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Paz y Ciencia

domingo, 1 de febrero de 2015

Pareja y sus quebraderos de cabeza


1. CRITERIOS PARA UNA PSICOPATOLOGÍA DE VIDA DE PAREJA

Podemos definir “la enfermedad psicológica” como un ensayo de elaboración del sufrimiento provocado por la intensidad de las angustias de base, ensayo que fracasa por la utilización de mecanismos de defensa rígidos, estereotipados, que se muestran ineficaces para mantener el sujeto en un estado de adaptación activa a su medio.
De otra parte, la pareja es un lugar donde la frontera entre lo normal y lo patológico es particularmente fluctuante, incierta, arbitraria a menudo: la vida amorosa y la pasión que subyace en ella suponen funcionamientos psíquicos heredados de los aspectos más arcaicos; supone también que estos fenómenos arcaicos se encuentran en interacción con los procesos más arcaicos del compañero: allí surgen las aspiraciones fusionales más indiferenciadas, las tendencias más regresivas, las pulsiones pregenitales, las defensas más primitivas.
Desde el punto de vista psicoanalítica, no se puede definir como patológico el hecho de recurrir al funcionamiento de la posición más arcaica; pero lo que sí puede definirse como patológico es la incapacidad de funcionar de otro modo que no sea de ese modo particularmente arcaico: recurrir a la escisión o a la idealización no es patológico en sí; pero en cambio lo es la imposibilidad de recurrir después a otros funcionamientos.
Lo que aparece como patológico es la imposibilidad de tener acceso a una relación ambivalente, para tratar de conservar la imagen totalmente favorable al negarle al otro una parte poco gratificante, que se le atribuye entonces a la influencia de los terceros. Lo patológico es, por lo tanto, mantener una negación prolongada de la realidad para tratar de desconocer la agresividad y el odio propios.
Si más tarde el compañero se ha convertido en el representante del objeto malo, el sujeto frágil, para defenderse, se separa de este objeto, y entonces hay que odiarlo totalmente para separarlo mejor y acumular sobre este objeto de odio todas las proyecciones agresivas. Así se comprenden las presiones que ejercen algunos padres sobre sus hijos para incitarlos a rechazar y a odiar al otro padre; es que odiarlo se ha vuelto una necesidad narcisista vital para preservarse y conservar un mínimo de coherencia y del sentimiento del propio valor. El cultivo del odio y sobre todo del resentimiento tiene beneficios narcisistas.

De otro lado, es imposible abordar el problema de la psicopatología (disfuncionalidad) de la vida amorosa en términos estrictamente individuales. Este “engranaje de las vulnerabilidades” no puede concebirse, si no es en términos de conjunto de funcionamiento vincular y de retroalimentaciones: retroalimentaciones negativas, si la pareja o uno de sus integrantes atenúa las reacciones del sujeto y restablece el equilibrio anterior; retroalimentaciones positivas, si la pareja se estructura de tal manera que amplifica la perturbación del primer integrante por las reacciones simétricas del segundo; y ello sin hablar, por supuesto, del engranaje ligado a la participación eventual de los hijos, y a veces aun de miembros de familias de origen..
Sin embargo, una impotencia no deja de ser patológica aunque sea el efecto conjunto de las comunicaciones entre ambos miembros de pareja. Esto significa que uno de los sujetos ha recurrido a una inhibición particular de su funcionamiento, que traduce su imposibilidad de asumirla totalmente: síntoma que realiza un compromiso entre sus intenciones explícitas por una lado (buscar satisfacción, procurar satisfacción a su compañero, afirmar su virilidad y sus significaciones sociales, etc.), y por otro lado sus intenciones implícitas (negarse a someterse al deseo del otro, a reconocer su poder, castigarlo, etc.) o inconscientes (evitar asumir el componente agresivo o sádico de la potencia genital, evitar la angustia de castración, etc.).
El síntoma aporta la prueba de una contradicción interna en uno de los sujetos, y en este sentido merece considerárselo como patológico en el plano individual, sean cuales fueren los factores individuales, vinculares, intersubjetivos, sistémicos o sociales que operen en el origen y que el terapeuta elegirá como primordiales desde una perspectiva pragmática.
En estas condiciones hay que distinguir bien una “patología individual” de una “patología de pareja”, cualesquiera que sean las dificultades para definir estrictamente a una y otra, y especialmente a la segunda.
En todo caso, tal es lo que muestra la clínica cuando subraya el contraste entre parejas que sufren, sofocan y alienan a los compañeros, quienes no manifestaban antes de su unión ningún signo clínico, y los individuos que logran a controlar gracias a su unión en la pareja sus grandes perturbaciones psicopatológicas anteriores.

