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Paz y Ciencia

domingo, 3 de junio de 2012

La "Enfermedad Mental" como Estilo de Vida: Rodrigo Córdoba Sanz




La “Enfermedad Mental” como Estilo de Vida



<<La ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es o no lo más sublime de la inteligencia>> Edgard Allan Poe.



Cuando comencé a estudiar investigué mucho, de forma paralela al conocimiento transmitido por la Universidad. Allí aprendí psicología cognitivo-conductual, psicología experimental y modificación de conducta, entre otras muchas cosas, por ejemplo la historia de la psicología y la psicoterapia. Esto no me resultaba suficiente, seguí indagando sobre la naturaleza humana, su sufrimiento y sobre aquellas personas que padecían o habían sufrido un “trastorno” a lo largo de su vida. Podíamos hacer una lista innumerable.

Mientras estudiaba la Licenciatura veía a pacientes en prácticas con un profesional psicólogo, de orientación conductista. Todo eso me parecía algo vacío. Las asignaturas que me produjeron cierto rechazo fueron la psicología experimental y la modificación de conducta, en todas las demás disfruté mucho, especialmente en psicopatología e historia de la psicoterapia.

Con el bagaje de haber “practicado” junto a psicólogos y psiquiatras en aquel Gabinete, comencé un Master, allí vi la luz. Recuerdo que alguien mencionó que los que nos habíamos incorporados nuevos a esa formación teníamos cara de “iluminación”. Cara de sorpresa, de descubrir aquello que nos había llevado al estudio de la Licenciatura en Psicología. Conocer las pasiones profundas del ser humano. Resultó ser una formación ecléctica, con una clara influencia psicoanalítica y también por la experiencia de otros profesionales que habían tenido la oportunidad de aprender y trabajar en la psicoterapia estratégica. Así pues, aprendí la teoría de la psicoterapia desde ángulos distintos, con una confluencia, el conocimiento del ser humano de una forma profunda y una terapéutica "holística”. Esto es, trabajar, desde lo psicológico, lo físico, lo familiar, lo social y lo cultural.

Cuando comencé a trabajar estaba eclipsado por mi analista didáctico y mi supervisora, ambos de formación psicoanalítica. Mi vocación y mi interés en entender la personalidad, la identidad y la mismidad resultaban saciados por aquellas experiencias, por un lado, vivencial, por otro más intelectual.

Como es común en la profesión, la persona-terapeuta va poco a poco descubriendo terapéuticas y es influida por aquellos referentes que tiene en la profesión. Así que me volqué de lleno al psicoanálisis, la psicoterapia que considero, más atinada para conocer las capacidades de la persona y sus aflicciones. También, como transgresor, disidente y “revoltoso” fui investigando en otros modelos, la Gestalt, la Terapia Sistémica y, lo que más me llenó, la psicoterapia humanista. Por otro lado, durante aquellas prácticas en el Gabinete había interpretado muchos cuestionarios y test, fundamentalmente de personalidad. Por lo tanto, esto lo incorporé a mi práctica. Me di cuenta, mucho más tarde, que el modelo social de psicólogo que hace test, es una solemne tontería. Los cuestionarios y test tienen valor para realizar peritaciones o fundamentar científicamente un informe o un artículo científico al uso.

Comencé a trabajar de manera autónoma, como un freelance burocrático. Trabajaba en la consulta, en un centro de reforma y daba clases de psicología. Durante este período iba haciéndome al oficio y descubrí que la teoría hay que dejarla aparcada para entender, de verdad, desde el corazón, desde la relación terapéutica, desde el vínculo, en muchos casos amoroso, entiéndase en el sentido amplio de la expresión. Un psicoanalista podía pensar algo referente al Amor de Transferencia. En mi experiencia, los psicoanalistas ortodoxos, rizan el rizo, interpretan cuestiones que son gestos espontáneos, el resultado es cercenar la expansión de la persona y provocar cierto rechazo. Esto fue de las primeras cosas que aprendí. Un paciente español no consulta para que se le haga un psicoanálisis De hecho, podría decir, que se consulta para aliviar el sufrimiento, no tanto para cambiar.

A través de muchas lecturas, demasiadas, escribir borrones, en guiño y homenaje a Goya, así como artículos más rigurosos, fui haciendo desarrollando mi propio estilo. Algo consustancial a la persona que trabaja con personas. El objetivo es sentirse cómodo con el modelo de forma que el consultante-paciente pueda sentirse bien y sentir la autenticidad del terapeuta.

Siendo un pequeño saltamontes en la profesión pude ir consiguiendo éxitos terapéuticos, gracias a que la capacidad del ser humano para curarse es mucho más importante de lo que se suele enseñar y entender. El terapeuta es un asistente, lo que sería un base en baloncesto que le da al pivot la pelota para que meta la canasta.

Tras este preámbulo o introducción voy a proceder a explicar el tema que refleja el título de este texto. En la clínica he visto muchas personas que convierten su Enfermedad Mental en una forma de vivir. Por ejemplo, podemos citar a aquellas personas que han visitado otros profesionales y refieren que se han sentido mal y se han acabado marchando o huyendo. Estas personas, también suelen tener un gran miedo o ansiedad anticipatoria ante el encuentro con otro terapeuta. Estas personas, que han vivido malas experiencias terapéuticas conocen el sistema de trabajo de forma esquemática y realizan una Profecía Autocumplida, tal y como decía Paul Watzlawick. Esto significa que piensan que la terapia les va a provocar malestar y, durante el tratamiento promueven actitudes que se dirigen de una forma consciente y no consciente a que ese temor se haga realidad.

Es difícil poder explicar todos los perfiles que dinamitan el proceso terapéutico, el vínculo, la relación, la alianza terapéutica. Cada sujeto es singular. Cada persona tiene un marco oculto de creencias, pensamientos, sentimientos, fantasías, deseos y necesidades  que forman parte de su manera de ser y de su aflicción.

Voy a poner un ejemplo típico, una persona con un estado de ánimo subyacente, etiquetado por varios psiquiatras de diferentes diagnósticos, un paciente frecuentador de la medicina de atención primaria, visitador de varios especialistas. Un paciente que se queja de dolor físico. Una persona que disocia el cuerpo y la mente, como sabemos, esto es un proceso psicosomático que se llama hipocondría. Recuerdo que este paciente, al que le llamaremos Poe, en referencia al genial escritor Edgar Allan Poe, tuvo una reacción que, en psicoanálisis llamamos insight y en terapia Gestalt, el darse cuenta. Dicha reacción fue al estímulo siguiente: <>. Su rostro fue un poema, fácil de interpretar. Como es habitual en este tipo de casos, su discurso volvió a centrarse en la objetivación y cosificación de su padecimiento.

Otros pacientes, que han sido diagnosticados de trastornos como la bipolaridad,  trastornos del espectro psicótico o trastornos de personalidad, tienen mucha experiencia en esto de las consultas con profesionales. Están desencantados, agobiados de tener un tratamiento donde solo se les pregunta sobre sus síntomas, se les prescribe medicación y se les pone una etiqueta de cronicidad, gravedad y este tipo de mitologías de la ciencia. Una cuestión muy importante es la siguiente: No existen problemas graves o crónicos sino personas más o menos motivadas, con más o menos convicción, con más o menos esperanza. Cierto es, que generalmente, cuando una persona acude a consulta suele tener un estado de ánimo depresivo subyacente, un trastorno en el eje I, siguiendo el DSM, lo que Seligman llama el Menú Chino. Yo diría que ese menú es el que alimenta a la industria de la psiquiatría biológica y la industria farmacéutica, primos hermanos.

Pues bien, existen muchas personas con esos trastornos que son pensados según la medicina basada en la evidencia y sus metaanálisis como crónicos, graves, incurables, en definitiva. No les quito razón a estos representantes de la medicina. Porque con el modelo propuesto en la Sanidad Pública y las urgencias de tiempo y masificación, así como el enfoque basado en las pastillas como solución mágica, los pacientes graves no tienen curación. También hay que decir que muchísimos profesionales de la Salud Pública hacen virguerías para atender correctamente a los pacientes.

Por último, aunque con el ánimo de invitar a la reflexión y a la transgresión social de esos imperativos de desahucio, quiero decir algo que me parece importante. El mensaje de la ciencia se hace eco en los medios de comunicación, en los libros de autoayuda de supuestos popes de la profesión y en la dificultad inherente del ser humano para cambiar. Por tanto podemos decir algo que ya comentaba el psiquiatra escocés Ronald D. Laing, la locura es sentirse socialmente inadaptado. Martin Luther King decía que El futuro está en manos de los inadaptados creativos. Sin embargo, todo esto resulta chocante a las personas de la calle y tienden a desplazar a la persona con un trastorno. Volviendo al paciente Poe, comentaba con dolor que le resultaba muy duro que le vieran esperando al psiquiatra en el Centro de Salud. Todo esto me invita a pensar que hay que cambiar los preceptos que se transmiten a la sociedad con respecto al sufrimiento psíquico. La sociedad y la cultura construyen un discurso que atraviesa al sujeto y esto provoca El Mito de la Enfermedad Mental.



Rodrigo Córdoba Sanz, Zaragoza, 26 de mayo del 2012.



Twitter: @PSICOLETRA


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