La
“Enfermedad Mental” como Estilo de Vida
<<La
ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es o no lo más sublime de la
inteligencia>> Edgard Allan Poe.
Cuando
comencé a estudiar investigué mucho, de forma paralela al conocimiento
transmitido por la Universidad. Allí aprendí psicología cognitivo-conductual,
psicología experimental y modificación de conducta, entre otras muchas cosas,
por ejemplo la historia de la psicología y la psicoterapia. Esto no me
resultaba suficiente, seguí indagando sobre la naturaleza humana, su
sufrimiento y sobre aquellas personas que padecían o habían sufrido un
“trastorno” a lo largo de su vida. Podíamos hacer una lista innumerable.
Mientras
estudiaba la Licenciatura veía a pacientes en prácticas con un profesional
psicólogo, de orientación conductista. Todo eso me parecía algo vacío. Las
asignaturas que me produjeron cierto rechazo fueron la psicología experimental
y la modificación de conducta, en todas las demás disfruté mucho, especialmente
en psicopatología e historia de la psicoterapia.
Con
el bagaje de haber “practicado” junto a psicólogos y psiquiatras en aquel
Gabinete, comencé un Master, allí vi la luz. Recuerdo que alguien mencionó que
los que nos habíamos incorporados nuevos a esa formación teníamos cara de “iluminación”.
Cara de sorpresa, de descubrir aquello que nos había llevado al estudio de la
Licenciatura en Psicología. Conocer las pasiones profundas del ser humano.
Resultó ser una formación ecléctica, con una clara influencia psicoanalítica y
también por la experiencia de otros profesionales que habían tenido la
oportunidad de aprender y trabajar en la psicoterapia estratégica. Así pues,
aprendí la teoría de la psicoterapia desde ángulos distintos, con una
confluencia, el conocimiento del ser humano de una forma profunda y una
terapéutica "holística”. Esto es, trabajar, desde lo psicológico, lo
físico, lo familiar, lo social y lo cultural.
Cuando
comencé a trabajar estaba eclipsado por mi analista didáctico y mi supervisora,
ambos de formación psicoanalítica. Mi vocación y mi interés en entender la
personalidad, la identidad y la mismidad resultaban saciados por aquellas
experiencias, por un lado, vivencial, por otro más intelectual.
Como
es común en la profesión, la persona-terapeuta va poco a poco descubriendo
terapéuticas y es influida por aquellos referentes que tiene en la profesión.
Así que me volqué de lleno al psicoanálisis, la psicoterapia que considero, más
atinada para conocer las capacidades de la persona y sus aflicciones. También,
como transgresor, disidente y “revoltoso” fui investigando en otros modelos, la
Gestalt, la Terapia Sistémica y, lo que más me llenó, la psicoterapia
humanista. Por otro lado, durante aquellas prácticas en el Gabinete había
interpretado muchos cuestionarios y test, fundamentalmente de personalidad. Por
lo tanto, esto lo incorporé a mi práctica. Me di cuenta, mucho más tarde, que
el modelo social de psicólogo que hace test, es una solemne tontería. Los
cuestionarios y test tienen valor para realizar peritaciones o fundamentar
científicamente un informe o un artículo científico al uso.
Comencé
a trabajar de manera autónoma, como un freelance
burocrático. Trabajaba en la consulta, en un centro de reforma y daba
clases de psicología. Durante este período iba haciéndome al oficio y descubrí
que la teoría hay que dejarla aparcada para entender, de verdad, desde el
corazón, desde la relación terapéutica, desde el vínculo, en muchos casos
amoroso, entiéndase en el sentido amplio de la expresión. Un psicoanalista
podía pensar algo referente al Amor de
Transferencia. En mi experiencia, los psicoanalistas ortodoxos, rizan el
rizo, interpretan cuestiones que son gestos
espontáneos, el resultado es cercenar la expansión de la persona y provocar
cierto rechazo. Esto fue de las primeras cosas que aprendí. Un paciente español
no consulta para que se le haga un psicoanálisis De hecho, podría decir, que se
consulta para aliviar el sufrimiento, no tanto para cambiar.
A
través de muchas lecturas, demasiadas, escribir borrones, en guiño y homenaje a Goya, así como artículos más
rigurosos, fui haciendo desarrollando mi propio estilo. Algo consustancial a la
persona que trabaja con personas. El objetivo es sentirse cómodo con el modelo
de forma que el consultante-paciente pueda sentirse bien y sentir la
autenticidad del terapeuta.
Siendo
un pequeño saltamontes en la
profesión pude ir consiguiendo éxitos terapéuticos, gracias a que la capacidad
del ser humano para curarse es mucho más importante de lo que se suele enseñar
y entender. El terapeuta es un asistente, lo que sería un base en baloncesto
que le da al pivot la pelota para que meta la canasta.
