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Paz y Ciencia

sábado, 5 de mayo de 2012

Optimismo

Sí, es un mundo/ y en este mundo del/ sí viven/ (hábilmente imbricados)/ todos los mundos. E. E. Cummings. "El amor es un lugar", No Thanks. Cientos de estudios demuestran que los pesimistas se rinden más fácilmente y se deprimen con mayor frecuencia. Esos experimentos prueban también que los optimistas van mejor en los estudios, en el trabajo y en el deporte. Sobrepasan regularmente los promedios de las pruebas de aptitud. Cuando los optimistas aspiran a un cargo, tienen más posibilidades de triunfar que los pesimistas. Gozan de una salud desusadamente buena. Envejecen bien, mucho más libres que el común de nosotros de los males físicos propios de la edad. La evidencia sugiere asimismo que podrán vivir más tiempo. He comprobado que, en pruebas efectuadas a cientos de miles de personas, un número sorprendentemente grande aparecerá como profundamente pesimista, y otra gran porción presentará acusadas tendencias hacia el pesimismo. He aprendido que no siempre es fácil saber quién es pesimista, y puede que vivan en las sombras del pesimismo muchos más de los que se cree. Las pruebas dan muestras de pesimismo en gente que jamás podría considerarse a sí misma como pesimista; y muestran asimismo que los demás lo captan y que reaccionan negativamente. Una actitud pesimista puede parecer permanente. Y, sin embargo, se han encontrado formas de eludir el pesimismo. En realidad, los pesimistas pueden aprender a ser optimistas, y no por medio de trucos tan carentes de sentido como sería silbar una canción alegre o decir tonterías ("Día tras día, por el camino que sea, estoy mejor y mejor"), sino aprendiendo toda una batería de habilidades cognitivas. Lejos de ser creación de propagandistas o de los medios populares de difusión, tales habilidades fueron descubiertas en laboratorios y clínicas de prominentes psicólogos y psiquiatras, que luego las convalidaron rigurosamente. Hay otro fenómeno que constituye el núcleo del fenómeno del pesimismo, y es el sentimiento de impotencia, de desamparo. Se trata de un estado de cosas, de una situación donde nada que uno pueda elegir habrá de afectar a lo que ocurra. Por ejemplo, si prometo darle mil dólares si avanza en este libro, probablemente elija usted hacerlo, y sin ninguna dificultad lo conseguirá. Pero, en cambio, si le prometo la misma suma si puede contraer voluntariamente y sin ninguna ayuda sus pupilas, recurriendo nada más que a la voluntad, entonces, seguro que por mucho que lo intente, no lo logrará. No podemos contraer las pupilas voluntariamente. Pasar unas cuantas páginas es algo que está bajo nuestro control; los músculos que contraen o dilatan la pupila no responden a nuestra voluntad. El comienzo de la vida se produce en el mayor de los desamparos. El recién nacido no puede hacer cosas por sí mismo porque es poco menos que una suma de reflejos. Cuando llora, acude a su madre, aunque eso no quiere decir que el bebé controla a su madre y la hace venir. Su llanto es un mero reflejo ante el dolor o la incomodidad. El recién nacido no decide su ha de llorar o no. Al parecer, no hay más que un grupo muscular del bebé que él controla: los músculos que intervienen en la succión. Los últimos años de una vida normal suelen implicar algo así como una regresión a los años de la impotencia. Podemos perder nuestra capacidad de caminar. También es muy triste, pero en algunos casos el anciano pierde el control sobre la vejiga y los intestinos, deja de dominar sus esfínteres, algo parecido a lo que ocurre el segundo año de vida. Asimismo hay quienes suelen perder la capacidad de dar con las palabras buscadas. E incluso puede terminarse por perder hasta la facultad de hablar, la palabra, y en última instancia la capacidad de pensar. Ese largo período que se extiende desde la infancia y nuestros últimos años es un proceso que consiste en emerger del desamparo más impotente a la adquisición de nuestro control personal. Con estas dos palabras, control personal, quiero significar la capacidad para modificar cosas según nuestra voluntad; es precisamente lo contrario de la impotencia. Martin E.P. Seligman: "Aprenda Optimismo". Ed. Debolsillo, 2011, Barcelona. Pp.: 17-19 "Lo que importa no es el diagnóstico, sino la actitud optimista y proactiva". Rodrigo Córdoba Sanz. "La intención sin acción es pura ilusión".

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