PEACE

PEACE
Paz y Ciencia

domingo, 24 de agosto de 2014

La Histeria antes de Freud




VV AA, La histeria antes de Freud, Biblioteca de los Alienistas del Pisuerga. Ergon. Madrid, 2011.
La Biblioteca de los Alienistas del Pisuerga, una colección de textos clásicos de la psicopatología, inéditos en castellano, que ya contaba con tres volúmenes, pasa a engrosarse con un cuarto: La Histeria antes de Freud.En esta ocasión se trata de una reunión de artículos, capítulos o selecciones de obras de varios clínicos que, durante el siglo XIX, se acercaron desde distintas perspectivas a la histeria. De este modo, Gilles de la Tourette, Briquet, Charcot, Lasègue, Jules Falret, Colin, Kraepelin, Bernheim y Grasset, comparten estas páginas para dar al lector una perspectiva bastante completa de la respuesta que las dos principales escuelas psiquiátricas, la francesa y la alemana, daban a esta neurosis, cuando este término aún remitía al sistema nervioso, es decir, antes de que Freud elaborara la teoría psicoanalítica.
Como es habitual en esta colección, los Alienistas no se conforman con reclutar una serie de textos interesantes y traducirlos. Desde la excepcional Presentación que firman los tres de Valladolid, a la propia estructura del libro, el lector dará un paso hacia delante en la comprensión de los distintos elementos que la histeria precisa para desplegarse. Se encontrará con que el histérico necesita un escenario social, por un lado, y un saber al que enfrentarse, por otro. Es en esta suerte de triangulación donde se confirman las tres características indiscutibles que destacan los prologuistas: su antigüedad y permanencia a lo largo de la historia, su indefinición o imposibilidad de encorsetamiento dentro de los cánones científicos y su mutabilidad o capacidad plástica y mimética para forjar los síntomas. Estos tres atributos ayudan, en nuestra opinión, a que el lector se guíe a lo largo de los cuatro bloques del libro.
El título del primer capítulo, "La histeria en la historia de la medicina", da cuenta de su presencia en toda lahistoria de la humanidad. Entendida como una estrategia del deseo, la histeria aparece como un "proceder que existe desde el comienzo de los tiempos... En tanto que somos sujetos de deseo, quien más y quien menos utiliza de continuo recursos histéricos para resolver las dificultades que se le presentan", nos recuerdan los compiladores. Así las cosas, la obra se inaugura con un abordaje histórico que correrá de la mano de Gilles de la Tourette. Consideraciones históricas acerca de la histeria -primer capítulo del tratado sobre la histeria que el médico francés publicó en 1891- supone un recorrido por las distintas teorías que sobre la histeria se han ido forjando desde la antigua Grecia a La Salpêtrière, trayecto que el lector encontrará más que teñido por la conocida idolatría que el médico tenía por su maestro Charcot.
En un segundo paso, con "Médicos ante la histeria", se abre un capítulo en el que cuatro grandes nombres de la medicina de la época dejarán constancia de la impotencia del saber médico ante la histeria, una insuficiencia que quedará reflejada en los textos como incomodidad, distancia y hasta rechazo por parte de los autores. De este modo, encontramos una interesante selección del Tratado clínico y terapéutico de la histeria de Pierre Briquet de 1859, una insólita presentación de Un caso de histeria en el varón que el maestro Charcot expuso en una de sus lecciones de 1887, una detallada y minuciosa descripción del rechazo alimenticio en Sobre la anorexia histérica por parte de Charles Lasègue en 1873 y, por último, un ilustrativo ejemplo de la capacidad para incomodar y desconcertar al clínico, El carácter histérico, de Jules Falret, epígrafe de 1866, incluido dentro del capítulo sobre las locuras razonantes de sus Estudios clínicos, ya que para el francés la propia naturaleza histérica era, en sí misma, un tipo de locura moral. En este orden de cosas, asistimos a un capítulo en cuyo telón de fondo podemos situar la oposición, ocultación y seducción, propias de la estrategia histérica y guías fundamentales de su plasticidad clínica frente a la ciencia. La histeria siempre se sitúa ante el saber para despertar su deseo, mantenerlo vivo y, finalmente, dejarlo insatisfecho. Es así como explicamos la maleabilidad de los síntomas histéricos, la plasticidad de sus manifestaciones en los asilos y su gran capacidad para simular con el cuerpo lo que la ciencia iba buscando, es decir y como anunciábamos más arriba, su indefinición.
