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Paz y Ciencia

jueves, 25 de abril de 2013

Nietzsche



En este texto titulado "La Llave Perdida", de Alice Miller, comienza hablando del gran Nietzsche. Lo que comparto con ustedes me parece muy importante, se trata de la revolución, de la rebelión y del "negativismo" de Nietzsche, una rebelión que en lugar de darse en la pubertad se dio más adelante. Esto pasa en personas que por muy diversas causas no han podido crecer de manera armónica. Como Alice Miller sabe, y todos los que trabajamos en este ámbito sabemos, esto luego pasa factura. Espero que les guste. Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo. Psicoterapeuta. Desde aquí mando mis agradecimientos montañeses a Cristina, mujer curiosa, intrépida investigadora que busca fuera todo lo que puede para recolocar las piezas que "cree" que están mal de su interior.
Soy partidario de que hermosas personas como ella, como todo ser humano, pueda ir dándose cuenta de su potencial, para ello quizá no baste con quitar las cortezas que tapan la esencia. Eso sí, es un buen comienzo.


De la misma manera que un joven en plena pubertad ha de rechazar, de entrada, todo aquello que ha amado hasta el momento, a fin de edificar nuevos valores, Nietzsche, que no vivió esa revolución de la pubertad, que a los doce años escribe en su diario complacientes anotaciones, empieza a los veinticinco años a atacar, a zaherir, a reducir al absurdo la cultura en la que estaba afincado. Y no con los recursos de un joven en plena adolescencia, sino con ayuda del intelecto altamente desarrollado de un filólogo y catedrático de filosofía. Es perfectamente comprensible que ese lenguaje posea fuerza y cause una honda impresión. No se trata de un parloteo hueco que echa mano de consignas revolucionarias gastadas, sino de una combinación, inusual entre los filólogos, de pensamiento original y sentimientos intensos, que resultan convincentes a primera vista.

Estamos acostumbrados ya a contemplar a Nietzsche como un representante del Romanticismo tardío, y a su filosofía vital como fruto de la influencia de Schopenhauer. Pero el que sean determinadas personas, y no otras, quienes nos influyen durante la edad adulta, no tiene nada de casual, y la descripción que hace Nietzsche de la euforia que experimentó al iniciar la lectura de la principal obra de Schopenhauer muestra que descubrió en ella, no sin motivo, un mundo emparentado con el suyo propio. Si durante la adolescencia se le hubiera permitido hablar libremente en el seno de la familia, posiblemente no hubiera necesitado a Schopenhauer, ni, sobre todo, a los héroes germánicos, a Richard Wagner y a la «bestia rubia». Habría hallado sus propias y ajustadas palabras para decir: No soporto las cadenas bajo las que diariamente se me aprisiona; mis fuerzas creadoras corren el peligro de verse aniquiladas. Necesito toda mi energía para salvarlas, para afirmarme aquí. No puedo replicaros nada que seáis capaces de entender. No puedo vivir en este mundo angosto y lleno de falsedad. Y sin embargo no puedo abandonaros. No puedo prescindir de vosotras, soy todavía un niño y estoy a vuestra merced. Por eso sois tan prepotentes, a pesar de vuestra debilidad. Para derribar ese mundo que me impide vivir haría falta un coraje heroico y cualidades sobre humanas, fuerzas sobre humanas. Yo no poseo esas fuerzas, soy demasiado débil y tengo miedo de haceros daño, pero desprecio la debilidad que hay en mí y la debilidad que hay en vosotras, que me fuerza a sentir compasión. Desprecio toda forma de debilidad que me impida vivir. Habéis cercado mi vida con coacciones; entre la escuela y el hogar no me queda margen alguno de libertad, a excepción quizá de la música, pero eso no me basta. Necesito poder servirme de las palabras. Necesito poder proferirlas a gritos. Vuestra moral y vuestra racionalidad son para mí una cárcel en la que me asfixio, y esto al inicio de mi vida, cuando tantas cosas tengo por decir. Todas esas palabras se quedaron atascadas en la garganta y en la cabeza de Nietzsche, y no es de extrañar que ya en la infancia, y sobre todo en su etapa escolar, sufriera continuamente intensas jaquecas, laringitis y trastornos reumáticos. Todo lo que no podía articularse hacia el exterior permaneció en el cuerpo, obrando sus efectos en forma de constante tensión. Más tarde, el pensamiento crítico pudo dirigirse contra conceptos abstractos como la cultura, el cristianismo, el esnobismo, los valores burgueses. Ejerciendo estas críticas no corría peligro de matar a nadie (pues todo niño bien educado teme que sus malas palabras puedan matar a las personas a las que quiere). En comparación con ese peligro, la crítica a algo abstracto como es la sociedad no deja de parecer inofensiva aunque provoque la indignación de los representantes de aquélla. No se halla uno ante ellos como un niño desamparado y culpable; uno puede defenderse, y también pasar al ataque, con la ayuda de argumentos intelectuales, recurso que por regla general no está a disposición de los niños, y tampoco estaba a disposición del niño Nietzsche. Y, con todo, las precisas observaciones de Nietzsche acerca de nuestro sistema cultural y de la moral cristiana, así como la intensidad de su indignación, no tienen su origen en la época de sus análisis filosóficos, sino en los primeros años de su vida. En esa época, Nietzsche se dedicó a observar el sistema; por entonces sufría bajo él, esclavo y amante al mismo tiempo; por entonces estaba encadenado a una moral que despreciaba, y era atormentado por personas cuyo amor necesitaba. Entre las estrategias posibles para superar su justificada y ardiente ira, el dirigirla contra el cristianismo en su conjunto -salvaguardando así la integridad del hogar paterno y la idealización de los padres- no era, sin duda, la única imaginable, pero tampoco la peor. Si no hubiera pasado aquellos buenos primeros años junto a su padre, y no hubiera tenido más tarde la posibilidad de tocar música e ir a buenas escuelas, ¿quién sabe lo que su odio le habría impulsado a hacer? En cualquier caso, sus observaciones tempranamente asimiladas han ayudado a muchas personas a ver cosas en las que nunca habían reparado antes. Lo experimentado y vivido por un individuo puede, pese a lo subjetivo de la fuente, alcanzar validez general, porque los sistemas de la familia y de la educación, que Nietzsche observó temprana y minuciosamente, son representativos del conjunto de la sociedad.
 

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