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Paz y Ciencia

sábado, 19 de enero de 2013

El origen de la VIDA Espiritual

Lo que al final de nuestra vida
tendremos en las manos,
no serán nuestros méritos y obras.
Primeramente y sobre todo
nos haremos la pregunta sobre
cuánto hemos amado.
Willigis Jäger
 
Dionisio Aeropagita: "El primer origen de todo no es ni ser ni vida. Pues fue él quien creó ser y vida. El primer origen tampoco es concepto o razón. Pues fue él quien creó concepto y razón".

La experiencia mística es la experiencia de que Forma y Vacío son uno, la vivencia de unidad de la propia identidad con la realidad primera. Este nivel mental es la meta del camino espiritual. Es la experiencia mística, y quien la hace será después una persona diferente. Sus ideas religiosas habrán cambiado. En cierto modo, la consumación de este paso significa morir, por lo que en la tradición de los místicos se habla de "la muerte del yo".

En la mística no se trata de eliminar el ego y de luchar contra él. Tan solo se quiere mostrarle sus límites y darle la importancia que le corresponde. Por eso, el místico se esfuerza en reconocer al ego como lo que es realmente: un centro de organización para la estructura personal de cada individuo. Este centro de organización resulta imprescindible para nuestra vida, nos convierte en seres humanos, y esto es algo que se sobreentiende en la mística. Pero gracias a la experiencia mística, la persona ya no se identifica con ese yo superficial y, en consecuencia, queda libre para experimentar una realidad en la que el ego deja de ser el factor dominante.

En Eckhart y en Juan de la Cruz encontramos declaraciones equivalentes a las de los maestros orientales de sabiduría. Para ellos, el ego es un conglomerado de condicionamientos que se han incorporado a nuestra psique a lo largo de la vida. Durante años vamos construyendo una identidad que llamamos yo. La casa paterna, la escuela, la religión, la sociedad, la pareja, los amigos, los ideales, miedos, deseos, prejuicios e ilusiones han aportado su contribución. Nos identificamos con ese conjunto de patrones. Defendemos nuestro yo con ira y miedo. Lo enjuiciamos y condenamos, en nosotros y en los demás. Nos enorgullecemos de él y nos culpabilizamos por él. Con todo ello, la ilusión del ego va en aumento. Pero en el fondo el yo carece de sustancia. Consiste en un cúmulo de cosas aprendidas y no es más que un centro de funcionamiento utilizado como instrumento por nuestra naturaleza esencial. Se disolverá con nuestra muerte; lo que quedará entonces será nuestra verdadera identidad divina. Que permanezca o no un continuum individual después de la muerte carece de importancia para mí. Lo que sigue a la muerte es la vida divina, que no nace y no puede morir. Esa es mi identidad auténtica.

Con la mística se experimenta que el ego es una manifestación de la realidad originaria, igual que todo lo demás. Pero por eso el ego no es "menos yo", sino "más yo". Por esta razón los místicos no viven la relegación de su yo como una pérdida. Les parece algo mucho más valioso que no permite ni siquiera la idea de pérdida. Por lo tanto, casi siempre son personalidades muy fuertes. El ego de muchos místicos del pasado era tan pronunciado que preferían subir a la hoguera antes que traicionar sus convicciones.

El espíritu de la época no es el único que concede al yo una gran importancia. También la pedagogía religiosa nos ha enseñado durante siglos que debemos comportarnos de un modo determinado para estar justificados ante Dios, bien mediante obras buenas, o bien mediante una fe imperturbable. En ambos casos se nos pide cumplir ciertas condiciones a causa de nuestro yo. La mística dice lo contrario: abandona toda forma de hacer. Según ella, en la vida no se trata de justificación, ni de contentar al yo, ni de autorrealización. Se trata exclusivamente de descubrir lo efímero de todo proyecto motivado por el ego, incluso, o más aún, los proyectos religiosos. En el ejercicio contemplativo se trata de relegar a un segundo plano incluso la voluntad, por buena que esta sea. Mientras se realicen obras o se reciten credos para ganar méritos con ellos, no se está en el camino de la mística, sino en el esquema del "doy para que me des". La mística no va en contra de la voluntad, sino que pone de relieve que esta es incapaz de trascender el espacio personal.

El nivel de la consciencia de la mística es transpersonal. Allí, no hay ningún yo como sujeto independiente frente a un mundo objetivo, sino que se experimenta en unidad con él y con una relevancia distinta. Esta explicación no tiene nada que ver con el misticismo sino que coincide esencialmente con los conocimientos de los científicos actuales. A nadie se le pide que crea algo completamente fantástico o imposible. Pero si, a pesar de todo, alguien niega rotundamente la existencia de este nivel transpersonal de la consciencia, se cierra a sí mismo, de entrada, el acceso a la mística. Será imposible convencerle de esta verdad con argumentaciones, pues la mística no es cosa de fe sino de experiencia. Carl Gustav Jung lo expersó muy claramente así: "La experiencia religiosa es absoluta. Se escapa a cualquier discusión. Lo único que se podrá decir es que nunca se ha tenido esta experiencia, y la otra persona dirá: 'lo siento, pero yo sí la he tenido'. Y, con ello, la discusión ha terminado. Carece de importancia lo que el mundo opine sobre la experiencia religiosa; quien la tiene posee el gran tesoro de algo que se convertido para él en fuente de vida, sentido y belleza, proporcionando un brillo nuevo al mundo y a la humanidad".
WILLIGIS JÄGER: "LA OLA ES EL MAR"

http://youtu.be/HyKL47o_Feo Angra -Angels Cry-

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