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Paz y Ciencia

miércoles, 20 de junio de 2012

El Arte Expresivo



El Arte Expresivo

El arte expresivo es capaz, por sí mismo, de hacer evidentes los rastros de las heridas que causan nuestros sufrimientos. No siempre resulta fácil poder acceder a ellos, especialmente si se trata de huellas muy antiguas de nuestra biografía o que pertenecen a la memoria ancestral o familiar. En estos casos, se localizan muy escondidos y sepultados tras marañas de recuerdos y olvidos encubridores.
Nada se puede sanar si no se vive primero intensamente y nada se puede sanar en ausencia. Ningún atolladero puede ser resuelto en la medida en que no se saca a la luz, ninguna emoción en la cual estamos atrapados se elabora mientras no se puede revivir.
Claro está que enfrentar estos contenidos reprimidos dolorosos conlleva avivar resistencias que se oponen a esta labor y ocurre, en ocasiones, que los obstáculos se hacen más fuertes a medida que nos aproximamos a la herida del Alma.
A pesar de ello, en la vida cotidiana, las emociones sofocadas retornan en toda oportunidad que se les hace viable, como sueños, como vínculos tormentosos, como síntomas y como actos fallidos.
Frente a la oposición a expresarse que florece en el paciente, a medida que prospera su cura, se le plantea, entonces, al terapeuta, un problema clínico: no debe transigir con ella, pero tampoco puede obligar al paciente a ejercer un esfuerzo que parece estar más allá de sus posibilidades actuales.

Qué hacer para que lo escondido se exprese

Hay cosas que no se pueden decir abiertamente de un modo directo o que no resulta fácil ponerla en palabras. En ocasiones, esto es a causa de que recordarlas resulta cruel y lacerante; en otras, es el no hallar términos suficientemente gráficos para poder describir lo que se siente ["Para que las palabras no basten es preciso una muerte en el corazón" (Alejandra Pizarnik)]. No podemos dar en el clavo con la forma de traducir y comunicar, acabadamente, nuestra alegría, nuestra tristeza, nuestra angustia o nuestro amor. ["No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes (ídem)]. Inclusive, la complejidad de la situación, muchas veces, torna ardua su explicación. Uno se pregunta: ¿Por dónde empezar?
En esos momentos cuando la expresión verbal está bloqueada se puede recurrir a caminos sustitutivos, como el arte, con la intención de encontrar por este medio una vía para que los afectos bloqueados se expresen.

Pero, del mismo modo como el arte (en cualquiera de sus manifestaciones) puede cumplir la función de desbloquear afectos dentro de un proceso terapéutico, es en sí mismo una actividad que todo paciente bipolar debería practicar regularmente, no solo para canalizar energía, sino sobre todo para despertar y descubrir sus talentos, educar su sensibilidad y sus sentidos y fortalecer su autoestima.

El arte expresivo es una manera de penetrar en la sombra inconsciente de cada persona, y hacer surgir los secretos, conflictos, miedos y deseos que se plasman en la producción; también es un medio para equilibrar emociones.
Carlos Bayod Serafini afirma:

El arte es el puente entre el Yo profundo y la mente que lo lee, estimulada por ese Yo profundo que se conoce globalmente a sí mismo. Este se enfrenta a las presiones del entorno y genera como respuesta, a través de la fijación en el tiempo, unas sensaciones expresadas por medio de su obra. Se crea una salida equilibrada parecida a la transmutación alquímica.

¿Cómo hacerlo?

Hay dos modalidades extremas de trabajo con las técnicas artísticas. La primera es promoviendo la expresión libre; que el paciente se conecte con su intuición, con sus vivencias, con sus sentires y estimularlo a que los deje fluir libre y espontáneamente. La segunda, desarrollando una actividad guiada en la cual se le propone a la persona ciertos materiales, ciertas técnicas y ciertos objetivos.
Mi experiencia con bipolares es que hay que seguir un camino intermedio entre ambas propuestas y combinar las inclinaciones de los pacientes con ciertos objetivos que se quieren alcanzar, ya que los talleres dirigidos terminar por regenerarles rechazo y aburrimiento, y los totalmente libres, desorientación y angustia.

Independientemente de la metodología adoptada, los elementos empleados y los resultados obtenidos, lo que no hay que perder de vista es que esta propuesta de actividad artística no es en pro de la belleza sino de la expresión, de la proyección del mundo interior del bipolar en la obra y despliegue de sus potencialiades.