La tercera parte del libro, "Histeria y locura", aborda la controvertida relación entre ambas categorías, problema psicopatológico de primer orden, que lleva a cuestionarse las raíces de la propia psicosis y la naturaleza misma de la histeria. Es aquí donde más claramente distinguimos la mutabilidad y el desafío de la histeria, pues obliga al debate de las escuelas y fuerza la creación de nuevas categorías diagnósticas. Dilema que si antes se reducía al problema sobre las locuras histéricas, ahora se ve incrementado por la confusión provocada por la fragmentación diagnóstica de los manuales. El lector encontrará en primer lugar una representación de las descripciones francesas de la folie hystérique a lo largo del capítulo que Henri Colin le dedica dentro de su ensayo sobre el Estado mental de los histéricos de 1890. A continuación, un caso clínico de Kraepelin sobre la locura histérica dará cuenta de la tendencia del alemán a la categorización de la clínica, pues nos consta que la hysterische Irresein varió su localización diagnóstica y significado clínico a lo largo de sus ocho ediciones de la Introducción a la clínica psiquiátrica. El bloque se cierra con la interesante y siempre a contracorriente opinión del jefe de la Escuela de Nancy y máximo oponente de Charcot, Hyppolite Bernheim, que publica, ya jubilado, dentro de su obra sobre la histeria, en 1913.
En cuarto y último lugar, encontramos "Perspectiva general de la histeria antes de Freud", capítulo compuesto por un único pero amplio artículo de Joseph Grasset titulado Histeria fin de siglo. Este escrito ocupó, en 1899, la entrada "Histeria" del Diccionario Enciclopédico de las Ciencias Médicas, y comprende una minuciosa descripción de la histeria que llegaría al siglo XX, en la que el francés intenta mantenerse al margen de las diferencias entre escuelas y dota de una estructura didáctica y universitaria a su trabajo: definición, estudio histórico, etiología, sintomatología, diagnóstico y tratamiento. Cabe señalar en este capítulo la extensión del apartado dedicado a la sintomatología, dato que vuelve a subrayar la capacidad proteica de la histeria para presentarse ante la Medicina.
No son pocas las cuestiones que los textos aquí recopilados plantean al lector. En nuestra opinión, el simple gesto de llamar la atención sobre la histeria ya supone una revolución frente a la psiquiatría contemporánea. En El Poder Psiquiátrico, Foucault nos recordaba el importante papel de las histéricas en el juego asilar y diagnóstico del siglo XIX, llamándonos a saludarlas "como las verdaderas militantes de la antipsiquiatría", añadiendo que "solo ellas conseguían los síntomas más precisos y determinados... [...] en un juego tal que, cuando se quiere dar una realidad a su enfermedad, jamás se consigue hacerlo, porque en el momento que su síntoma parece remitir a un sustrato orgánico, muestra que no hay sustrato...". Es esta vertiente de la histeria, la del mimetismo, la plasticidad y el escurridizo diagnóstico, la que infringe el golpe definitivo a la psiquiatría, pues lo asesta en su más profundo narcisismo, en su deseo de poder. Por ello, tal impacto permanece aún en nuestros días como una herida sangrante, como demuestra el hecho de que la histeria lleve años fuera de las categorías diagnósticas, se encuentre dinamitada en sus síntomas y quede oculta tras la depresión y el trastorno bipolar. La realidad histérica se vuelve insoportable para la medicina, por eso resulta especialmente útil el libro que hoy comentamos, pues permite al lector realizar un pliegue histórico por el psicoanálisis y casi equiparar el afán explicativo, descriptivo, distante e incluso arrogante de la psiquiatría de nuestro tiempo con el de la que inmediatamente precedió a Freud.
Una vez más, José María Álvarez, Fernando Colina y Ramón Esteban, nos ofrecen la oportunidad de profundizar en el estudio de la psicopatología bajo el precepto de que el respeto por lo que nos precede siempre pasa por su conocimiento. En esta ocasión, lo haremos alertados por la dificultad de mantener la posición de saber frente a la histeria y, a la vez, dejar bastante alejada la teoría para que ésta no nos impida escucharla. Que de eso se trata.
Laura Martín López-Andrade

