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Paz y Ciencia

domingo, 6 de mayo de 2012

Más optimismo y mejor

Hay muchas cosas de la vida que están más allá de nuestro control, como el color de los ojos, la raza, una sequía; pero también existe un vasto territorio que puede responder a nuestro control, si decidimos hacerlo... o seguir incontrolado si lo dejamos a otros o al destino. Tales actos comprenden nuestra manera de vivir, nuestro comportamiento con los demás, cómo nos ganamos la vida... son otros tantos aspectos de la existencia en los que normalmente hay un cierto grado de elección. Nuestro modo de pensar en torno a todo esto puede acentuar o reducir el control que tenemos sobre la vida. Nuestras ideas y pensamientos no son simplemente reacciones frente a los acontecimientos; esos pensamientos e ideas cambian las consecuencias. Por ejemplo, si pensamos que en modo alguno podemos intervenir en el futuro de nuestros hijos, entonces quedaremos paralizados cuando debamos enfrentarnos a ese aspecto de nuestras vidas. El solo pensar: "Nada que pueda hacer tiene importancia" es suficiente para impedirnos actuar. Y es así como cedemos el control a los amigos de nuestros niños, y a sus maestros, además de entregarlos a las circunstancias. Cuando sobreestimamos nuestra impotencia, siempre habrá otras fuerzas que tomen el control y modelen el futuro de nuestro hijo. Un tenue pesimismo, juiciosamente aplicado, puede ser útil. Pero veintecinco años de estudio me han convencido de que si creemos habitualmente, como lo hace el pesimista, que nosotros tenemos la culpa de nuestras desdichas, que la mala suerte será perdurable y echará a perder cuanto se nos ocurra hacer, entonces, lo más probable es que ese modo de pensar atraerá la desdicha sobre nosotros, exactamente al contrario de lo que pasaría si pensáramos de otra forma. Estoy convencido también de que, si ese pesimismo nos atrapa, nos deprimiremos más fácilmente, alcanzaremos resultados por debajo de nuestro potencial y hasta enfermarnos con más frecuencia. Las profecías pesimistas tienden a cumplirse[...] Los hábitos mentales no tienen por qué ser permanentes. Uno de los hallazgos más significativos hechos por la psicología en los últimos veinte años es que los individuos pueden elegir su manera de pensar. La ciencia psicológica no siempre se ocupó de los modos de pensar de las personas, de los actos humanos individuales, ni tan siquiera del individuo. Todo lo contrario. Hace veinticinco años, cuando era un estudiante de psicología, no se explicaban como hoy dilemas semejantes al que acabo de describir. En aquella época se consideraba al sujeto producto del medio. En cuanto a las acciones de los hombres, la explicación predominante decía que las personas eran "empujadas" por sus impulsos interiores o "atraídas" por los hechos exteriores. Si bien los detalles en cuanto al empujar o atraer dependían de la teoría particular sostenida por cada uno, en líneas generales todas las teorías en boga coincidían en aquella idea. Los freudianos sostenían que el comportamiento adulto depdendía de conflictos de la infancia. Los seguidores de B.F. Skinner afirmaban que el comportamiento solo se repetía cuando se reforzaba desde fuera. Los etólogos estaban de acuerdo en que no era sino el resultado de pautas de actos determinados por nuestros genes, y los behavioristas partidarios de Clark Hull sostenían que nos sentíamos aguijoneados para actuar por la necesidad de reducir impulsos y satisfacer necesidades biológicas. Las explicaciones que contaban con mayor consenso empezaron a cambiar radicalmente a partir de 1965, más o menos. El medio en que una persona vive se considera cada vez menos importante como causa de su comportamiento. Cuatro líneas diferentes de pensamiento convergieron en la proposición de que la autodirección, más que las fuerzas externas, podían explicar los actos humanos. Noam Chomsky escribió en 1959 una devastadora crítica del libro de B.F. Skinner Verbal Behavior, hasta entonces considerado fundamental. Argüía Chomsky que el lenguaje en particular y los actos humanos en general no eran resultado de fortalecimiento de hábitos verbales pasados mejorados. La esencia del lenguaje, entendía Chomsky, es que se trata de algo generativo: sentencias disparatadas nunca oídas antes (como podría ser: "Se te ha sentado un enanito verde en el hombro izquierdo") pueden, no obstante, comprenderse de inmediato. Jean Piaget, el gran investigador suizo de los niños, convenció a casi todo el mundo -los norteamericanos fueron los últimos- de que la mente infantil puede estudiarse científicamente a medida que se despliega. Cuando se publicó en 1967 el libro de Ulrich Neisser, Cognitive Psychology, un campo nuevo se abrió a la imaginación de los jóvenes psicólogos experimentales, alejándolos así de los dogmas behavioristas. La psicología cognitiva sostenía que el trabajo de la mente humana podría medirse y sus consecuencias estudiarse utilizando como modelo los métodos de información-procesamiento. Los psicólogos behavioristas descubrieron que el comportamiento animal y humano no podía explicarse de manera adecuada recurriendo a impulsos y necesidades, y empezaron a invocar las cogniciones -las ideas- del individuo para explicar el comportamiento complejo. Y así las teorías dominantes en psicología modificaron su enfoque en los últimos años de la década de 1960 para pasar de la acción del medio a las expectativas, preferencias, elecciones, decisiones, control y desesperanza individuales. Esta modificación fundamental en el ámbito de la psicología se vincula de manera íntima con un cambio también fundamental en nuestra propia psicología. Por primera vez en la historia -debido a la tecnología y la producción masiva, a la distribución de la riqueza y otras razones-, muchísimas personas están en condiciones de medir significativamente su elección y, en consecuencia, de ejercer un control sobre sus vidas. No es la menos importante de esas elecciones la referente a nuestros hábitos de pensamiento. En todo el mundo, en todos los estratos, las personas han recibido con alegría la noticia. Pertenecemos a una sociedad que pone en manos de sus miembros poderes como nunca tuvieron antes, una sociedad que toma muy en serio los placeres y los disgustos de sus componentes, que exalta lo propio y considera que la realización personal es un objetivo legítimo, casi un derecho sagrado. Martin E.P. Seligman: "Aprenda Optimismo". Ed. Debolsillo, 2011, Barcelona. Pp.: 19-23. "Un optimista es el que cree que todo tiene arreglo. Un pesimista es el que piensa lo mismo, pero sabe que nadie va a intentarlo". Jaume Perich (1941-1995). Humorista español. "No anticipéis las tribulaciones ni temáis lo que seguramente no os puede suceder. Vivid siempre en un ambiente de optimismo". Benjamin Franklin (1706-1790). "La violencia es miedo de las ideas de los demás y poca fe en las propias". Forges. Aunque es más conocido por la siguiente frase: "Los periódicos en España se hacen, en primer lugar para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público". Forges.

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