De tal manera que la evaluación que se hace (en caso de hacérsela) de la obra no consiste en otra cosa que en una reflexión sobre lo que el paciente puso allí de sí mismo y qué sintió durante el proceso y qué siente ahora al visualizar lo realizado.
Es interesante ver cómo el paciente bipolar (y, creo, cualquier paciente de cualquier índole) va mejorando de manera notable a medida que puede crear cada vez más espontánea y libremente, y esto no ocurre solo a causa de las modificaciones que se operan en las diferentes esferas psíquicas (autoestima, capacidad expresiva, imaginación, asertividad, comunicación), sino que también la actividad artística produce efectos sobre los neurotransmisores, el equilibrio hormonal, el sistema nervioso autónomo, el sistema inmunológico y la actividad circulatoria. Todo esto conlleva mejoras en la bipolaridad, es decir, en el desbalance emocional de la persona, e implica además el poder hallar un mecanismo para modelar y significar las experiencias de su vida con mayor plenitud y animación.

Eduardo H. Grecco: "Despertar el Don Bipolar". Kairós, 2012, Barcelona. Pp.: 106-109


Princesa Inca: locura y furia de vivir
Heraldo de Aragón

La relación entre el arte y la locura es constante. Es casi un lugar común. La creación está llena de locos y la vida cotidiana también. A veces consideramos locos a aquellos que tienen otra manera de mirar las cosas, una acusada sensibilidad, una inclinación a la rebeldía o al desafuero. A veces los miramos mal o con temor porque no sabemos cómo van a reaccionar, en qué momento asomará de sus labios o de su paleta o de su cámara de fotos un fogonazo de turbación, de grito o de desespero.

Desde hace algunos años, en la tertulia de ‘locos’, vinculados a Radio Nikosia, de ‘La Ventana’, que conduce Gemma Nierga en la cadena Ser, llama la atención la personalidad y el talento de la Princesa Inca, Cristina Martín (Barcelona, 1979), uno de esos seres entre lúcidos y atormentados, que van de aquí para allá en busca de sí misma y de un fragmento de sosiego. Hambrienta de luz, de amor y de poesía. Después de cada intervención la Princesa Inca, lee un poema. Poemas nada convencionales, surrealistas, de esos poemas que traspasan umbrales, que abren puertas a regiones de las sensaciones y de la cabeza nada frecuentes. Dice Inca: “La poesía es para mí un territorio de libertad absoluta donde todo está permitido”. Los suyos no son poemas perfectos, pero tienen el vigor de la sinceridad, la extraña virtud de la alucinación, el desgarro de quien intenta decir lo indecible o la espiral de los presagios.

Hace muy poco, Libros del Silencio publicaba el libro ‘La mujer-precipicio’ (Barcelona, 2011. 176 páginas). El editor Gonzalo Canedo confiesa que siempre se ha sentido atraído y turbado por esa poesía. Este es un libro de recopilación de textos, de poemas directos, nacidos de impresiones inmediatas, escritos en trance en ocasiones, poemas de amor y deseo, poemas de ansiedad. Princesa Inca escribe una poesía que llega, que duele, que excita, que anima, que desvela los sombríos lugares del alma y del cuerpo. Es uno de esos libros que llaman la atención porque contienen espasmo, lujuria, búsqueda, furia de vivir y a la vez una inclinación al suicidio. Por ejemplo, en ‘Morir de mí o mujer en llamas’ escribe: “Pero un dolor reconoce ya su propio nombre / y llora encogido en mi vagina, / pernocta y llora como un compás de lamento, /esperando nacer”. O en otro poema anota: “Locura que traes el paraíso y luego el agujero, el vacío, la nada. / Locura, vas a morir y no volver a nacer, /morir en mí, desde mí. / Serás cadáver y luego sombra. / Locura, huye, que pronto serás cadáver y sombra”. O “Me desnudo, cómeme la boca, dentro de tu libro de los presocráticos he dejado un poema en forma de pajarita”. La mujer-precipicio’ también es un libro con humor y con ternura, de esos volúmenes que te dejan encogido el corazón: la vida, en desorden, airada y sutil, se hace visible y doliente en sus páginas.
El libro

La mujer-precipicio. Princesa Inca (Cristina Martín). Prólogo de Gemma Nierga. Ilustraciones de Mercè López. Libros del Silencio. Barcelona, 174 páginas.



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