Las parejas de grandes deprimidos son muy frecuentes y a menudo presentan una estructura particular. Su observación es muy interesante porque pone en evidencia un funcionamiento exagerado entre ellos, pero que se lo encuentra en estado latente en un gran número, lo que subraya la utilización de la vida conyugal en la lucha contra la agresividad y violencia. La actitud depresiva de uno de los compañeros (desvalorización, culpa, dolor moral, pesimismo, duda de sí mismo, etc.) es sentida por el otro como una solicitud de protección y de una confirmación más vigorosa en cuanto a su valor narcisista. El segundo se encuentra entonces “confirmado” en su calidad de protector y en su valor propio, tanto por la depresión del primero como por el sostén que aquél es capaz de proporcionarle. La distribución de los papeles es entonces característica y se organiza de manera sistémica.
En este caso aparecen varias posibilidades:
1) El segundo puede mantenerse en esta actitud protectora que confirma su poder, del que se sirve inconscientemente para mantener las reglas del juego y la definición de las relaciones; sólo el primero queda deprimido, gracias a que el otro, en cambio, se siente bien. A veces, un individuo oculta su angustia a costa de otro que limita sus propias satisfacciones y se vuelve más angustiado de lo que era, permitiéndole a su compañero aparecer como normal.
2) Otra posibilidad, más frecuente y más característica, conduce a un movimiento de péndulo, mediante el cual el segundo se deprime, mientras que el primero recobra confianza en sí mismo hasta llegar a una inversión completa de la actitud inicial.
Los psicoanalistas conocen bien ese fenómeno por el cual un paciente, al final de una cura, pide la dirección de otro analista para tratar la descompensación del compañero. Por su parte, los psicoterapeutas se enfrentan con frecuencia a una reacción depresiva, en general pasajera, de un miembro presuntamente sano del grupo familiar, cuando otro inicia una terapia, el que ha sido designado como “paciente” por el grupo.
De otro lado, excepcionalmente, la pareja, en lugar de ejercer sus funciones habituales de defensa y reparación, ejerce una amplificación positiva y tiene un efecto patógeno. Pero, cuando las relaciones amenazan con ser patógena para los dos miembros a la vez, en general, la pareja no dura por largo tiempo y se destruye. El efecto patógeno podría manifestarse entonces cuando los integrantes de la pareja se ven impedidos de separarse por razones diversas. Mientras que en las parejas que duran sin tener restricción de separarse, el efecto patógeno aparece solamente en uno de los integrantes de la pareja, mientras que el otro, por el contrario, se encuentra liberado de su patología visible, como ya indicamos. Esto se aprecia especialmente en la pareja formada por un paranoico y un deprimido, unión relativamente sólida y estable mientras el deprimido no se cura. El primero acusa el segundo, y este segundo se acusa a sí mismo, pero el conjunto se comporta como si estuvieran de acuerdo en reconocer la culpabilidad de uno solo, de la que el otro queda eximido. Este último actúa entonces de tal manera que impide el tratamiento del deprimido.
De ahí que con frecuencia se interrumpa la terapia individual del más débil, del deprimido, del más dependiente reconocido culpable, antes de que el tratamiento haya tenido tiempo de ejercer efectos suficientes.

El criterio de sufrimiento resulta poco apropiado para definir la patología de la pareja, pues en un grado u otro, forma parte de toda existencia humana y aparece funcionalmente en algunas fases críticas de la pareja, fases fundamentales para la reorganización de los vínculos internos, donde el dinamismo innovador es decisivo para la reestructuración constante de una pareja viva.
De otra parte, el término “patología” no se adapta bien a un funcionamiento de grupo. Si se trata de funcionamiento, la expresión misma, “patología”, pierde su interés y más bien conviene observar, cuando se considera a la pareja como grupo, su carácter eventualmente “disfuncional”. Se puede considerar como disfuncional un grupo cuando se puede distinguir en su estructura una diferencia importante entre su “organización oficial” y su funcionamiento de hecho. El grupo familiar es disfuncional si existen en él seudoasignaciones de papeles que no corresponden a los papeles reales en el seno de grupo. Sin duda, esta noción de disfunción puede utilizarse a veces en la observación de parejas, y puede ayudar a simplificar una comunicación que se ha vuelto demasiado sofisticada en las parejas donde “el organigrama oficial” es en efecto muy diferente a su funcionamiento de hecho, especialmente en cuanto a las relaciones de poder. Así, en la práctica pueden observarse efectos terapéuticos importantes, cuando la explicación y comprensión de las relaciones y contradicciones entre los mensajes paradójicos, les permite percibir a los dos interesados que su funcionamiento los lleva a recurrir al uso de una verdadera enfermedad, o de sufrimiento real, para restablecer un equilibrio en su relación de poder.
Por ejemplo, los fracasos repetidos y las manifestaciones somáticas que aparecen en uno de los integrantes de la pareja -dominado en principio- pueden ser un medio para restablecer un poder que le estaba totalmente negado por un cónyuge autoritario que definía las leyes de la pareja (Observación No. 18 del link indicado).

