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Paz y Ciencia

miércoles, 26 de junio de 2013

Hijos de mamá e hijos de papá

HIJOS DE MAMÁ E HIJAS DE PAPÁ

 

En mis talleres propongo a veces un ejercicio sobre la presencia de los padres en el interior de cada uno. Consiste,

inicialmente, en descruzar las piernas, cerrar los ojos y centrarse, es decir, tomarse un tiempo para reconocer un centro en

cada uno, un lugar interior imaginario exento de pensamientos, sentimientos y sensaciones corporales. Después hay que

imaginar el momento en que se conocieron nuestros padres, cuando se miraron y se gustaron, cuando se sintieron movidos

el uno por el otro, cuando, impulsados por el deseo, disfrutaron de los juegos del amor. Ahí se inició el engranaje de nuestra

vida. Podemos experimentarnos como pequeñas células, fruto del deseo de nuestro padre y nuestra madre, de la buena

mirada entre ellos, del prodigio de su encuentro. Mucho más allá de los temores, de los conflictos, de las dificultades, de lo

que sucediera a posteriori en la relación entre ellos o de ellos con nosotros, la fuerza de la vida se abrió camino a través de

un hombre y una mujer, y surgió nuestro cuerpo. Cada uno debe percibir la sensación que produce en su cuerpo esta

imagen, y si es una sensación agradable, debe dejarla crecer, cada vez más y más, más y más. Ahora ya tenemos una larga

historia, somos adultos, y nuestro cuerpo tiene memoria. En él se encuentran presentes nuestro padre y nuestra madre. Y

podemos percibir de qué manera están presentes cada uno de ellos, de qué manera nuestro cuerpo se encuentra abierto a la

madre, en sintonía con ella, y de qué manera nuestro cuerpo se encuentra abierto y en sintonía con el padre. Sólo hay que

prestar atención. Es probable que descubramos más presencia de uno que del otro. En ese caso, hay que explorar qué

ocurriría si el que está menos presente lo estuviera más, cómo sería inundarse más de padre o de madre. Finalmente, hay que

retener esas sensaciones durante un tiempo y, cuando se desvanezcan, abrir de nuevo los ojos.

Una vez trabajé con un hombre joven, un chico de veintitantos años. Se sentó y dijo:

—Yo no tengo padre.

—Eso no resulta muy creíble —repuse.

En primer lugar, porque invariablemente todos tenemos padre, y en segundo lugar, porque podía ver con claridad la

presencia del padre en él. Pero entonces dijo:

—No tengo padre porque soy hijo póstumo: mi padre murió antes de que yo naciera.

Su terapeuta, al conocer esta información, le había dicho que le convenía trabajar la ausencia del padre para ganar

fuerza para su camino. Lo cual tiene cierta lógica, porque el hijo no pudo cultivar el día a día con su padre y experimentarlo

en su crianza. Pero yo veía a su padre intensamente en él, mucho más que en otras personas que se han criado con su padre,

pero que se convierten en hijos predilectos de mamá y establecen con ella un nexo excesivo, y pierden en su cuerpo y en su

energía el rastro paterno. Entonces hicimos una constelación y representamos al padre, a la madre y a él. Fue una

constelación muy conmovedora y pedagógica, porque la madre sentía un amor y un respeto tan profundos hacia el padre que

éste llegaba al hijo y fluía en él a través de ella. Y fue muy bello comprobar cómo la madre, con su amor, hacía que el padre

estuviera presente para el hijo. Éste descubrió que su pensamiento «yo no tengo padre» era sólo eso, un pensamiento: su

cuerpo estaba lleno de su padre porque su madre lo había hecho presente. Sin duda, un regalo enorme que los padres dan a

su hijo es querer en él al otro progenitor, aunque entre ellos concluyera la relación o se extinguiera el sentimiento amoroso.

Los padres, de una forma u otra, en mayor o menor medida, están siempre presentes en nuestro cuerpo, en nuestro

corazón y en nuestra manera de plantarnos en la vida. También en nuestro movimiento hacia la pareja. Una frase muy

conocida de Bert Hellinger es: «El mejor matrimonio, la mejor unión, se da cuando se casan la hija de la madre y el hijo del padre».

Un hombre se hace hombre a través de los hombres, su contagio y atmósfera, nunca a través de las mujeres. Un

hombre que pretende hacerse hombre a través de las mujeres estará siempre un poco flojo y debilitado, sin sostén. A veces,

un hijo, en lugar de empaparse de la atmósfera del padre, de realizar el tránsito del vínculo con la madre al mundo del padre

y de los hombres de la familia, se coloca cerca de la madre, o incluso se siente un hijo especial, o más importante que el

padre para la madre. No se trata de que el hijo lo haga exactamente así, sino de que el sistema como un todo lo hace de este

modo a través de las dinámicas que va generando. A menudo, la madre no logra darle el primer lugar al padre y se coloca

afectivamente muy cerca del hijo, que queda enredado en un vínculo demasiado estrecho con ella. Otras veces, el padre no

toma con claridad su lugar y el hijo acaba sintiendo en lo hondo que su valor como hombre se encuentra en la buena mirada

de su madre o de otra mujer. El hecho de que la hombría provenga de las mujeres constituye una extraña e irresoluble

paradoja. Por eso, es bueno para el hijo volverse al padre y, en un sentido interior, decirle: «Ahora me pongo a tu lado, y al

lado de todos los hombres de la familia, en su atmósfera; ahora me hago hombre como tú y como todos los demás, sea lo

que sea lo que hayan vivido, y sea como sea que hayan sido». Pero también es bueno reconocer que, para la madre, el padre

es el mejor, y que uno, como hijo, sólo es hijo. Lo cual libera estos enredos más de lo imaginable y reestructura el mundo

interior para que se abran camino nuevas posibilidades en nuestra vida y en nuestra vida de pareja.

Sucede exactamente lo mismo con la mujer. Una mujer se hace mujer con las mujeres, en ellas encuentra e inhala el

aroma de lo femenino, pero algunas mujeres se mantienen pegadas al padre, a menudo incluso por encima de la madre, y en

sus relaciones de pareja tienen graves dificultades para respetar a los hombres y para darle a su pareja un buen lugar.

Muchas veces se mantienen atadas a su sentimiento de princesas de papá, se muestran muy seductoras pero no consiguen

vislumbrar a ningún hombre que esté a la altura definitiva del padre. Además, esperan que el hombre les dé el valor que

necesitan como mujeres, lo cual es otra paradoja irresoluble. Son muy seductoras, atractivas y apasionadas, y convencen a

los hombres de que son maravillosas; son únicas en el arte de la conquista. Los hombres se dejan convencer fácilmente,

pero ellas se mantienen en la insatisfacción y buscan al hombre definitivo que nunca llega. A menudo encarnan el prototipo

de la amante, porque los hombres no pueden darles su valor como mujer: esto sólo es posible a partir de la madre y de las

mujeres.

Muchas veces se casa «la hija del padre» con «el hijo de la madre», y las relaciones son muy intensas, muy

apasionadas, pero muy difíciles y turbulentas. Con suerte trabajan y reestructuran su mundo afectivo. Con menos suerte, el

final es virulento y presenta visos de drama o tragedia.

¿Y qué pasa con los hombres y las mujeres homosexuales? Algunas teorías hablan de la existencia de cuatro sexos:

hombres con cuerpo de hombre, hombres con cuerpo de mujer, mujeres con cuerpo de mujer y mujeres con cuerpo de

hombre. Otras teorías afirman incluso que el sexo es una construcción cultural. Sea como fuere, el mecanismo sigue siendo

el mismo: la mujer sólo puede encontrar su referencia de mujer con otras mujeres, y el hombre sólo puede encontrar su

referencia de hombre con otros hombres. Después, una mujer puede salir al encuentro amoroso de otra mujer o un hombre

de otro hombre, pero la forma de hacerse mujer u hombre es la misma.

Una vez trabajé con un hombre que me dijo: «Ahora tengo una pareja mujer, pero no sé si soy homosexual o

heterosexual». Hicimos una constelación y vimos un hecho importante en su historia: antes de que él naciera murió una

hermana suya. El médico le dijo en aquel momento a la madre: «Será mejor que tenga otro hijo, o morirá de pena». Y tuvo a

mi cliente. En la constelación, el representante del hombre miraba a la hermana muerta y le decía: yo soy tú. Sentía que vivía

en un cuerpo de hombre, pero también que dentro de él vivía su hermana, porque este hombre representaba a la hermana que

había muerto en el sistema familiar. Entonces ocurrió algo muy hermoso: pusimos a su novia en la constelación y vimos que

ella también amaba a la mujer que él llevaba dentro.

Como puede verse, el territorio amoroso es vasto y complejo. En cualquier caso, ante un problema de relación de

pareja, puede ser útil preguntarse: ¿me siento como hombre alineado con mi padre y con los hombres de mi familia, y logro

mi hombría y masculinidad a través de ellos y el lugar interior de compañero al lado de una pareja? ¿Me siento como mujer

alineada con la madre y las mujeres de mi familia y las mujeres en general, de manera que realizo mi feminidad a través de

ellas y logro el lugar de compañera al lado de una pareja? O, en términos más generales, ¿con quién me siento todavía tan

atado que impide que mi energía esté disponible para mi pareja actual?

La presencia de los padres en nuestra pareja se experimenta también a través de su bendición y su buena mirada hacia

nuestra unión. Algunos hijos o hijas que se unieron con su pareja sin esa bendición, o con la abierta oposición de los

padres, pueden encontrar dificultades y resistencias para abrirse y tomarla completamente debido a la lealtad oculta hacia sus

padres, o bien sumergirse en una molesta dinámica de movimientos interiores contrapuestos: lealtad hacia la pareja y lealtad

hacia los padres al mismo tiempo, sin la opción de sentirse en paz con ello. Aunque parezca un arcaísmo, no deja de ser crucial para muchas personas recibir la bendición de sus padres para la pareja que tienen, de modo que el bienestar y la prosperidad florezcan con ella.

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