PEACE

PEACE
Paz y Ciencia

sábado, 4 de mayo de 2013

Del apego al deseo de intimidad




Como es habitual en el Dr. Hugo Bleichmar, en este artículo, del que comparto una parte significativa, realiza una tarea brillante. Profundiza en las relaciones, esto es, los vínculos. Primero habría que hablar de lo intrasubjetivo y de lo intersubjetivo. No nos relacionamos con personas sino con imágenes formadas por símbolos íntimos de esas personas. De tal modo que se genera un campo entre las dos personas que va más allá de la suma de sus partes. Una persona puede "funcionar" en algunos aspectos de su vida muy bien y en otros estar desorientada, confusa y triste. Eso no es vivir, eso es sobrevivir. Este artículo ayuda a comprender la importancia del apego, de los vículos y teoriza además de decir cuestiones "obvias". La mirada de este autor, analista y didacta es siempre certera, al mismo tiempo hay que decir que una teoría no es más válida o sofisticada por su complejidad sino por su utilidad. Especular es patrimonio de la humanidad y el lenguaje qautoerótico del psicoanálisis distancia a lectores legos y profesionales. Muchas personas prefieren ver y hacer algo que tenga resultados inmediatos, algo que no les conecte con su interior, es decir, una psicoterapia de apoyo en el mejor de los casos. La psicoterapia, desde mi prisma, es mucho más que eso, y por eso comparto este texto, creo que tenemos que picar de esta curiosa ensalada de teorías y enfoques psicológicos para poder tener la mente abierta. Se lo debemos a nuestros pacientes.  Rodrigo Córdoba Sanz.

[...]
Buena parte del desarrollo emocional, de la adquisición por parte del sujeto del vocabulario emocional del otro, de la identificación emocional con los padres, la pareja o el analista, se produce para sentir que se está con el otro, para unirse a ese otro. Lo que obliga a revisar la tan difundida concepción de que los afectos serían exclusivamene expresión de un estado interior, reacción del sujeto a ciertas representaciones. Es decir, que cuando el sujeto es dominado por representaciones que significan peligro, entonces siente miedo; cuando pierde al objeto, sobreviene la tristeza; cuando logra realizar un deseo, aparece alegría, etc. En todos estos casos el afecto es resultado, parte de un estado mental, correlato automático de ciertas ideas. Dimensión puramente intrapsíquica ya que los afectos se pueden experimentar en la más estricta soledad.

Junto a esta dimensión intrapsíquica de la emoción –no requiere de la presencia del otro ni está dirigida al otro- queremos destacar otras dos. Una más conocida, la emoción como comunicación, en que el sujeto activa o intensifica una emoción para llegar al otro y hacerle sentir lo que él siente. Y si el otro (padres o analista) es “sordo”, el sujeto debe incrementar su estado emocional en un intento de que se le escuche. Es la causa por la cual algunos pacientes desarrollan una angustia o una tristeza que van en aumento cuando el analista no “escucha”, o cuando el sentimiento de no ser escuchado resulta de que transfieren sobre éste un objeto interno –real en el pasado o pura construcción imaginaria- de padres insensibles, no empáticos que no captaban su estado emocional. Emoción “comunicación-inducción”, destinada a tratar de promover en el otro una respuesta emocional y un posicionamiento (un rol en la relación) desde el cual responda a la demanda del sujeto expresada en forma de esa emoción particular. El estado afectivo es un instrumento en los intercambios con el otro para que éste sienta y se comporte de la manera deseada. Proceso en dos tiempos: primero, se produce en el sujeto un cierto estado emocional; luego, con la finalidad de llegar al otro, se lo intensifica. “Histerización” de lo existente, ahora al servicio de buscar cierta respuesta del otro.


Pero, además de lo anterior, cuando lo que se anhela es compartir un espacio psíquico, la emoción cumple una función a la que podemos denominar “fusional”: medio para producir el encuentro. La emoción pierde su carácter de componente de estados interiores cognitivo-afectivos y pasa a ser convocada sólo para generar el encuentro. Si los padres sólo prestan atención y responden positivamente cuando el sujeto muestra alegría, este estado afectivo corresponde no a estados interiores (emoción-expresión) sino que constituye la manera autoimpuesta por la cual el sujeto intenta estar con el otro.