En resumen, hemos visto que la pareja es un lugar donde se expresan las tendencias más arcaicas de ser y las manifestaciones de su inconsciente en sus zonas más oscuras. Por esto, la pareja es también un lugar donde la definición de lo patológico y de lo normal resulta particularmente arbitraria, y la expresión de los procesos más primitivos puede asumir una forma erotizada a pesar de su intensidad. Los juegos sadomasoquistas, las injurias, los golpes, las caricias, las uniones sexuales, las declaraciones y las negaciones manifiestan lo que no puede expresarse fuera de la pareja. ¿En nombre de qué criterio se les puede definir como patológicos?
Generalmente cada individuo busca en el otro, y en el lazo que los unió, una cierta función protectora, así como la satisfacción de algunos de sus deseos. Espera del otro una profunda confirmación del valor narcisista de sí. Si esto no se logra, la pareja está amenazada a corto plazo y generalmente desaparece antes de que pueda producir efectos directamente patógenos, al menos en la mayoría de los casos; no obstante, la estructura de esta pareja y la perturbación de sus comunicaciones que se entrecruzan y se contradicen pueden conducir a un disfuncionamiento de la pareja como grupo.

Los problemas planteados por la patología dentro de la pareja imponen una triple clave de lectura. La primera lectura se orienta sobre los procesos individuales intrapsíquicos -aun si son inducidos por la patología del grupo familiar de origen -, que se traducen por una fragilidad y por contradicciones internas perceptibles en las comunicaciones con los demás. La segunda es la interpretación sistémica (interpersonal-intersubjetiva-vincular), observando dentro del sistema-pareja los modos de intercambios simétricos o complementarios, y las retroalimentaciones recíprocas que restablecen la homeostasis del grupo, o a veces amplían las manifestaciones patológicas. La tercera lectura incluye el conjunto de las condiciones sociológicas: su base material, su expresión cultural y especialmente el conjunto de las relaciones que ligan o que oponen al funcionamiento de la pareja.

Recordemos que cada pareja es diferente; y la “normalidad” depende de los criterios de funcionamiento de la pareja y de las normas que se ha dado. El terapeuta tiene que entender cómo está organizada una pareja desde el origen, para ver luego cómo se desarrolla la evolución que reforzará o atenuará esta primera estructuración.
La superación de la problemática interior de cada uno, defensa de sí, supercatectización del otro, y la superación de la problemática interpersonal vinculada al engranaje de las interacciones entre los compañeros, puede exigir tiempo, y nunca queda concluida, puesto que es siempre capaz de evolucionar. Una terapia de pareja psicoanalíticamente orientada puede facilitar la comprensión de los procesos anteriores.

2. INTRODUCCIÓN A LA TEORÍA DE LA TÉCNICA DE LA TERAPIA DE PAREJA Y DE FAMILIA

En la práctica clínica de las terapias de pareja, la actividad más importante del terapeuta consiste habitualmente enfavorecer la comunicación entre los compañeros. Casi siempre es de este modo como se obtiene prácticamente sin interpretación los resultados más manifiestos, los más rápidos, a veces hasta profundos. Aun cuando este primer trabajo resulte insuficiente y requiere una profundización posterior, él consiste antes que nada en clarificar los mensajes y comparar los sentidos diferentes que ellos tienen para uno y otro integrante de la pareja: trabajo considerable que, para que resulte eficaz, debe llevarse con precisión.
Hay que trabajar una secuencia hasta que todos los elementos latentes del discurso hayan sido considerados, retomados, trabajados nuevamente por uno y por el otro, mientras el terapeuta debe intervenir sin cesar para inducir al que recibe el mensaje a que precise lo que ha entendido, y qué sentidos diversos le otorgó, antes de actuar sobre el fondo de lo dicho. En seguida tiene que volver a darle la palabra al que emitió el primer mensaje para que aclare qué entendió de la reacción de su compañero ante su primer discurso; y antes de que lo corrija es necesario que el receptor pueda también reaccionar ante la reacción del emisor, etc. Sin duda es en este plano donde se realiza lo fundamental del trabajo en la mayoría de las entrevistas conjuntas.
Aun cuando a veces la entrevista conjunta no consiga profundizar más que una o dos frases, ella es el medio de enseñarle a los compañeros a comunicarse: aspecto pedagógico del problema absolutamente fundamental que permite la evolución de la pareja, que aprenderá progresivamente a prescindir de los servicios provisoriamente necesarios del mediador que ha sido el terapeuta. La evolución de la pareja depende directamente de este trabajo de clarificación de los mensajes, clarificación que no significa por cierto mantener las relaciones, sino que va a facilitar la evolución, ya sea en el sentido de una profundización y de un volver a comprometerse mutuamente, o ya sea en el sentido de una separación. Sólo esta elucidación puede permitir a antiguos compañeros conservar un mínimo de relaciones funcionales de pareja o una separación menos dañina posible.
La contradicción de los mensajes emitidos por canales diferentes, la que sin duda constituye la fuente más importante de las confusiones de la comunicación. Entre el canal verbal y el canal mímico, la frecuente inconsciencia del segundo tiene consecuencias particularmente graves. Es lo que justifica algunas tentativas de terapias de pareja o de familia que utilizan la grabación en video, que le permite al locutor encolerizado observar la “cara que pone” cuando se enfurece, lo que hace cuando contradice esta expresión mímica con una negación, poco convincente para quienes lo rodean.

