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Paz y Ciencia

domingo, 3 de junio de 2012

La Investigación de las Emociones: Antonio Damasio en "El error de Descartes"



Si hubiéramos vivido alrededor de 1900 y tuviéramos cierto interés por las cuestiones de la intelectualidad, probablemente habríamos pensado que era el momento de que la ciencia abordara la comprensión de las emociones en todas sus vertientes para dar una respuesta definitiva a la curiosidad creciente del público hacia este tema. Una década antes, Charles Darwin demostró que algunos fenómenos emocionales se producen de forma sorprendentemente parecida en especies no humanas; William James y Carl Lange presentaron una innovadora propuesta para explicar el disparador de la emociones; Sigmund Freud hizo de las emociones el eje de su investigación sobre estados psicopatológicos; y Charles Sherrington inició la investigación neurofisiológica de los circuitos cerebrales que intervienen en las emociones. Sin embargo, en aquella época nunca se llegó a abordar de forma decisiva el tema de las emociones. Por el contrario, a medida que prosperaban las ciencias de la mente y el cerebro durante el siglo XX, sus intereses se dispersaron y las especialidades que hoy en día agrupamos en términos generales bajo la denominación de neurociencia dejaron de lado definitivamente la investigación de las emociones. Es cierto que los psicoanalistas nunca se olvidaron de ellas, y que existían nobles excepciones: farmacólogos y psiquiatras preocupados por las alteraciones del estado de ánimo, y psicólogos y neurocientíficos que cultivaban por su cuenta un interés por la afectividad. No obstante, dichas excepciones solo subrayan el desinterés por las emociones como objeto de investigación. El conductismo, la revolución cognitiva y la neurociencia computacional no lograron mitigar esa desatención de manera significativa.
El líneas generales, esa era todavía la situación en 1994, año de publicación de El error de Descartes por primera vez, aunque el terreno ya había empezado a cambiar. El libro trataba íntegramente, sobre la ciencia del cerebro en relación con las emociones y sus consecuencias en la toma de decisiones en general y el comportamiento social en particular. Esperaba presentar mi punto de vista con discreción sin que me echaran del ruedo, pero no podía esperar pancartas de bienvenida ni un audotorio atento. Sin embargo, me recibió un público cordial, atento. Sin embargo, me recibió un público cordial, atento y generoso, aquí y en el extranjero, y algunas ideas de mi libro se han abierto camino en el pensamiento de muchos colegas y del público no especialista. Igualmente inesperado fue el hecho de que hubiera tantos lectores deseosos de entablar conversación, plantear preguntas, hacer sugerencias y proponer correcciones. En muchos casos mantuve correspondencia con ellos, y algunos se han convertido en amigos. Aprendí mucho, y todavía aprendo, ya que es raro el día que pasa sin recibir correo sobre El error de Descartes desde algún lugar del mundo.
Pasada una década, la situación es del todo distinta. Poco después de El error de Descartes, dos de los neurocientíficos que habían estudiado las emociones en los animales publicaron sus libros El cerebro emocional (1996), de Joseph Le Doux, y Affective Neuroscience (1998), de Jaak Pankseep. Les siguieron otros y pronto los laboratorios neurocientíficos de Estados Unidos y Europa centraron su atención en la investigación de las emociones, y los libros que sacaban partido de la ciencia de los sentimientos gozaban de una gran popularidad. España, donde muchos libros sobre las emociones se han convertido en éxito de ventas, no es ajena a este fenómeno. Por fin se otorga a las emociones el reconocimiento que nuestros ilustres predecesores habrían deseado para ellas, aunque sea con un siglo de retraso.
 El tema principal de El error de Descartes es la relación entre las emociones y la razón. Partiendo de la base de mi estudio de pacientes neurológicos con defectos en la toma de decisiones y un desorden emocional, aventuré la hipótesis (conocida como la hipótesis del marcador somático) de que las emociones entraban en la espiral de la razón, y podían ayudar en el proceso de razonamiento en vez de perturbarlo sin excepción, que era la creencia común. Hoy en día a nadie sorprende esa idea, pero en el momento de presentar el concepto muchos quedaron estupefactos y hasta se contemplaba la idea con escepticismo. Para compensar, la idea tuvo una gran repercusión, tanta que en alguna ocasión se distorsionó. Por ejemplo, nunca insinué que las emociones fueran un sustituto de la razón, pero en algunas versiones superficiales de la obra sonaba como si estuviera afirmando que si se seguían los dictados del corazón en vez de la razón todo saldrían bien [...]

En el Post Scriptum de El error de Descartes aparecía una idea que apuntaba al futuro de la investigación neurobiológica: los mecanismos de la homeostasis básica constituyen una vía de desarrollo cultural de los valores humanos que  nos permite juzgar las acciones como buenas o malas, y clasificar los objetos como bonitos o feos. En aquella época, escribir sobre esta idea me hizo albergar la esperanza de establecer un doble puente entre la neurobiología y las humanidades, para así abrirnos el camino hacia una mejor comprensión del conflicto humano y una explicación más global de la creatividad. Me complace informarles de que se está avanzando hacia la construcción de este tipo de puente. Por ejemplo, algunos estamos investigando activamente los estados del cerebro asociados al razonamiento moral, mientras otros intentan descubrir el funcionamiento del cerebro durante las experiencias estéticas. La intención no es reducir la ética o la estética a circuitos cerebrales, sino explorar los hilos que conectan la neurobiología y la cultura. Creo que es un proyecto que agradaría a muchos científicos y pensadores españoles, como Cajal o Unamuno. Hoy todavía albergo mayores esperanzas de que ese puente en apariencia utópico se pueda hacer realidad y veo con optimismo que podrremos disfrutar de sus beneficios sin necesidad de esperar otro siglo.

Antonio Damasio. University of Southern California. Marzo de 2006.



http://www.youtube.com/watch?v=w7UsKugHElE&feature=colike Zaz -Je Veux- Cantando en la Calle.

1 comentario:

Anónimo dijo...

así como en la dicotomía ser no- ser encuentro un problema más que un error, a Descartes lo encuentro igualmente libre de errores, como el mismo ya anuncia en sus meditaciones metafísicas, y nos insta a ampliarlas. Sinceramente incluir el término emoción me parece màs bien reducirlo que ampliarlo, aunque haga referencia a estar entre otros hombres o estar en un lugar arbitrario y que no decides. Creo que la única respuesta o insulto a este tipo de literatura es la política ciudadana en general, icluso la guerra y no la emoción estéril