Desde esta perspectiva, la génesis del carácter hipomaníaco no se debe siempre a una defensa en contra de algo que el sujeto trata de negar –puro movimiento intrapsíquico- sino que puede ser el resultado del requerimiento del otro de que el sujeto sea alguien que le alegre. Si ésta es la relación interna que el sujeto tiene con un otro que le “obligaba” a la alegría, a la excitación, ahora, en la situación analítica, al proyectar en el analista ese otro, puede necesitar negar, alegrarse, para el otro, es decir, no en contra de representaciones negativas propias sino para sentir que agrada al otro. Lo que muestra, una vez más, que hay defensas a requerimiento del otro, sea éste requerimiento real o simplemente imaginario en el sujeto que cree que ese otro así se lo demanda. Causa intersubjetiva de la defensa muy poco estudiada en que el sujeto está alienado en la emocionalidad y la modalidad defensiva que tiene el otro, y no por identificación –incorporación de un rasgo del otro que pasa a formar parte del self nuclear- sino para proteger el vínculo con el otro.


Formas de alcanzar la intimidad


Si bien el compartir un estado emocional –sea por imposición al otro o por acomodación al de otro- es una de las formas privilegiadas para obtener el sentimiento de intimidad, no debemos universalizar aquella condición. Alguna gente adquiere ese sentimiento de espacio mental compartido cuando hace algo práctico en que el otro interviene –cocinar, arreglar un objeto, pintar un cuarto, seleccionar algo que se compra. La actividad actúa de indicador semiótico para el sujeto de “estar con”. El otro participante de la escena podrá no expresar emociones pero el hecho de alcanzar el destornillador que se le pide, o que anticipa que el sujeto necesita para completar una acción, es lo que brinda el sentimiento de unión. “Ayúdame a poner la mesa o a hacer la cama” pueden ser el medio que en la cotidianidad trata de dar forma al anhelo de encuentro. Así como hay familias que se reunen para hablar, para relatarse estados afectivos, para hacérselos vivir a los demás, otras alcanzan el espacio común de la intimidad a través de las tareas prácticas que comparten.


Lo expuesto hasta aquí nos va indicando que no es ni el cuerpo, ni la emoción ni la actividad instrumental lo decisivo para alguna gente, sino que hay una cierta y muy específica cualidad de la experiencia intersubjetiva que es lo que se desea. Lo que no significa que otra gente no busque exclusivamente gozar con el cuerpo sin interesarse en el espacio psicológico compartido, o alcanzar cierto estado emocional deseado propio, o conseguir cierto objetivo en sí mismo, para sí mismo, sin que entre como motivación lo que está pasando en el otro. Por ello la polémica entre Fairbairn (1952) -la libido busca la relación con el objeto- y la posición freudiana- el objeto es un medio para obtener la satisfacción de la pulsión- coloca en términos dicotómicos, universaliza, lo que son formas de la relación entre el sujeto y el objeto: se puede utilizar al cuerpo para alcanzar un sentimiento de unión con el objeto, o se puede utilizar al objeto, y hasta el sentimiento de unión, para conseguir la más pura realización de un deseo sexual o un objetivo práctico; o se pueden articular ambos tipos de deseos. Y ello dependerá no una cualidad innata del sujeto sino de las experiencias bajo las cuales su psiquismo haya sido estructurado, de lo que buscaban sus padres en el contacto con el sujeto: por ej., que éste fuera alguien que se comportase de determinada manera u, otra posibilidad, fuera un ser con quien obtener el sentimiento de estar “junto con”. Dependerá, también, y en no menor medida, de las transformaciones que la fantasía inconsciente imprima a las experiencias, en esa compleja interacción existente entre lo interno y lo externo. Si el experimentar emociones, por ejemplo, es captado como peligroso, y el sujeto bloquea defensivamente cualquier emergencia de aquéllas, el logro del sentimiento de intimidad tomará otros cauces, que podrán depender, a su vez, de la catectización narcisista de ciertas funciones – la de pensar, por ejemplo- y sus productos -los pensamientos. Relación no lineal en los efectos de los intercambios con las figuras parentales que nos previene de cualquier concepción mecánica de la transmisión generacional: si los padres para sentir que estaban en contacto inundaban de una emocionalidad angustiante, el rechazo de ésta por parte del sujeto puede determinar que la forma de intimidad buscada no sea la vivida traumáticamente en la infancia sino el compartir un silencio: se siente que ambos de la nueva relación “están con” porque experimentan el mismo placer del silencio y la calma emocional concomitante. Con toda la importancia que la identificación posee para reproducir en los hijos las modalidades de vínculos que se vivieron con los padres, las angustias y los deseos del sujeto imponen transformaciones al hacer entrar nuevas dimensiones. En ciertos casos hay interiorización pero siempre lo que domina es proceso interiorización-transformación.