En el campo de la psicoterapia de pareja, es la transferencia grupal la que funda a la pareja como objeto para el terapeuta, que reacciona ante ella mediante una contratransferencia específica. Desde que aparece entre los miembros de la pareja la percepción implícita de un “nosotros”, la pareja funciona de hecho como grupo y desarrolla fenómenos que corresponden a una verdadera transferencia del grupo-pareja sobre el terapeuta. Por esto es importante distinguir en los aspectos contratransferenciales los que conciernen a los individuos separados y los que conciernen a su grupo, pues pueden estar desunidos: por ejemplo, el analista de pareja puede observar en él afectos positivos con respecto a cada integrante de la pareja separadamente, al mismo tiempo que afectos negativos con respecto a su unión en pareja, o inversamente.
Muchas veces la expresión precisa, circunstancias de la vida real o fantaseada lleva a la pareja a encarar el problema de cada uno con relación a terceros: terceros que pueden ser miembros de sus familias, padres, suegros, etc., o incluso sus propios hijos, u otras personas influyentes a las que están ligados por relaciones de amistad o de rivalidad, de colaboración, de trabajo, etc., o también otros compañeros conocidos en experiencias extraconyugales platónicas o sexuales. Además hay que considerar la existencia posibles de otros terceros, menos fáciles de definir porque no son personas concretas, sino objetos poderosamente cargados en sentido psicoanalítico por uno u otro de los integrantes de una pareja: la práctica de un deporte, un trabajo particularmente importante, una actividad social, cultural, política o religiosa, o también la imagen de un padre o una madre fallecidos e idealizados; o incluso una representación más o menos imaginada de algún “héroe” familiar, alrededor del cual se elabora una representación mítica del grupo familiar.

La terapia de pareja moviliza fuerzas dinámicas considerables y con frecuencia renueva una problemática enmarañada que tiene grandes efectos inhibidores masivos sobre cada uno de los integrantes. Pero estos efectos dinámicos de las intervenciones en terapia de pareja sólo son posibles después de una comprensión en profundidad, tanto de los procesos intrapersonales como interpersonales de cada integrante.
El material que aportan las entrevistas conjuntas es muy rico, expresivo, y referido a la problemática personal de cada una de las partes, a la vez que particularmente significativo de la organización interna de los procesos inconscientes de la pareja.
Un oído analítico captará en el discurso global espontáneo de la pareja, la expectativa implícita de cada sujeto en el momento de su elección, y contra qué se protegía sin saberlo al “preferir espontáneamente” al compañero elegido. Porque la “racionalidad” de lo inconsciente puede surgir tan clara ante el terapeuta, al tiempo que se le aparece tan mal o tan inverosímil al propio autor del discurso.
Se aporta también a la pareja de larga duración el enfoque de una comprensión sistémica y vincular, que tome en cuenta las dimensiones específicas de la díada, el carácter más o menos simétrico de las relaciones de sus miembros, la importancia de la problemática inconsciente de sus deseos y la naturaleza también inconsciente de la mayor parte de sus comunicaciones.

2.1. Entrevistas de “evaluación” de pareja o de familia

La terapia psicoanalítica de pareja o de familia es una adaptación de la terapia psicoanalítica individual, sobre todo teniendo en cuenta que en el campo hay ya no dos sino tres o más personas. La primera implicación muy importante es que ya no se puede hacer interpretaciones personales profundas porque no se sabe lo que puede hacer la tercera persona de esta interpretación.

Los motivos de consulta de pareja son en general las dificultades de su funcionamiento. En otros casos puede ocultar problemas psicopatológicos individuales. A veces vienen a la consulta porque ya tomaron la decisión del divorcio y quieren que se facilite la puntualización del caso. Otras parejas acuden por un problema más agudo, y quieren superarlo. Otras más acuden por motivos de “problemas” que cuestionan su unión; y desean vivamente modificar sus relaciones mutuas, sin ponerles término. Una última categoría acude con un sentido preventivo, ya sea por motivo de un conflicto pasajero, o por algún incidente en la vida de pareja, sobreviniendo imprevisiblemente, como por ejemplo alguna dificultad sexual pasajera.
En general, es el terapeuta quien convoca a la terapia al otro miembro de la pareja u otros miembros de la familia cuando ve la necesidad, aunque el síntoma pertenezca a un miembro.
Por ejemplo, un síntoma en un niño esconde muchas veces conflictos conscientes o inconscientes de la pareja, donde el tratamiento del núcleo familiar mejora los síntomas del niño. Pero, cuando hay problemas en un niño, los padres se sienten culpables y evitan la consulta por miedo a ser condenados. El psicoanálisis no condena a los padres, por el contrario, en la mayoría de los casos tiende a absolverlos, a desdramatizar un problema que ellos sienten erróneamente como un fracaso personal y una lesión de orden narcisista. De otra parte, los padres tienen una reacción afectiva inconsciente que les hace temer que la terapia independice al niño. Porque muchos padres se apegan a sus hijos y les consideran como una propiedad privada o el único sentido de la vida, sobre todo cuando la pareja tiene disfunciones importantes.
A veces, algunas conductas vindicativas después de la separación o del divorcio ocurren: como si un individuo, para no odiarse a sí mismo, tuviera necesidad de canalizar todo su odio sobre otro que antes formó parte de sí. Esa proyección de la agresividad en el compañero conserva su virtud después de desaparecida la pareja. Pero a veces, desgraciadamente, el odio y el resentimiento pueden expresarse en términos que afectan al hijo de la pareja, en cuanto se lo siente como hijo del otro, y este odio puede ir hasta el extremo de suprimir estos hijos para castigar el ex-cónyuge. En casos similares, es necesaria cierta terapia de padres, ya no por el vínculo de los ex-esposos, sino para que sigan asumiendo los papeles de padres y no induzcan más conflictos en el niño. Porque se puede cambiar de pareja pero no la responsabilidad de ser padre o madre de un niño.
El terapeuta empieza a analizar la situación desde la primera llamada telefónica. ¿Quién busca ayuda? ¿Cuál es el motivo de la consulta?, etc. Las primeras entrevistas sirven de “evaluación” de la pareja o de la familia. A veces, se hace una o más entrevista individual con cada miembro de pareja explicando que los contenidos de estas entrevistas serán confidenciales, es decir que el terapeuta no les dirá al otro miembro de pareja ni les mencionará durante las entrevistas conjuntas.
De la misma manera, el terapeuta pregunta en la primera entrevista qué lo que esperan de él, y explicará su “neutralidad”. Que no tomará parte de ningún participante, no actuará tampoco como un juez, y no puede decidir lo que tienen que hacer como pareja o como familia. El ayudará a comprender sus problemas y buscar soluciones con los participantes, pero que serán ellos, los consultantes quienes tienen que decidir.

Habitualmente, la pareja pregunta sobre la duración de la terapia. Se dirá que esto dependerá más de ellos que del terapeuta. Pero el terapeuta puede fijar dos o tres meses mínimos, añadiendo que la pareja decidirá más tarde si sigue o no el tratamiento.
En la primera entrevista hay que decidir de común acuerdo el número de sesiones semanales (dos sesiones pueden ser necesarios en momentos de crisis, mientras que en otros tiempos pueden bastar una sesión semanal hasta una sesión mensual, dependiendo del caso), los horarios y los honorarios.

Las primeras entrevistas de evaluación son necesarias, porque la elaboración aun de un solo problema en cuestión no se puede hacer sin una comprensión más general de la evolución de la pareja, que a la vez requiere una exploración de la personalidad de cada uno de sus integrantes. El terapeuta se informará y analizará especialmente los puntos siguientes:
1. Ante todo, el motivo manifiesto de la consulta, que tiene en general otros motivos latentes que se buscarán más tarde.
2. Existencia de crisis anteriores y sus vivencias.
3. Se informará sobre las circunstancias de la elección mutua y sobre la “luna de miel” y su duración.
4. Las relaciones con las familias de origen, y el pasado individual de cada integrante. Eventuales dependencias actuales con ellos.
5. Las relaciones de poder en la pareja y la familia. Los bienes, la distribución del dinero, el trabajo dentro y fuera de la casa. Las posiciones de dominio y sumisión son muy importantes en las relaciones de pareja. Y la apariencia de dominación no es la dominación; los conflictos de poder pueden quedar ocultos o invertidos.
6. Cuando hay hijos, las relaciones con ellos, buscar si existen “alianzas” entre los hijos y uno de los padres. ¿Quién se ocupa de la educación de los hijos en función de sus edades? ¿Quién es la autoridad en la casa y cómo lo aplica, si hay autoritarismo o no, etc.?
7. Ya hemos mencionado la importancia de la comunicación verbal y paraverbal en las relaciones de pareja y de familia; además de observar todo lo que pasa en el consultorio, informarse sobre sus diversos aspectos fuera del consultorio.
8. Las costumbres de la familia, porque cada pareja o familia es un mundo diferente.
9. ¿Qué lo que quisiera (conscientemente) del otro integrante de la pareja, si todo fuera posible? Es una pregunta difícil muchas veces para la pareja, porque en casos de crisis se concentran más en lo que no quieren del otro que en lo que pueden desear.

2.2. Los modos de intervención del terapeuta

La intervención del terapeuta es mucho más activa en la terapia de pareja y de familia que en psicoanálisis individual. Recordemos que este activo no quiere decir “directivo”; es más en el sentido de facilitar la información y la comunicación entre los integrantes de pareja o de la familia. En casos excepcionales, el terapeuta puede sugerir a una pareja con muchas dificultades de comunicación, que tratan de no discutir en la casa hasta la próxima sesión un tema doloroso y reciente (por ejemplo, una relación extraconyugal “accidental” y arrepentida).
De todos modos, en la terapia de pareja, durante el transcurso de una crisis mas o menos aguda, el terapeuta debe utilizar sólo lo que es asimilable en ese momento por sus consultantes, por más que deba al mismo tiempo, pero sin decirlo, captar el dinamismo y la evolución de sus relaciones.

2.2.1. Fomentar la comunicación

Ya hemos comentado la importancia de la intervención activa del terapeuta para fomentar la comunicación entre los miembros de la pareja o de la familia. En una segunda fase, cuando vuelve más seguridad y más confianza a los miembros de la pareja, el terapeuta destacará las contradicciones emitidas por los diferentes canales de comunicación; verbal y paraverbal (cómo se dice) y no verbal (gestos o mímicas sin verbalizar).
Otros modos de intervención del terapeuta, la descripción, el señalamiento y la interpretación, ayudan a la clarificación, a la discriminación y a la mayor comprensión consciente del material presentado por los integrantes de la familia.

2.2.2. Descripción

La descripción sintética del material obtenido en la consulta permite la reorganización de los temas fundamentales, aparentemente caóticos, que expresan los consultantes en sus interacciones y que por lo general se presenta en forma repetida, a veces redundante.
Con la descripción se aclaran los aspectos manifiestos y repetitivos de la interacción de la pareja, lo ocurrido, no se busca todavía los motivos latentes.
Es necesario analizar con detenimiento el por qué del cambio de la situación de la pareja a partir de un momento determinado. Más allá de los motivos manifiestos expresados, se descubrirá en general otro u otros factores (motivos latentes) que dieron comienzo a una nueva situación.

2.2.3. Señalamiento

El señalamiento muestra a la pareja algunos elementos de su conducta que ellos mismos no perciben en su totalidad o lo hacen de manera distorsionada. Pueden existir variaciones en cuanto a la consideración de un hecho concreto, o en opiniones diferentes de los integrantes sobre los hechos. Importa entonces llegar a la esencia misma del asunto, eliminando todo elemento jerárquico, de fuerza o de autoridad que pudiera ser utilizado por alguien en su propio beneficio. Por ejemplo, en algunos medios de la sociedad el hombre sigue todavía con costumbres anteriores, utilizando su esposa sin remuneración alguna como una administradora de su casa. El esposo no dice cuanto gana y no se da cuenta del grado de la sumisión que tiene que soportar su esposa, además de la falta de intimidad que genera esta actitud. Además se añade a esta sumisión, el no reconocimiento del trabajo de ama de casa ni de su cansancio físico al final de la jornada de trabajo. Esta actitud puede ser por ejemplo el motivo latente de la dificultad o rechazo sexual de la esposa.
Otros aspectos de la conducta de la interacción de la pareja que se pueden aclarar con señalamientos oportunos son las contradicciones de la comunicación en sus diferentes modalidades (verbal, paraverbal y no verbal) de un compañero. Para seguir con el mismo ejemplo, la esposa puede desviar la mirada cada vez que el esposo insinúa una relación sexual, sin rechazar abiertamente. Pueden existir otros actitudes más conscientes de la esposa que pueden disminuir a lo largo los deseos sexuales del esposo: esperar y traer a la “cama” los problemas del día o de días anteriores, o problemas eventuales del futuro; apariciones del cansancio no bien justificado o de dolor de cabeza justo antes de ir a la cama, etc.

Mediante los señalamientos los miembros de la pareja comprenden aquellos aspectos que han sido sistemáticamente inadvertidos por uno y por otro. Con el uso de este elemento, el terapeuta le plantea el problema a la pareja en una nueva forma, para que cambie la percepción sobre la propia experiencia. Con este trabajo preliminar se sientan las bases de la interpretación de esas conductas.
El señalamiento ha de ser claro y debe recaer sobre aspectos innegables del comportamiento de la pareja, porque lo que interesa no es todavía el significado de la conducta, sino su puesta en evidencia. Así se promueve el descubrimiento de los comportamientos que llevan a las dificultades del subsistema familiar. En consecuencia, hay que utilizar al máximo todos aquellos datos directamente observados, verbales o no, pero inadvertidos, en la interacción del “aquí y ahora” (en la consulta) entre los miembros de la pareja y el terapeuta.

2.2.4. Interpretación

Ya hemos diferenciado la interpretación en el psicoanálisis individual y en la terapia de pareja o de familia.
El objetivo de la interpretación en la terapia de pareja o de familia es aclarar algunos aspectos de las situaciones de las interacciones entre los miembros de la pareja o de familia, y de ellos con el terapeuta. Para esto puede recurrirse a los hechos relatados por ellos mismos en el grupo, referidos a las costumbres o a las ideas de una u otra rama de origen de los cónyuges que seguramente se han trasladado a los hijos en el caso de la familia. También puede recurrirse al establecimiento de relaciones de los miembros de la pareja o de la familia con el terapeuta, es decir de las transferencias múltiples que ocurren dentro de la situación de la terapia.

Con bastante frecuencia se observa cómo los conflictos actuales son repeticiones de hechos ocurridos en el pasado, y comúnmente relacionados con otros que pueden calificarse como antecesores. Sin embargo, son también repeticiones, de una manera u otra, dentro de la relación de pareja, con una “complicidad” inconsciente del otro miembro. Se llega así en cierto grado a la historia individual de cada miembro de la pareja a partir de su constitución.

Otro objetivo de la interpretación es el poner de presente las posibles causas reales, más allá de las aparentes, que han determinado el establecimiento de una costumbre o su prolongación no funcional. Se puede explorar la educación sexual de los hijos, el autoritarismo del padre-esposo sobre la madre-esposa y los hijos, la “fusión” prolongada de la madre con los hijos excluyendo el padre por falta de comunicación de la pareja, el alejamiento exagerado del esposo de la casa por motivos aparentes del trabajo desenfrenado, que ya no es indispensable, puede ocultar dificultades no reconocidos de relación de pareja, etc.

Sabemos que la libertad tiene limitaciones en la relación de pareja y de la familia, empero oprimir los niños o el otro miembro de la pareja utilizando la autoridad se vuelve disfuncional. De otra parte, el grado de libertad y autonomía de los hijos debe cambiar según sus edades.
No se trata que el terapeuta imponga sus valores personales a la pareja o a la familia, sino se promueve el tema y se discute ampliamente haciendo surgir los argumentos en favor y en contra de una situación, para llegar a adoptar una fórmula que convenga a una pareja o a una familia. Recordemos otra vez que el terapeuta ideal es neutral, pero la neutralidad o la objetividad es asintótica, como una línea hacia la que se tiende sin que se pueda alcanzar jamás con mejores intenciones conscientes sostenidas. Esto implica que el terapeuta debe vigilar continuadamente su contratransferencia para no favorecer uno u otro miembro de pareja y familia. La neutralidad no significa no señalar (a su tiempo oportuno) su convicción cuando una tal actitud de un miembro es dañina para sí mismo y sobre todo para el otro u otros, y explicarlo.

2.3. Transferencias, contratransferencia, identificación proyectiva, contraidentificación proyectiva

Se interpreta también, en función de la evolución de la terapia, los aspectos de la transferencia con el terapeuta de cada miembro de pareja o de la familia, o del grupo. Al inicio, los miembros toman el terapeuta como un juez, y más tarde cada uno puede tratar de hacer “alianza” con el terapeuta; o pueden también rechazar inconscientemente al terapeuta cuando se reforma el “nosotros” de la pareja. Puede ocurrir cualquier transferencia positiva o negativa con el terapeuta por parte de cada miembro de la pareja o de la familia. Es casi constante que el terapeuta represente una figura de autoridad para los miembros de la familia. Además cada uno lo percibe de acuerdo con su propio pasado, con su propia historia. Esto, desde luego se puede señalar, según el caso, si se encuentra alguna utilidad en ello. Además de esto, es necesario conocer para qué se hace una interpretación y cuáles serán sus consecuencias. Si esto se sabe con claridad, se puede proceder, desde luego, a la interpretación, aun cuando en ocasiones hay circunstancias cuyas consecuencias no se pueden conocer.

