HACIA UN AUTÉNTICO HUMANISMO
No quisiera que tras estas palabras mías ustedes pudiesen entrever ni por asomo eso que, para entendernos, se denomina pesimismo. Con independencia de que lo consiga o no, yo no trato de ser ni pesimista ni optimista, sino sencillamente realista. Es más, estoy convencido de que la propia dialéctica nos ha de deparar, a partir de la insatisfactoria situación en que nos hayamos, la esperanzadora superación de esta situación. Es cierto que no se hará sin vacilaciones, sin recaídas. Que nuevas formas de distracción vendrán a esconder y a compensar la incomunicación en que un hombre se halla frente al otro hombre, haciendo infecundo el encuentro entre ellos mismos. Una de estas formas distractivas la está ocupando, por ejemplo, el erotismo. De unos años a esta parte estamos asistiendo a la comedia de la liberación y de la espontaneidad en la esfera de las relaciones entre ambos sexos. Ya hace algunos años Aranguren señaló este fenómeno como un ardid, tras el cual se esconde la persistencia de esta forma de alienación egotista en que nuestra sociedad yace. Una mayor libertad en la gratificación erótica no tiene por qué llevar consigo una espontaneidad mayor, un encuentro más rico y posibilitador entre persona y persona. Porque en la recaída en la erotización se suplanta gratificadamente el diálogo real, que es la expresión única del auténtico encuentro. En el encuentro meramente erótico uno y otro se convierten, en tanto que cada cual se hace objeto para el otro, en puras cosas, se cosifican y, lo que es peor, se autoengañan, tras la apariencia de un encuentro real. Como acabo de decir, estoy convencido de que la dialéctica de nuestra historia, en la medida en que experimentamos la necesidad de usar de nuestros atributos de hombres libres, ha de ser el motor sustancial del cambio, la motivación, en unos consciente, en otros no, de la deseable mutación total del sistema.
Carlos Castilla del Pino: <
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