En este texto titulado "La Llave Perdida", de Alice Miller, comienza hablando del gran Nietzsche. Lo que comparto con ustedes me parece muy importante, se trata de la revolución, de la rebelión y del "negativismo" de Nietzsche, una rebelión que en lugar de darse en la pubertad se dio más adelante. Esto pasa en personas que por muy diversas causas no han podido crecer de manera armónica. Como Alice Miller sabe, y todos los que trabajamos en este ámbito sabemos, esto luego pasa factura. Espero que les guste. Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo. Psicoterapeuta. Desde aquí mando mis agradecimientos montañeses a Cristina, mujer curiosa, intrépida investigadora que busca fuera todo lo que puede para recolocar las piezas que "cree" que están mal de su interior.
Soy partidario de que hermosas personas como ella, como todo ser humano, pueda ir dándose cuenta de su potencial, para ello quizá no baste con quitar las cortezas que tapan la esencia. Eso sí, es un buen comienzo.
De la misma manera que un joven en plena
pubertad ha de rechazar, de entrada, todo aquello que ha amado hasta el
momento, a fin de edificar nuevos valores, Nietzsche, que no vivió esa
revolución de la pubertad, que a los doce años escribe en su diario
complacientes anotaciones, empieza a los veinticinco años a atacar, a zaherir,
a reducir al absurdo la cultura en la que estaba afincado. Y no con los
recursos de un joven en plena adolescencia, sino con ayuda del intelecto
altamente desarrollado de un filólogo y catedrático de filosofía. Es
perfectamente comprensible que ese lenguaje posea fuerza y cause una honda
impresión. No se trata de un parloteo hueco que echa mano de consignas
revolucionarias gastadas, sino de una combinación, inusual entre los filólogos,
de pensamiento original y sentimientos intensos, que resultan convincentes a
primera vista.
Estamos acostumbrados ya a contemplar a
Nietzsche como un representante del Romanticismo tardío, y a su filosofía vital
como fruto de la influencia de Schopenhauer. Pero el que sean determinadas
personas, y no otras, quienes nos influyen durante la edad adulta, no tiene
nada de casual, y la descripción que hace Nietzsche de la euforia que
experimentó al iniciar la lectura de la principal obra de Schopenhauer muestra
que descubrió en ella, no sin motivo, un mundo emparentado con el suyo propio.
Si durante la adolescencia se le hubiera permitido hablar libremente en el seno
de la familia, posiblemente no hubiera necesitado a Schopenhauer, ni, sobre todo,
a los héroes germánicos, a Richard Wagner y a la «bestia rubia». Habría hallado
sus propias y ajustadas palabras para decir: No soporto las cadenas bajo las
que diariamente se me aprisiona; mis fuerzas creadoras corren el peligro de
verse aniquiladas. Necesito toda mi energía para salvarlas, para afirmarme
aquí. No puedo replicaros nada que seáis capaces de entender. No puedo vivir en
este mundo angosto y lleno de falsedad. Y sin embargo no puedo abandonaros. No
puedo prescindir de vosotras, soy todavía un niño y estoy a vuestra merced. Por
eso sois tan prepotentes, a pesar de vuestra debilidad. Para derribar ese mundo
que me impide vivir haría falta un coraje heroico y cualidades sobre humanas,
fuerzas sobre humanas. Yo no poseo esas fuerzas, soy demasiado débil y tengo
miedo de haceros daño, pero desprecio la debilidad que hay en mí y la debilidad
que hay en vosotras, que me fuerza a sentir compasión. Desprecio toda forma de
debilidad que me impida vivir. Habéis cercado mi vida con coacciones; entre la
escuela y el hogar no me queda margen alguno de libertad, a excepción quizá de
la música, pero eso no me basta. Necesito poder servirme de las palabras.
Necesito poder proferirlas a gritos. Vuestra moral y vuestra racionalidad son
para mí una cárcel en la que me asfixio, y esto al inicio de mi vida, cuando
tantas cosas tengo por decir. Todas esas palabras se quedaron atascadas en la
garganta y en la cabeza de Nietzsche, y no es de extrañar que ya en la
infancia, y sobre todo en su etapa escolar, sufriera continuamente intensas
jaquecas, laringitis y trastornos reumáticos. Todo lo que no podía articularse
hacia el exterior permaneció en el cuerpo, obrando sus efectos en forma de
constante tensión. Más tarde, el pensamiento crítico pudo dirigirse contra
conceptos abstractos como la cultura, el cristianismo, el esnobismo, los
valores burgueses. Ejerciendo estas críticas no corría peligro de matar a nadie
(pues todo niño bien educado teme que sus malas palabras puedan matar a las
personas a las que quiere). En comparación con ese peligro, la crítica a algo
abstracto como es la sociedad no deja de parecer inofensiva aunque provoque la
indignación de los representantes de aquélla. No se halla uno ante ellos como
un niño desamparado y culpable; uno puede defenderse, y también pasar al
ataque, con la ayuda de argumentos intelectuales, recurso que por regla general
no está a disposición de los niños, y tampoco estaba a disposición del niño
Nietzsche. Y, con todo, las precisas observaciones de Nietzsche acerca de
nuestro sistema cultural y de la moral cristiana, así como la intensidad de su
indignación, no tienen su origen en la época de sus análisis filosóficos, sino
en los primeros años de su vida. En esa época, Nietzsche se dedicó a observar
el sistema; por entonces sufría bajo él, esclavo y amante al mismo tiempo; por
entonces estaba encadenado a una moral que despreciaba, y era atormentado por
personas cuyo amor necesitaba. Entre las estrategias posibles para superar su
justificada y ardiente ira, el dirigirla contra el cristianismo en su conjunto
-salvaguardando así la integridad del hogar paterno y la idealización de los
padres- no era, sin duda, la única imaginable, pero tampoco la peor. Si no
hubiera pasado aquellos buenos primeros años junto a su padre, y no hubiera tenido
más tarde la posibilidad de tocar música e ir a buenas escuelas, ¿quién sabe lo
que su odio le habría impulsado a hacer? En cualquier caso, sus observaciones
tempranamente asimiladas han ayudado a muchas personas a ver cosas en las que
nunca habían reparado antes. Lo experimentado y vivido por un individuo puede,
pese a lo subjetivo de la fuente, alcanzar validez general, porque los sistemas
de la familia y de la educación, que Nietzsche observó temprana y
minuciosamente, son representativos del conjunto de la sociedad.
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