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Paz y Ciencia

viernes, 11 de enero de 2013

Emilio o De la educación

Cuando engendra y alimenta a sus hijos, un padre no hace con ella más que la tercera parte de su tarea. Debe hombres a su especie, debe a la sociedad hombres sociales, debe ciudadanos al Estado. Todo hombre que pueda pagar esa triple deuda y no lo haga es culpable, y más culpable tal vez cuando la paga a medias. Quien no puede cumplir los deberes de padre no tiene derecho a serlo. No hay ni pobreza, ni trabajos, ni respeto humano que lo dispensen de alimentar a sus hijos y educarlos por sí mismo. Lectores, podéis creerme: a todo el que posea entrañas y descuide tan santos deberes, le predigo que durante mucho tiempo derramará por su falta lágrimas amargas, y que jamás se consolará de ella.
Pero ¿qué hace ese hombre rico, ese padre de familia tan atareado, y obligado, según él, a dejar a sus hijos en abandono?
Paga a otro hombre para cumplir esos cuidados que están a su cargo. ¡Alma venal! ¿Crees dar a tu hijo otro padre con dinero? No te engañes: no es siquiera un maestro lo que le das, es un criado. Pronto formará un segundo criado.
Se razona mucho sobre las cualidades de un preceptor. La primera que yo exigiría, y ella sola supone muchas, es que no sea un hombre que se venda. Hay oficios tan nobles que no se pueden hacer por dinero sin mostrarse indigno para hacerlos: así es el del hombre de guerra; así el del maestro. ¿Quién educará, pues, a mi hijo? Ya te lo he dicho: tú mismo. No puedo. ¡No puedes!... Hazte entonces un amigo. No veo otra salida.
¡Un preceptor! ¡Oh, qué alma sublime!... en verdad, para hacer un hombre hay que ser o padre o más que hombre uno mismo. He ahí la función que tranquilamente confiáis a mercenarios.
Cuanto más se piensa, más dificultades nuevas advertimos. Sería menester que el preceptor hubiera sido educado por su alumno, que sus criados hubieran sido educados por su amo, que todos los que se acercan hubieran recibido las impresiones que deben comunicarle; de educación en educación habría que remontarse hasta quién sabe dónde. ¿Cómo es posible que un niño sea tan bien educado por quien no ha sido bien educado él mismo?
Ese raro mortal, ¿es inencontrable? Lo ignoro. En estos tiempos de envilecimiento, ¿quién sabe qué punto de virtud puede alcanzar todavía un alma humana? Pero supongamos que se ha encontrado ese prodigio. Considerando lo que debe hacer veremos lo que debe ser. Lo que creo ver por adelantado es que un padre que sintiera el auténtico valor de un buen preceptor adoptaría el partido de prescindir de él; porque le costaría más conseguirlo que serlo él mismo. ¿Quiere, pues, hacerse un amigo? Que eduque a su hijo para serlo: así se ve dispensado de buscarlo en otra parte, y la naturaleza ha hecho ya la mitad del trabajo.

Jean Jacques Rousseau: "Emilio o De la educación"

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