La intimidad en la situación analítica


Deseos desvinculados de la intimidad, o guiados por la búsqueda de ésta, que imprimen su curso a la situación analítica: si el analista busca exclusivamente que el paciente haga insight, o que siga determinada conducta bajo ciertos ideales de salud/enfermedad, contribuirá a estructurar al psiquismo de su paciente bajo la motivación “un objetivo a alcanzar”. Metafóricamente, estarán tres: el paciente, el analista y la meta-objetivo terapéutico. El paciente será para el analista un objeto a transformar y éste, para el paciente, un objeto-instrumento para lograr ciertos fines. Ambos mirarán el objetivo, y si esto determina que se desatienda el deseo de “estar junto con”, en algunos pacientes se reforzará una estructura psíquica en que ese deseo estuvo insuficientemente desarrollado. Es lo que sucede con ciertas personalidades “fácticas” orientadas hacia acciones en el mundo exterior y para quienes el encuentro con el otro es una contingencia que se agrega, y a la que hay que soportar, en el camino hacia sus metas.


Otros pacientes, en aras de alcanzar el estar “junto con” el analista, moldearán toda su actividad: asociarán, contarán sueños, cambiarán. El hablar será una forma de “estar con”, de lograr un sentimiento de intimidad. Incluso el insight estará al servicio de la necesidad básica de compartir un espacio psicológico. Desde esta perspectiva, no podemos dejar de alertar acerca de la paradoja de una personalidad “como sí” que hace insight de que siempre ha funcionado como “como sí” pero bajo la motivación inconsciente de sentirse unida al otro al que sabe que agrada, y con el cual se une, mediante ese insight. Por tanto, reforzamiento del carácter “como sí”.


De manera simétrica, si el deseo prevalente en el analista es el de “estar con”, entonces, para algunos pacientes se reforzará esta tendencia que es la que ya dominaba su psiquismo, aunque en otros dará origen a lo que nunca fue desarrollado. Lo que nos aleja de cualquier valoración “a priori” de una u otra actitud –la de promover el encuentro intersubjetivo, el “estar con”, o la de buscar el insight y ciertos tipos de cambios- por parte del analista pues entrevemos el riesgo de iatrogenia cuando se actúa universalmente independientemente del tipo de paciente.


En cuanto a la cuarta modalidad por la cual ciertas personas alcanzan el sentimiento de intimidad, la de compartir ideas, el pensar igual, tenemos como ilustración a ciertas comunidades ideológicas - movimientos políticos, religiosos, científicos o profesionales- en las que aquello que brinda el sentimiento de comunión, de intimidad, es el pensar de manera de similar. Líderes o seguidores pueden sentir que forman una unidad, que “están con”, al compartir el credo pero molestándoles que el otro le proponga cualquier intercambio afectivo o una actividad desvinculada de la concordancia ideológica.


Pero hay en la dimensión cognitiva algo que va más allá del contenido de las ideas como capaz de producir o no el sentimiento de intimidad. Para una persona con una organización de su psiquismo bajo ciertas formas de razonar que se ajustan a la manera con la cual el discurso convencional encadena pensamientos y argumentos, cuando entran en contacto con alguien que piensa en términos más de proceso primario, ligando pensamientos mediante formas de articulación diferentes, saltando de un tema a otro, volviendo al anterior, dejando indeterminado de quién se está hablando (ej. “entonces vino”, y no se ha explicitado quién es el que vino), al primero se le produce una disonancia cognitiva, una sensación de malestar, de falta de encuentro. Igualmente, el detallismo de algunos obsesivos que abruma al interlocutor, genera en ciertas personas el sentimiento de no poder encontrarse con el otro porque las corrientes que organizan el pensamiento de uno y otro circulan por diferentes caminos de jerarquía de aquello de lo que se habla, de qué se espera que sea el momento siguiente en el diálogo


O el ritmo de pensar del otro, demasiado rápido o demasiado lento para el interlocutor, hace sentir que no se puede seguir el paso; asincronía que es captada como desencuentro. Lo que nos conduce a considerar en el sentimiento de encontrarse en un mismo espacio psicológico la importancia que reviste el fenómeno del “entonamiento” (“attunement”), de los ritmos que se encuentran por parte de ambos participantes de una interacción, cuestión que tanto ha destacado Stern (1985).


