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Paz y Ciencia

lunes, 19 de agosto de 2013

La envoltura psíquica



La Envoltura Psíquica
Irma Morosini 

La envoltura psíquica es como una membrana constituida por varias capas (piel psíquica) que recubre, envuelve, protege el psiquismo naciente y delimita el adentro del afuera de sí, en sus sucesivos encuentros desde una díada fusional hacia una diferenciación progresiva y subjetivante. Se forma con los primeros registros de lo que sucede en esos repetitivos encuentros con la piel corporal de la figura de apego y todo lo que de ella emana. Esta membrana dará mayor o menor solidez y estabilidad al yo, apuntalado en las experiencias del encuentro con el otro. La envoltura psíquica marca asimismo un límite entre lo interno, propio y lo exterior.
Entre las investigaciones que llevó a cabo Didier Anzieu, una que merece destacarse, por el peso teórico que implica para el ejercicio de la clínica, es el concepto de envoltura psíquica. Es un concepto que deriva y amplía el de Yo -piel y que a su vez se apoya en conceptos teóricos importantes de otros autores.
Estos conceptos son el de barreras de contacto que exploró S. Freud acerca de cómo se transmite la experiencia para adquirir su status psíquico; el concepto de continente – contenido de W. Bion acerca de la función continente que desempeña la madre para con su bebé y que le permite procesar las ansiedades de éste y devolverle un contenido tolerable para él mismo, destacando el papel de la identificación proyectiva (Melanie Klein) actuante en el vínculo, como precursora de la actividad de pensar; la importancia de las conductas de apego del lactante con su madre, investigadas por J. Bowlby compartiendo en la primera etapa de la vida una unidad psicofísica, en que la madre y el hijo son como una prolongación recíproca, la conducta de apego del niño se correlaciona con la atención dispuesta de su madre hacia él. Asimismo el concepto de holding de Winnicott, que es la forma en que la madre al sostener a su hijo, le transmite su continencia y funda las bases de la confianza básica.
De la repetitiva experiencia cualitativa y cuantitativa del encuentro entre madre y bebé, éste construye su primera representación que involucra ambos términos en contacto: la boca y el pecho, con el grado de satisfacción o insatisfacción que se va plasmando en cada encuentro.

Piera Aulagnier denomina a esta representación originaria: pictograma, con sus respectivas variantes: de aceptación o de rechazo. Una mamá insuficientemente conectada con su bebé, gesta en él la sensación de algo que no es plenamente satisfactorio.

La repetición de estas experiencias colabora para asentar inseguridad, desconfianza, inscripciones que quedan en la piel dada su función de zona de contacto.
Estos antecedentes refieren a estructuras que contactan, muy próximas, y que son las que aportan estabilidad a la díada constituida por la madre y su hijo. Así como en el contacto y adaptación boca – seno, transcurren experiencias sensoriales primordiales que colaboran a la estabilidad emocional e integración paulatina del bebé acorde con las actitudes y disposiciones de la madre, o también puede suceder que ese acople no se produzca de modo organizado sino con interrupciones, con un ritmo desestabilizador dejando en el lactante impresiones desestructuradas.
La experiencia repetitiva de encuentros armónicos entre la madre y el hijo, en que la madre puede tolerar las angustias, comprender sus ansiedades, sostener sus búsquedas, traza los rasgos básicos que van modelando el objeto madre. Un objeto constante que está allí para calmarlo y aportarle coherencia. De esto devienen las primeras inscripciones psíquicas en el niño que operan al modo de envolturas, vale decir como membranas contenedoras que lo constituyen y a medida que se consolida a sí mismo, lo irán diferenciando.
Cuando el niño ya puede tolerar su propia frustración es porque puede procesarla, pensarla de algún modo, interiorizar sus sensaciones, equilibrando sus reacciones, indicadores de una estructura psíquica funcionando, de una envoltura estable.
La capacidad de mentalización es una adquisición que se logra a través del proceso de comunicación que se establece entre el bebé y su madre. La madre decodifica sus identificaciones proyectivas, las procesa y se las devuelve metabolizadas al niño, de modo que las experiencias que al niño le sobrevienen y no comprende se van aclarando para él, la repetición le permite asociar los estímulos con las acciones y gradualmente comprender el sentido.
Esther Bick (1967) acuñó la expresión piel psíquica, la que retoma Didier Anzieu (1974) como Yo – piel. Esta piel mental cumple una importante función continente y opera en el vínculo primario que establece la madre con su hijo, ejercida en una adecuada función materna, y desde ese ejercicio configura para el bebé la primera noción de objeto y la posterior posición como sujeto.
Entre la madre y el hijo circulan experiencias que estimulan y desarrollan la comunicación, la sensorialidad, la memoria, la selección y fijación de ciertos estímulos y su asociación con ciertas respuestas, las que articulan formas y posteriores estilos de relacionamientos posibles.
La frustración también juega un papel importante en este proceso ya que muestra un límite a la omnipotencia y la necesidad de ampliar la percepción y por ende la comprensión de aspectos inherentes a la realidad. El no lograr lo deseado prepara para pensar, pone en acción el aparato para pensar del que nos habla Bion. La vía de iniciación del proceso es la identificación proyectiva, por medio de la cual madre e hijo se comunican desde el tiempo de la díada.
Anzieu propone, sintetizando sus conceptos, que la envoltura corporal que está dada por la piel, en tanto zona de frontera entre el mundo interno (psicofísico) y el externo (mundo exterior) actúa como receptor, registro, vía de comunicación, intercambio, zona de expresión inconsciente; por lo cual entre la piel y el Yo como instancia del Aparato Psíquico hay una significativa correlación. Se basa en el concepto freudiano que la psicología sigue a la biología, lo que significa que cada función de la psique deriva y se basa en una función corporal y que los grados inferiores en la evolución humana están subsumidos en los más evolucionados. Vale decir que hay formas primitivas de la experiencia que quedan como residuales en las formas más desarrolladas.
Para Anzieu la piel cumple funciones que van más allá de las estrictamente corporales:
- El Yo –piel tiene función de sostén continente del psiquismo. Lo explica a partir de la comunicación primaria con su madre con quien comparte el mismo cuerpo en una unidad fusional, en la que en un principio no hay límites claros entre el cuerpo de uno y de otro. A medida que el niño crece, amplía la percepción, registra experiencias de frustración que reducen su omnipotencia, se angustia y calma acorde con la mayor proximidad y continencia efectiva de su figura de apego, refugiarse en los brazos de su madre aminora sus miedos, apoyarse entre esos brazos y la cadera materna le permiten adquirir su eje vertical e ir pasando de una predominante posición de acostado a la de sentado y posteriormente a la de pie. Con estos progresos, acceder a la marcha guiado por los conocidos brazos parentales, contenido por los habituales registros sensoriales de las zonas de contacto en ese espacio del “entre”, le otorga sentido de unidad corporal y accede a las primeras imágenes de su propio cuerpo ya más diferenciado del de su madre.
- Esa indispensable característica de unidad psico-biológica, ser dueños de un cuerpo específico y de una psiquis propia y singular, tiene que ver con el descubrirnos envueltos por una piel que delimita el adentro y lo separa del afuera. En este sentido la piel protege, contiene, defiende. Si estas barreras de separación no están claras se produce como lo describe Freud en el “Hombre de Arena”, la extrañeza que inquieta porque confunde la identidad.
- La identidad que da sentido a la unicidad del ser, se nutre también de las informaciones y registros provenientes de la memoria corporal que es alimentada a su vez por las informaciones de los órganos de los sentidos. Todos estos datos interconectados aportan con ellos su coherencia. De lo contrario sucede la sensación de fragmentación corporal, de incoordinación y desconfianza de los datos que provienen de nuestro registro interno, con lo que ello genera en términos de confusión, persecución e incoherencia psíquica.
- La primigenia zona de contacto: boca – pecho, es zona de encuentro, de alimentación, de satisfacción, de estimulación recíproca, disparadora de fantasías, registro sensorial de las cualidades específicas de ese contacto, diafragma de apertura de canales perceptuales y afectivos. Es la que privilegia porque inicia, las caricias dadas por el roce mejilla – boca- nariz del bebé con el pecho – areola – pezón materno, son tanto la tensión muscular de los brazos maternos que al mecer rodean el cuerpo del infante, como los datos térmicos- de suavidad o aspereza- de ansiedad o serenidad que desde la actitudes de la madre dan al bebé la sensación de seguridad o de caída. Es la mirada recíproca que acompaña la escena, el canturreo acompasando los gorgorismos, el olor de la leche y de la madre con el olor del bebé. Todos los sentidos de ambos actores están comprometidos en un acto pleno de sentido, acto constituyente de la posterior subjetividad. La piel de ambos está allí en contacto gestando las manifestaciones primarias del autoerotismo y en consecuencia de la psico-sexualidad. El placer y el displacer anidan en esas experiencias que trazan una línea para la carga y descarga libidinal, perfilando las cualidades de las zonas erógenas, los estímulos buscados, los grados de satisfacción, los permisos, las inhibiciones, constituyendo así las bases de la vida sexual adulta.
Anzieu destaca que la piel es un órgano que muestra lo saludable o las carencias del cumplimiento del apego entre la madre como figura de apego, dadora y comprometida, y el niño como receptor, el que primero es pasivo para luego ir activando sus funciones en virtud de lo recibido.
La piel es como un molde que recibe, inscribe y luego exhibe.
El Apuntalamiento
La piel apuntala desde sus registros las experiencias del niño, apuntando hacia su sentido de ser único e irrepetible, su identidad, su subjetividad. Cumple una función yoica cuando opera como barrera contra estímulos insoportables, filtrando el ingreso de agentes extraños. Es también conservadora, con un hilo conductor que asocia las experiencias nutrientes, para apuntalar la coherencia, los buenos recuerdos –si los ha habido- gestados en la memoria corporal de un cuerpo mimado, cuidado, protegido (sin predominios de exceso ni de carencia).
En los casos en que han sobrevenido experiencias traumáticas transcurridos ya los primeros años de vida, los buenos registros provenientes de la primera infancia, llevan al niño a refugiarse en su memoria corporal y con actitudes regresivas logra calmarse por momentos ante lo doloroso que vive. Los estímulos asociados a experiencias gratificantes de la primera época lo apuntalan en el tránsito difícil. Allí el Yo – piel merced a sus registros de inscripción envuelve la necesidad narcisistica del niño conteniendo en parte sus desbordes. Si por el contrario las primeras experiencias de contacto, no le han brindado sentido de integración sino incoherencia al modo de una piel agujereada por donde se vacían sus contenidos internos, es muy posible que sobrevenga una fuerte sensación de vacío, con la posible caída en la psicosis.
Las experiencias que se suscitan en cada vínculo significativo entre quienes construyen y sostienen ese vínculo, encausan nuevas inscripciones y re-transcripciones en el sistema psíquico del niño quien adquiere así representaciones propias acerca de sí, su cuerpo, su entorno. Las envolturas psíquicas –cuando el proceso de apego ha sido suficientemente nutriente y confiable- se amplían permitiendo una separación – individuación saludable hacia la adquisición de una subjetividad diferenciada.
Para Kaës el sujeto apuntala su psiquismo por una parte en el propio cuerpo y en el cuerpo y funciones de la madre, ese cuerpo que la madre presta para ambos desde una cierta unidad psicofísica; y por otra parte en el grupo familiar, vale decir que la red vincular que apuntala al niño con sus logros y sus falencias, hace posible registros intrapsíquico, interpsíquico y transpsíquico.
El puntal que representa la madre y el grupo-familia, aportan una base concreta de cuidados y modelos con los que el niño se identifica, transitando este proceso por la vía del narcisismo familiar; a medida que estas formas se simbolizan y metaforizan, se hacen posibles las transcripciones. Los apuntalamientos acordes con las diversas funciones intragrupo familiar se complementan generando una solidez mayor con un consecuente beneficio para el niño y el grupo (contrato de apoyatura, R. Kaës).
El tiempo del apuntalamiento es entonces un tiempo que intermedia entre dos procesos: el de la construcción subjetiva y el de la subjetividad misma, que incluye siempre la intersubjetividad.
D. Houzel se refiere a la envoltura familiar al describir cómo actúan los procesos que aportan estabilidad interna a la familia. Opera al modo de una estructura que asegura las transmisiones entre generaciones y sus diferencias, la identidad de género de los hijos perfilada en el ejercicio de las funciones maternas y paternas puestas en juego en el apuntalamiento.

La envoltura genealógica
Como cita Evelyn Granjon en sus investigaciones sobre la envoltura genealógica familiar, hay una organización necesaria del tiempo que en cada subjetividad está plasmada desde la familia. Este es un trabajo psíquico que forma parte de la transmisión y ésta ya opera en las envolturas psíquicas del inicio de la vida.
E. Granjon cita la concepción que acerca de la temporalidad tenía San Agustín quien incluía en el tiempo las dimensiones de la memoria, la percepción y la esperanza. En la memoria se refleja la evocación que en el tiempo presente hacemos de los sucesos del pasado; la percepción define cómo nos ubicamos frente a lo que percibimos, en el momento del presente en que lo vivimos; y la esperanza es la actitud que predomina respecto a lo que vendrá. Todo ello opera siempre en un “presente – compuesto” que pertenece a la atemporalidad inconsciente.
Una envoltura psíquica adecuada en su continencia colabora en la organización temporal y afectiva y permite elaborar y transformar de modo activo lo recibido por transmisión.
Las marcas de la cultura en la piel
La piel es el lugar que por ser zona de frontera exhibe los compromisos internos y externos. Así como parte de la pertenencia a una cultura, modo de pensar, opciones que muestran un posicionamiento subjetivo, etapas de la vida que son atravesadas por condicionamientos culturales, hacen que nuestra piel sea tratada como un grafiti: tatuajes, pinturas, perforaciones, modas por las que optamos, que son formas de lenguaje, modos de expresar contenidos internos.
Del mismo modo - aunque no consciente -, emerge en el lenguaje corporal los síntomas psicosomáticos, expresión de lo que el cuerpo siente y lo actúa como una gran señal de alarma que detecta y enuncia parte de su problemática irresuelta, causante de su angustia.
Las alergias, los cuadros bronquiales, eczemas, psoriasis, y las enfermedades autoinmunes que denotan la reacción del cuerpo vuelta contra sí mismo como modo de expresión equívoca ante lo extraño, forman parte de aquello que se moviliza ante un estímulo que lo desorganiza y que deviene de un tiempo inicial en que la díada no fue plenamente continente y las envolturas psíquicas fueron permeables. Entre estas manifestaciones clínicas, un espectro más grave incluye los cuadros psicóticos.-



http://www.psicoanalisiseintersubjetividad.com/website/articulo.asp?id=255&idd=7

Bibliografía
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