrir una parálisis psicogenética de un brazo son síntomas reales. Pero el psicoanálisis no es el único método de curar síntomas. He estado en Lourdes y he visto allí muchas personas curadas por su fe de parálisis y de toda clase de síntomas graves, curadas sin duda ninguna. Pero la gente se cura por los muchos métodos que hoy se anuncian, con toda clase de nombres, y si se trata de curarse, son buenos muchos de estos métodos.
También se puede curar con el terror. En la Primera Guerra Mundial, el médico alemán Kauffman descubrió que los soldados aquejados de neurosis de guerra, con pánico invencible, se podían curar mediante un electrochoque en el cuerpo, que realmente hacía daño, mucho daño. Se lo llamó el tratamiento Kauffman. Era un tratamiento médico, porque estaba destinado a curar. Pero, en realidad, no era más que tortura. Resultó que el miedo a esa tortura llegó a superar al pánico de estar de nuevo en la trinchera. Así que la curación del síntoma se debía al terror. Se curaba del terror a un soldado provocándole un terror más grande; lo que, naturalmente, interesaba muy poco al doctor Kauffman y, menos, al ejército.
Pero hay muchos síntomas que también puede curar, y quizá exclusivamente, el psicoanálisis, como ciertos casos de dudas obsesivas, toda clase de síntomas obsesivos y ciertos síntomas histéricos, y a veces es muy fácil. Pondré como ejemplo un tratamiento analítico muy fácil, muy simple, que solo hubo de emplear unas horas para curar un síntoma. Me acuerdo de una mujer que me vino con la queja, con el síntoma, de que siempre al salir de casa tenía la idea obsesiva de haber dejado abierta la llave del gas, o cualquier otra cosa, y temía un incendio; y dondequiera que estuviese se sentía impulsada a volver para comprobar que no había incendio. A primera vista, no parece tan grave, pero había arruinado su vida por completo, porque en realidad ya no podía salir. Tenía que volver corriendo. Era un síntoma invencible. Pues bien, hablando de su pasado, dijo que la habían operado de cáncer hacía unos cuatro o cinco años. El cirujano, no demasiado sensible, le había dicho que, naturalmente, el peligro estaba eliminado por el momento, pero que podría producirse una metástasis, y entonces el cáncer podría extenderse como un indendio. Ella consiguió convertir el miedo a la extensión del cáncer en miedo a la extensión de un incendio. Así que ya no temía el cáncer, sino que temía el incendio, y aunque ello fuese molesto, el síntoma en sí era la curación de un miedo peor, el miedo al cáncer.
Ocurría que, entonces -como he dicho, unos cinco años después de la operación-, había ya poca probabilidad de reproducirse el cáncer, de manera que en aquel momento perdió el miedo al incendio sin haber recuperado el miedo al cáncer. Sin embargo, es dudoso que uno o tres años antes hubiese sido bueno para ella comprender el motivo de su miedo al incendio, porque entonces habría recuperado el miedo más doloroso y perturbador. Pero he aquí un síntoma simplicísimo, quizá el más simple imaginable, que puede desaparecer casi inmediatamente, con todo su contexto, una vez que se convierte en miedo verdadero. La mayoría de los casos son más complejos, pero creo que, en general, basta con el psicoanálisis cuando se lo emplea para esta terapéutica de síntomas.
En la época de Freud, la mayoría de de la gente que iba al psiquiatra padecía tales síntomas, en especial síntomas histéricos, que hoy son muy infrecuentes. Se trata de otro cambio concominante con el de las pautas culturales, este cambio de las formas de neurosis. La histeria es una gran explosión sentimental, y si vemos un histérico..., bueno, ya no lo vemos, pero ese estallido, de gritar, llorar, y todo eso (piénsese también, por ejemplo, en el orador decimonónico o en las cartas de amor), si hoy vemos algo así en el cine, nos parece simplemente extraño: porque hoy tenemos una forma de vida completamente distinta. Nosotros somos prácticos, no mostramos demasiado los sentimientos, y lo síntomas frecuentes en la actualidad son los síntomas esquizoides, los síntomas de falta de relación con los demás, y sus secuelas, mientras que la histeria ha llegado a ser un síntoma raro.
Pues bien, esto es lo que trataba Freud, no solo la histeria, desde luego, sino también los síntomas compulsivos, pero entonces iba al psiquiatra la gente que tenía una verdadera enfermedad grave, y podía demostrarla con sus síntomas. Hoy, la mayoría de los que van al psicoanalista padecen de lo antes se llamaba "el malestar del siglo", una desazón característica de nuestra época. No ofrecen ningún síntoma, ni siquiera de insomnio, pero se sienten descontentos y retraídos. La vida no tiene sentido para ellos, no tienen ganas de vivir, se dejan llevar, sienten un malestar vago. Y esperan que el psicoanálisis pueda remediarlo. Ahora bien, esto es lo que se llama análisis del carácter, análisis de todo el carácter, en vez de los síntomas, pues efectivamente se padece este malestar, que no puede definirse bien de palabra, pero sí puede sentirse con precisión examinándose uno a sí mismo y a los demás.
Se ha llamado análisis del carácter por dar una expresión un poco más científica a este tratamiento para..., digamos, los que padecen de de sí mismos. Quizá sea esta la mejor manera de expresarlo. No tienen nada estropeado, tienen de todo, pero padecen de sí mismos. No saben qué hacer de sí mismos, y lo sufren, les carga, es un problema que no saben reolver. Resuelcen crucigramaas y acertijos, pero no saben resolver el problema que la vida les plantea a cada uno [...]

Erich Fromm: "El Arte de Escuchar". Paidós, 2012, Barcelona. Pp.: 68-71



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