Entonamiento o ritmo que abarca al encuentro corporal, o al afectivo, o al instrumental o al cognitivo. Entonamiento que nos interesa por algo que va más allá de la posibilidad de que cierta acción se desarrolle exitosamente –la sexualidad en la pareja, o el amamantamiento, o la tarea terapéutica, por ejemplo-, ya que interviene con carácter de determinante para que se logre esa dimensión supraordinada que estamos trabajando, el sentimiento de intimidad. Supraordinada en el sentido de que el ritmo que posibilita el encuentro sexual hace que éste posibilite, a su vez, algo que el sujeto puede buscar por encima de todo: el sentimiento de comunión psicológica.


Cuatro dimensiones del “estar con” –afectiva, cognitiva, instrumental, corporal- que en la situación analítica se reducen a tres –excluida la corporal no sólo por razones doctrinarias sino por las funestas consecuencias que ocurren cuando así no se lo hace-, y que serán los vectores por los cuales transcurrirán las vicisitudes del sentimiento de intimidad para ambos participantes. Contenido y ritmo de la afectividad, de la labor compartida -lo instrumental, la célebre “alianza de trabajo”-, y de consonancia/disonancia de los estilos cognitivos marcarán la posibilidad del sentimiento de intimidad, con sus placer y angustias.


Las preguntas serán: ¿qué hace el paciente afectiva, instrumental, cognitivamente, para lograr que el analista esté en su mismo espacio psíquico, o para evitarlo cuando esto produce angustia? ¿Qué hace el analista afectiva, instrumental y cognitivamente para conseguir objetivos equivalentes de aproximación o distancia, de compartir o separar espacios psicológicos? ¿Qué hacen ambos, independientemente de lo que desean, por pura compulsión a la repetición que va en contra de lo que desean y se proponen?


Y, aún de más importancia: ¿Qué sucede si ambos integrantes tienen distintas modalidades para sentir que el otro está en su espacio psicológico, o de mantener separados estos espacios? Por ejemplo, si el analista siente que “estar junto con”, su forma caracterológica óptima de intimidad, es cognitiva -pensar igual, compartir insights, construcciones, teorías sobre el funcionamiento psíquico- y para el paciente es el encuentro afectivo, compartir el mismo estado emocional? El conflicto entre ambos es inherente a la estructura de ese encuentro, y lo que desde el analista podría ser considerado resistencia del paciente al encuentro cognitivo, a “tomar conciencia de”, con igual legitimidad desde el paciente podría ser vivido como resistencia del analista al encuentro afectivo. A modo de ironía: ¿era Irma quien se resistía a las interpretaciones de Freud o era Freud quien se resistía a la afectividad de Irma? En otros términos, ¿el paciente se resiste a las interpretaciones del analista porque su contenido despierta angustias o por transferencia negativa de tipo narcisista -qué dudas caben que esto sucede-, o porque, a veces, hay una diferente definición y necesidad, a nivel inconsciente, por parte de ambos integrantes de la pareja terapéutica de qué significa estar “junto con”, de la modalidad bajo la que se busca alcanzar el sentimiento de intimidad?


¿Pero es indispensable para que exista el sentimiento de intimidad que se tengan iguales, similares o equivalentes estados afectivos, cogniciones, actividades o encuentros entre los cuerpos? Para algunas personas sí. Para otras, en cambio, bastará que cada uno de los participantes capte qué es lo que pasa en la mente –emocional, cognitivamente- del otro, lo valide, y sienta que esa diferencia no separa. Dos formas de sentir que se logra la intimidad que podría conducirnos a considerar a la primera como más “inmadura”, “infantil”, “egocéntrica”, “narcisista”, que son los términos con que generalmente se valoran diferencias. Por nuestra parte, dado que la segunda forma es mucho más infrecuente, casi un ideal algunas veces alcanzado, incluso no de manera estable por ninguna pareja, sólo por momentos, preferimos ubicar a ambas formas como modalidades del encuentro. Desde el punto de vista terapéutico nos conformamos no con pasar de la primera a la segunda sino con un ideal que la práctica muestra como tampoco fácil: que cada uno sepa cuál modalidad regula su encuentro con el otro y cuál regula en el otro el sentimiento de intimidad. Ese saber sobre uno y el otro es ya una forma de encuentro. Incluso, el saber que uno de los integrantes de la pareja busca la intimidad y el otro la rehúye, ambos por las legítimas razones que puedan tener. En algunos casos el único encuentro posible consiste en compartir el conocimiento de las profundas diferencias que separan [...]
 

No hay comentarios: