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Paz y Ciencia

jueves, 1 de agosto de 2013

"Cuando pienso, no existo"

 
 
“Cuando pienso, no existo”

En esta entrevista, el sacerdote jesuita Carlos G. Vallés cuenta cuáles fueron las enseñanzas que cosechó luego de haber vivido por más de 50 años en la India.


"Soltad las amarras y encontrarás paz".
Por Ignacio Escribano


“Hemos olvidado la sabiduría animal, el instinto de los sentidos y el contacto con la naturaleza. Al pensar, perdemos contacto con el cuerpo, con la totalidad; es decir, dejamos de ser.” Con un sosiego inalterable y contagioso -inusualmente contemplado en estos tiempos- dice el sacerdote jesuita español Carlos González Vallés, de 75 años.

Matemático, y autor de numerosos libros sobre espiritualidad, Vallés ingresó a la Compañía de Jesús en 1941 y, cinco años más tarde, fue destinado a la ciudad cosmopolita de Ahmedabad, en la India, su residencia desde hace más de cincuenta años. Allí adquirió las experiencias de vida y la sabiduría de hindúes, mahometanos, jainistas, budistas, parsis y animistas.

-¿Cuál fue la primer gran enseñanza que cosechó en la India?

-Al llegar al Oriente -con las categorías aristotélicas occidentales tan de molde, en donde todo pasa por la mente- me encuentro con la historia de un monje zen que viaja a Europa desde el Japón y, al escuchar el famoso: “Pienso, luego existo”, de Descartes, se echa a reír. Y exclama: “Pero si cuando pienso, no existo”. Esto es algo que comencé a aprender allí, “de Suez para allá”, como decimos, y aún lo estoy aprendiendo.

-Algo similar propone Ernesto Sábato al escribir: “Nuestra cultura occidental, desde Sócrates para acá, dio una importancia capital a la razón, olvidando que apenas sirve para la lógica y las matemáticas”.

-Estoy totalmente de acuerdo, siendo matemático como soy. O lo que ha dicho Picasso, con gracia, respecto de las computadoras: “Son inútiles, no sirven más que para dar respuestas lógicas”. Y volvemos a lo mismo: buscamos respuestas que no se corresponden con la totalidad de nuestro ser.

-Sin embargo, vivimos en un mundo hipercompetitivo que valora el raciocinio en forma desmedida.

-Algo de eso hay. Empecemos por lo competitivo que define a nuestra sociedad: los exámenes, conseguir el puesto... el compañero de curso es amigo y enemigo: si él gana el puesto lo pierdo yo. Es una realidad tremenda.

-Es el otro o yo, no el otro y yo.

-Eso me recuerda uno de los principios más bellos que aprendí en la India, que es precisamente el polo opuesto de esa constante necesidad de tener más y más, y dice: “Si puedo pasar sin ello, si no lo necesito, lo dejo”.
-¿Se está refiriendo al concepto oriental de desapego?

-Así es. “Soltad las amarras y encontrarás la paz.” El desapego es la gran virtud india. Hacer lo que haga falta, pero con las manos abiertas. El apego implica, en cambio, agarrar, no soltar. Ese es el mayor obstáculo a la felicidad del hombre.


-Carl Rogers (psicólogo fundador de la terapia de corte humanista más utilizada en la actualidad) sostenía: “Soy lo suficientemente bueno si tan sólo puedo serlo abiertamente”.
-Es una gran postura. Él la llama congruencia, yo diría transparencia, esto es, poder manifestarme tal cual soy. Fritz Perls, otro gran psicólogo, se refiere a Rogers como San Carl Rogers.

-Pero Rogers confesó ser ateo: ¿un santo que no cree en Dios?

-Un dicho sufí reza: “Un santo es santo hasta que se entera de que lo es.” Yo no diría que Rogers era ateo. Se puede no mencionar a Dios por su nombre, no ir a la Iglesia, pero el que respeta a los demás, con el cariño que él lo hacía, está admitiendo en su corazón a la realidad máxima de la Creación: la persona humana.

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