Tras
este preámbulo o introducción voy a proceder a explicar el tema que refleja el
título de este texto. En la clínica he visto muchas personas que convierten su Enfermedad Mental en una forma de vivir.
Por ejemplo, podemos citar a aquellas personas que han visitado otros
profesionales y refieren que se han sentido mal y se han acabado marchando o
huyendo. Estas personas, también suelen tener un gran miedo o ansiedad
anticipatoria ante el encuentro con otro terapeuta. Estas personas, que han
vivido malas experiencias terapéuticas conocen el sistema de trabajo de forma
esquemática y realizan una Profecía Autocumplida,
tal y como decía Paul Watzlawick. Esto significa que piensan que la terapia les
va a provocar malestar y, durante el tratamiento promueven actitudes que se
dirigen de una forma consciente y no consciente a que ese temor se haga
realidad.
Es
difícil poder explicar todos los perfiles que dinamitan el proceso terapéutico,
el vínculo, la relación, la alianza terapéutica. Cada sujeto es singular. Cada
persona tiene un marco oculto de
creencias, pensamientos, sentimientos, fantasías, deseos y necesidades que forman parte de su manera de ser y de su
aflicción.
Voy
a poner un ejemplo típico, una persona con un estado de ánimo subyacente,
etiquetado por varios psiquiatras de diferentes diagnósticos, un paciente
frecuentador de la medicina de atención primaria, visitador de varios
especialistas. Un paciente que se queja de dolor físico. Una persona que
disocia el cuerpo y la mente, como sabemos, esto es un proceso psicosomático
que se llama hipocondría. Recuerdo que este paciente, al que le llamaremos Poe,
en referencia al genial escritor Edgar Allan Poe, tuvo una reacción que, en
psicoanálisis llamamos insight y en
terapia Gestalt, el darse cuenta.
Dicha reacción fue al estímulo siguiente: <>. Su rostro
fue un poema, fácil de interpretar. Como es habitual en este tipo de casos, su
discurso volvió a centrarse en la objetivación y cosificación de su
padecimiento.
Otros
pacientes, que han sido diagnosticados de trastornos como la bipolaridad, trastornos del espectro psicótico o
trastornos de personalidad, tienen mucha experiencia en esto de las consultas
con profesionales. Están desencantados, agobiados de tener un tratamiento donde
solo se les pregunta sobre sus síntomas, se les prescribe medicación y se les
pone una etiqueta de cronicidad, gravedad y este tipo de mitologías de la
ciencia. Una cuestión muy importante es la siguiente: No existen problemas graves o crónicos sino personas más o menos
motivadas, con más o menos convicción, con más o menos esperanza. Cierto
es, que generalmente, cuando una persona acude a consulta suele tener un estado
de ánimo depresivo subyacente, un trastorno en el eje I, siguiendo el DSM, lo
que Seligman llama el Menú Chino. Yo
diría que ese menú es el que alimenta
a la industria de la psiquiatría biológica y la industria farmacéutica, primos
hermanos.
Pues
bien, existen muchas personas con esos trastornos que son pensados según la
medicina basada en la evidencia y sus metaanálisis como crónicos, graves,
incurables, en definitiva. No les quito razón a estos representantes de la
medicina. Porque con el modelo propuesto en la Sanidad Pública y las urgencias
de tiempo y masificación, así como el enfoque basado en las pastillas como
solución mágica, los pacientes graves
no tienen curación. También hay que decir que muchísimos profesionales de la
Salud Pública hacen virguerías para atender correctamente a los pacientes.
Por
último, aunque con el ánimo de invitar a la reflexión y a la transgresión
social de esos imperativos de desahucio, quiero decir algo que me parece
importante. El mensaje de la ciencia se hace eco en los medios de comunicación,
en los libros de autoayuda de supuestos popes de la profesión y en la
dificultad inherente del ser humano para cambiar. Por tanto podemos decir algo
que ya comentaba el psiquiatra escocés Ronald D. Laing, la locura es sentirse
socialmente inadaptado. Martin Luther King decía que El futuro está en manos de
los inadaptados creativos. Sin embargo, todo esto resulta chocante a las
personas de la calle y tienden a desplazar a la persona con un trastorno.
Volviendo al paciente Poe, comentaba con dolor que le resultaba muy duro que le
vieran esperando al psiquiatra en el Centro de Salud. Todo esto me invita a
pensar que hay que cambiar los preceptos que se transmiten a la sociedad con
respecto al sufrimiento psíquico. La sociedad y la cultura construyen un
discurso que atraviesa al sujeto y esto provoca El Mito de la Enfermedad Mental.
Rodrigo
Córdoba Sanz, Zaragoza, 26 de mayo del 2012.
Twitter:
@PSICOLETRA
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