JOSÉ LUIS PESET, Las melancolías de Sancho. Humores y pasiones entre Huarte y Pinel, AEN. 2010. 240 pp.
La colección de Historia de la AEN parece tener dos frentes de trabajo. Por un lado, ha recuperado una secuencia de volúmenes de comienzos del siglo XX relacionados con la psique, como los de Schreber, Gaupp o Zilsel (sobreEl genio), y también de finales de esa centuria, como los de Queneau y G. Swann, o incluso Los náufragos de Patrick Declerck, escrito en 2001, que se acerca a las gentes que viven hoy en la calle. Por otra parte, está lo referente al legado antiguo al respecto hasta la Ilustración: desde Cicerón (maestro del Renacimiento) y el humanista Ficino hasta Tissot y Diderot, así como parte de la psiquiatría que arranca de Pinel: Daquin, Esquirol y Leuret.
Muchos de estos últimos libros se ven revisados y comentados en las páginas, tan recientes, de Las melancolías de Sancho. Peset es un historiador de las ciencias, dedicado especialmente al estudio de la cultura médica, en relación con su profesión, con la enfermedad y su tratamiento; y este ensayo inédito suyo revela preocupaciones psiquiátricas - Peset es, además, médico de formación - pero asimismo aborda un tema histórico-cultural: la melancolía en ciertos escritos españoles de los siglos de Oro y de la Ilustración.
En efecto, al inicio del libro de Peset está presente Felice Gambin, autor de Azabache. El debate sobre la melancolía en la España de los siglos de Oro (2008), que ha sido comentado en esta Revista. Pero destacan sus fuentes hispánicas sobre el desánimo, poco manejadas. Son Fadrique Furió Ceriol y su Consejo y consejeros del Príncipe (1559), Pedro Mercado y sus Diálogos de filosofía natural y moral (1558), Alfonso de Santa Cruz y suSobre la melancolía (c. 1569), Huarte de San Juan, y su Examen de ingenios para las ciencias (1575) - un autor del que Peset es especialista acreditado -, así como otro médico, Andrés Velázquez y su Libro de la melancolía(1585). Por supuesto que también resuenan autores europeos: un Bright, en A Treatise of Melancholy de 1586; un Jacques Ferrand, Melancolía erótica o enfermedad de amor; o un Burton, en su fundamental The Anatomy of Melancholy, aparecido poco después. Estos tres títulos han sido publicados por la AEN de modo que del contexto cultural melancólico hoy se tienen suficientes noticias como para que la tristeza antigua sea algo más que una metáfora literaria.
Peset ya había estudiado ciertas las relaciones entre padecimiento y cultura, así en Ciencia y marginación(1983), para el siglo XIX, Las heridas de la ciencia (1993), para el siglo XVIII, y Genio y desorden (1999), justamente para el período que aquí aborda (de Huarte a Torres Villarroel). Pero Las melancolías de Sanchoencara específicamente el abatimiento, una patología con "origen" clásico (Hipócrates, Aristóteles, Galeno) que, temida por sus negros efectos, será revisada mucho en el Humanismo desde Marsilio Ficino (u otros encerrados asimismo con los libros), en la crisis mental y cultural del Barroco y en la Ilustración correctora de tantos desmanes.
Peset nos dice pronto: "Las búsquedas de su amada, los descensos al infierno, las viejas imágenes y las secas melancolías de Alonso Quijano nos vienen a la memoria. Éste y sus libros adorados pueden vivir en la nostalgia y en la locura". Pero ese hombre doble que ofrece el Quijote lo empareja con una novela rara del siglo XVIII, laHistoria del más famoso escudero Sancho Panza, después de la muerte de Don Quixote de la Mancha (1794) de Pedro Gatell. El Sancho cervantino será heredado - en el relato de Peset - por un Sancho menor surgido en las Luces de Gatell, de modo que, en su retoque ilustrado, éste nos permite ver (gracias a Peset) cómo se percibe la tristeza a lo largo del mundo moderno, y nos muestra cómo la melancolía, la imagen y la palabra se van construyendo juntas en el transcurso de dos siglos decisivos.
Los títulos de las cuatro partes son reveladores. Por un lado "Una melancolía razonada", arranca de la locura del hidalgo. Su pesadumbre está vinculada con los viejos temperamentos y esa teoría humoralista que se quiebra aproximadamente tras la muerte de Cervantes; también se relaciona con el poder de los astros que lastran a los humanos. Pero a esa visión natural, física y cósmica, del pesar se asocia con las pasiones humanas y su vida en sociedad. Se refleja en libros, en músicas ('En el nacimiento del canto'), en pinturas, en invitaciones a la risa y la conversación. El "Teatro de los ingenios" es la segunda parte: el drama barroco está plagado de tristes, de curaciones momentáneas, de fracasos. Se inicia la narración de cómo la medicina dialoga y pretende acoger al apagado, al mustio, en sus tratados y asilos ('Médicos en la España barroca'), mientras la melancolía pretende refugiarse en alegres Arcadias, huyendo de la modernidad. El teatro, la novela, los tratados médicos y filosófico-morales se convierten en el Texto del Mundo.
El Sancho cervantino y el Sancho menor son centros visibles de las dos partes restantes: "La tristeza del escudero" y "Arcadia en las luces". Vemos que la sociedad poco a poco entra en horma, y la obligación - que es propia del quehacer moderno - contrasta cada vez más con los vagabundeos (no sólo del hidalgo y del escudero), al tiempo que la medicina entra en diálogo con las artes en general, sin olvidar la omnipotente religión. Si en un largo camino fáustico, dice el autor, vemos cómo Sancho Panza - gracias a su caballero - adquiere melancolía y saber, todo nos recuerda que en la Ilustración las exhortaciones al trabajo y la higiene apremian implacablemente.


No hay comentarios: