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Paz y Ciencia

sábado, 26 de mayo de 2012

Testimonios sobre Afecto y Locura: Kay R. Jamison





En solución de continuidad con respecto al post anterior, que se sitúa debajo de este, seguiré el relato de Jamison. Psícologa, especialista en Bipolaridad y su relación con la Creatividad. Este "post" comienza con un bipolar genial, Shumann, estudiado, junto a otros por Jamison, en la beca que recibió de Oxford. Actualmente trabaja en Los Angeles como docente de la Facultad de Medicina, impartiendo clases para psiquiatras.
El fragmento que comparto con ustedes forma parte de la introducción. Si quieren hacerse una completa composición de su trabajo lean lo anterior o bien accedan al libro: Kay R. Jamison: "Una mente inquieta. Testimonio sobre afecto y locura". Tusquets, 2011, Barcelona. 
Así comienza su narración (Rodrigo Córdoba Sanz):

Al mes de firmar el nombramiento como profesora asistente de psiquiatría en la Universidad de California en Los Angeles, iba ya firmemente hacia la locura. Era en 1974 y tenía veintiocho años. Tres meses después, mi estado maniaco me hacía irreconocible mientras iniciaba una larga y costosa guerra contra la medicación que, años más tarde, yo misma recomendaría efusivamente a otros. Mi enfermedad, y mis luchas contra el fármaco que terminó por salvarme la vida devolviéndome a la lucidez, habían ido forjándose a lo largo del tiempo.
Siempre fui alarmamente propensa, a menudo de forma maravillosa, a la inestabiliad afectiva. Emocional de niña, veleidosa de jovencita, severamente deprimida al principio de la adolescencia y envuelta al inciar mi vida profesional en los ciclos inexorables de la enfermedad maniaco-depresiva, me vi convertida, tanto por necesidad como por inclinación intelectual, en estudiante de estados afectivos. Ha sido la única manera a mi alcance de comprender, incluso de aceptar, la afección que padezco, así como la única manera que conozco para tratar de cambiar las vidas de otros que sufren de tales trastornos. La enfermedad que en varias ocasiones casi acabó conmigo: la mayoría son jóvenes, la mayoría muere de manera innecesaria y, muchos de ellos, son los más imaginativos e inteligentes de la sociedad.
Los chinos creen que antes de poder vencer a una bestia es preciso volverla hermosa. A mi .manera, yo he tratado de hacer lo mismo con la enfermedad maniaco-depresiva, mi enemiga y mi compañera fascinante y mortífera durante toda la vida; me ha parecido seductoramente compleja, la esencia de lo mejor y, también, de lo más peligroso que llevamos dentro. Para poder luchar contra la bestia, tuve primero que conocer todos sus estados de ánimo y sus infinitos disfraces, tuve que comprender sus poderes reales e imaginarios. Debido a que, al principio, mi dolencia me parecía ser únicamente una prolongación de mí misma -es decir, de mis estados afectivos, de mis energías y de mis entusiasmos normalmente variables-, es posible que a veces le diera demasiado cuartel. Y como pensaba que debía controlar sin ayuda de nadie mis cambios de humor cada vez más irascibles, durante los primeros diez años no busqué ningún tipo de tratamiento. Incluso después de que mi estado mental se convirtiese en una urgencia médica, rechazaba aún de manera intermitente las medicaciones que tanto mi formación como mi competencia clínica me sugerían como el único medio para combatir la enfermedad.
Mis episodios maniacos, al menos en sus fases iniciales, eran ciclos intoxicantes que producían un inmenso placer personal, un flujo incomparable de pensamientos y una enérgía inacabable que facultaba el trasvase de nuevas ideas hacia artículos cientificos y proyectos. Los tratamientos médicos no solamente terminaban con aquellos tiempos desbordantes y exagerados, sino que llevaban consigo efectos secundarios aparentemente intolerables. Necesité mucho tiempo para darme cuenta de que los años y las amistades que se pierden son irrecuperables, que el daño que una se hace a sí misma y a los otros no siempre puede ser reparado y que el escape fuera de control que impone el tratamiento pierde su sentido cuando las únicas alternativas posibles son la muerte y la locura.
La guerra que inicié contra mí misma no es algo infrecuente. El problema más grande al tratar la enfermedad maniaco-depresiva no es la falta de medicamentos eficaces -los hay-, sino que quienes la sufren a menudo se niegan a tomarlos y, lo que es peor, no buscan ningún tratamiento debido a una ausencia de información, a consejos médicos inadecuados, al estigma o al miedo a sufrir represalias personales o profesionales. La enfermedad maniaco-depresiva distorsiona el estado de ánimo y el raciocinio, incita a conductas espantosas, destruye la génesis del pensamiento racional y, muy a menudo, erosiona la voluntad y el deseo de vivir. Tiene un origen biológico, pero actúa en la esfera mental. Única en su capacidad de proporcionar ventajas y placer, empuja asimismo a sufrimientos casi insoportables y, con frecuencia, al suicidio.
Soy afortunada por no haber sucumbido a mi afección, por haber recibido el mejor tratamiento disponible y por tener los amigos, los colegas y la familia que tengo.
Debido a eso, he intentado a mi vez, de la mejor manera posible, utilizar mis propias experiencias con la enfermedad como fuente de inspiración en mis investigaciones, en mi experiencia clinica y en mis consejos profesionales. A través de la escritura y de la enseñanza, he intentado convencer a mis colegas del carácter paradójico de esta caprichosa dolencia capaz de matar y de ser creativa y, junto con otros muchos, he luchado por cambiar las actitudes sociales sobre los problemas psiquiátricos en general y sobre la enfermedad maniaco-depresiva en particular. A veces ha resulta difícil entretejer la disciplina científica de mi actividad intelectual con las más exigentes realidades de mis propias experiencias emocionales. Y, sin embargo, ha sido a través de esa fusión de emociones desnudas con el ojo distante de la ciencia médica como creo haber obtenido la libertad de vivir la vida que deseo y la experiencia necesaria para lograr una mayor conciencia pública y un ojo clínico más certero.
He tenido muchas reticencias antes de escribir un libro que relata de manera tan explícita mis propios episodios de manía, de depresión y de psicosis, así como mis angustias a la hora de aceptar la neecsidad de una medicación continuada. Por razones obvias, a la hora de obtener la colegiación y los privilegios hospitalarios de ejercer la medicina, los clínicos se han mostrado siempre poco dispuestos a confesar sus altibajos psiquiátricos. Esa inquietud se encuentra a menudo justificada. Ignoro el alcance que tendrá para mí, a largo plazo, airear estos asuntos de mi voda personal y profesional, pero sean cuales sean las consecuencias, no tienen más remedio que ser mejores que el silencio. Estoy cansada de disimulos, de retener y de malgastar energía, de conducirme como si tuviese algo que ocultar. Una es lo que es, y refugiarse tras un diploma o un cargo o una actitud, incluso si resulta necesario, no es más que deshonestidad.
Sigo teniendo dudas sobre si hago bien al hacer público mi problema, pero una de las ventajas de padecer la enfermedad maniaco-depresiva durante más de treinta años es que pocas cosas parecen imposibles de vencer. De manera similar a lo que ocurre cuando hay tormenta en Chesapeake mientras se cruza el Bay Bridge, una puede sentir terror al avanzar, pero nunca se plantea volver atrás. Es entonces cuando la pregunta fundamental de Robert Lowell me procura un consuelo inevitable: "¿Por qué no decir lo que ocurrió?"

