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Paz y Ciencia

domingo, 17 de junio de 2012

El Arte de Amargarse la Vida: Paradojas de Paul Watzlawick



Cuidado con la llegada:

It is better to travel hopefully than to arrive, escribe R.L. Stevenson citando un sabio adagio japonés. La traducción literal es naturalmente: es mejor viajar lleno de esperanzas, que llegar; y quiere decir que la felicidad está en la salida y no en la meta.
Claro está que los japoneses no son los únicos que sienten desazón por la llegada. Lao-tse ya recomendaba olvidar el trabajo una vez acabado. También George Bernard Shaw toca este tema en su famoso aforismo, plagiado con frecuencia: "En la vida hay dos tragedias. Una es el no cumplimineto de un deseo íntimo; las otra es su cumplimiento". El seductor de Hermann Hesse suplica a la personificación de sus anhelos: "Defiéndete, mujer hermosa, entiesa tu porte. Cautiva, atormenta; pero no me escuches"; pues él sabe "que toda realidad destruye el sueño". No tan poético, pero con más detalle, el contemporáneo de Hesse, Alfred Adler, se engolfó en este problema. Su obra, cuyo redescubrimiento llega con retraso, entre otros temas, se ocupa con detalle del estilo de vida del que está en viaje permanente y pone sumo cuidado en no llegar nunca.
Una versión muy libre de Adler podrían ser las reglas siguientes para un ejercicio futuro: llegar -que tanto literal como metafóricamente indica la consecución de un objetivo- se tiene como señal importante de éxito, poder, reconocimiento y autoaprecio. Lo contrario, fracaso o incluso vida ociosa, se tiene como señal de estupidez, holgazanería, falta de responsabilidad o cobardía. Pero el camino del éxito es penoso, pues uno tiene que empezar por esforzarse y aun así no es seguro que la empresa no acabe mal. Por esto, en vez de emprender una política trivial de "pasos cortos" e imponerse unos objetivos modestos y razonables, se aconseja fijar el objetivo muy alto, que cause admiración.
Mis lectores adivinirán sin duda las ventajas de esta táctica. El afán de Fausto, la búsqueda de la flor azul, la renuncia ascética a las satisfacciones más bajas de la vida, se cotiza mucho en nuestra sociedad y hace palpitar más fuerte los corazones maternales. Y, sobre todo, si el objetivo está lejos, hasta el más tonto comprende que su camino será largo y fatigoso y que los preparativos del viaje serán minuciosos y exigirán mucho tiempo. ¡Que se atreva uno a criticar que todavía no se haya emprendido la marcha! Con todo, se está menos expuesto a la crítica, si una vez en camino, uno se desvía o ronda en círculo o incluye pausas en la marcha. Al contrario, extraviarse en el laberinto y naufragar en empresas sobrehumanas ha sido el sino de héroes ejemplares, a cuya luz entonces uno también resplandece un poquito.
Pero esto no es todo, ni mucho menos. La llegada a la meta más augusta trae consigo el peligro que es el común denominador de las citas aludidas al principio, esto es, el desasosiego. El experto de la vida desdichada tiene conocimiento de este peligro, tanto da que tenga o no tenga conciencia clara de ello. La meta todavía no alcanzada -así parece haberlo dispuesto el creador de este mundo- es más apetecible, romántica, trasfigurada como nunca puede serlo la que ya se ha alcanzado. No pretendamos vender gato por liebre: en la luna de miel se acaba la miel antes de lo previsto; al llegar a la ciudad leja y exótica, el taxista ya está al acecho para tomarnos el pelo; superar con éxito el examen decisivo es mucho menos impresionante que la invasión complementaria e inesperada de complicaciones y quebraderos de cabeza; y hablar de la serenidad del crepúsculo de la vida después de la jubilación, como se sabe, no es para tanto [...]

Paul Watzlawick: "El Arte de Amargarse la Vida". Herder, 2009, Barcelona. Pp.:71-74

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