Nota de Rodrigo Córdoba Sanz: estoy francamente cansado de leer, estudiar, asistir a cursos, ponencias, congresos y demás. Este tipo de libros, ya sean de bipolaridad, de esquizorfenia, de trastornos de personalidad o de cualquier problema psicológico-psiquiátrico, para mí tienen más valor en cuanto al plano VIVENCIAL. Del mismo modo que Donald Woods Winnicott en su obra más reconocida: "Realidad y Juego" dedica a sus pacientes lo siguiente: "A mis pacientes que pagaron por enseñarme". Estoy convencido de que estas lecturas son también parte de la Ciencia. En estido estricto no es un manual científico, claro, pero se obtienen matices, dimensiones, "afectos", sensaciones, sentimientos, fantasías, experiencias, pensamientos que aportan mucho más que la simple descripción de un trastorno en cuanto a sus síntomas y el tratamiento estandarizado. Es absolutamente bochornoso que lo que llega a la mayoría de librerías son los manuales escritos por médicos que, en bastantes ocasiones, basan su tratamiento en lo medicamentoso. Esto es una forma deplorable, convierte a la persona en un agente pasivo en relación a su enfermedad.
Mi postura, y creo que es muy cercana, tal vez pareja, a la de Jamison, es que hay que luchar como un guerrero, convirtiendo la bestia en algo hermoso, parafraseando a la autora. La Psicoterapia es el tratamiento que salvó a Jamison, comenta. Desde luego que es así, por eticidad, responsabilidad y profesionalidad, también hay que comentar que un tratamiento medicamentoso es necesario para prevenir episodios psicóticos y contribuir a la estabilidad. Con respecto a esto último aquellas personas acostumbradas a la "belleza" de la oscilación sienten que la medicación les desnaturaliza. Hay que familiarizarse con los medicamentos, sin abusos, y dar prioridad a la psicoterapia como medio de encontrar una salida a las vivencias tormentosas que se experimentan en este u otros trastornos. ¡Salud!




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