En los capítulos anteriores (del link indicado) hemos estudiado la complejidad del engranaje de los procesos psicológicos inconscientes en la elección y en la evolución de la pareja. Dentro de esta complejidad podemos señalar la existencia de la transferencia, y muy fuerte, entre los integrantes de la pareja, lo que representa la fuente de la atracción y de los conflictos de la pareja. La distorsión de la percepción que cada uno de los integrantes de la pareja tiene del otro y de sí mismo se manifiesta porque cada uno revive la historia de sus relaciones personales, incluidas las de la más tierna infancia. Lo cual hace que los miembros perciban al otro distorsionado por la relación que hacen inconscientemente con personas del pasado.

Otro elemento muy importante es la identificación proyectiva y la contraidentificación proyectiva entre los integrantes de la pareja y de la familia de una parte, y de otra, entre los miembros de la familia y el terapeuta. Vimos anteriormente ejemplos de estos mecanismos que intervienen de manera muy inconsciente entre los miembros de la pareja y de la familia. El terapeuta debe rescatarse de estos mecanismos cuando ocurren gracias a su función autoanalítica. La mejor manera de adquirir este función autoanalítica es haciendo un psicoanálisis individual con otro analista durante la formación profesional.
Si bien en la terapia individual la interpretación de las transferencias es el principal instrumento, en las terapias de pareja o de la familia existen límites derivados de la carencia de intimidad, de la indispensable reserva con cada persona frente a las demás, así se trata de padres, hijos, esposos o compañeros.
La no utilización explícita de la transferencia no significa que no se la tome en cuenta ni que el terapeuta tenga impedimento para derivar deducciones y conclusiones, aunque no pueda comunicarlas.

La contratransferencia existe siempre: en el terapeuta surgen también impulsos y sentimientos hacia los consultantes, que se entrometen inevitablemente en su función de comprender e interpretar el vínculo. A la transferencia de la pareja, responde la contratransferencia del terapeuta, con sentimientos, angustias, defensas y deseos. Tanto la transferencia como la contratransferencia representan dos componentes de una misma unidad, que se dan vida mutua y crean la relación interpersonal pareja-terapeuta. Es a través de ésta como percibimos y podemos comprender algunos sentimientos que cada uno de los miembros de la pareja experimenta a su vez hacia nosotros. El terapeuta, al poder aclarar a sí mismo el conjunto de sus reacciones inconscientes hacia los consultantes o hacia uno de ellos en particular y los elementos transferenciales de los integrantes de la pareja, llega a comprender y evaluar el vínculo de los consultantes, con miras a su tratamiento. El hecho de no comprender el sentido de la contratransferencia, puede producir contra-actuaciones y provocar un efecto perturbador en el conjunto de la terapia que dificulta la dinámica del proceso.
La contratransferencia es también dinámica como la transferencia. Es decir, el terapeuta revive con los consultantes sentimientos, recuerdos, reviviscencias, impulsos, que inicialmente estuvieron en relación con otro u otros seres. De manera que esto le quita la libertad en la medida en que no conozca esos vínculos y acepte sus repercusiones y sus consecuencias. Muchas veces una persona o una pareja nos producen una sensación de incomodidad o de simpatía en forma desigual y aparentemente inexplicable.
Las primeras entrevistas deben servir entonces no sólo para la exploración de los consultantes sino del terapeuta frente a ellos. Como no existe la neutralidad absoluta, debemos saber por qué es así y cómo podemos utilizarlo en provecho de la comprensión de sentimientos de una preferencia o un sentimiento contrario frente los integrantes de una pareja o familia.

Muchos son los indicios que pueden sugerir la presencia de elementos contratransferenciales inadecuados o perturbadores, tal como sucede en la terapia individual. Los principales son:
1. Preocupación persistente durante o después de las horas de terapia con ciertas parejas o con ciertas familias.
2. Halagar a los consultantes por temor a perderlos.
3. La aparición de los indicios de una preferencia marcada por uno de los participantes.
4. Descuido en los convenios sobre aspectos económicos y de tiempo; lo mismo que el temor a hablar de los aumentos en los honorarios.
5. Olvido de la cita con los consultantes, llegar tarde a ella, o prolongar repetidamente y sin motivo especial la hora de la sesión.
6. Experimentar repetidamente sentimientos eróticos o agresivos con alguno de los consultantes.
7. Fomentar la dependencia continuada de una u otra persona.
8. Perturbarse por las sensaciones o reproches de uno u otro de los participantes.
9. Deseos de que se presenten situaciones que dificulten por parte de ellos la continuación del tratamiento o la asistencia a una o más citas.
10. Aparición de indicios de fastidio o de sentimientos de antipatía respecto a uno o más de los consultantes.

En los casos 3 y 10, la diferencia de sexo entre el o la terapeuta y los consultantes, puede llevar a situaciones donde este factor adquiere importancia, más allá de lo corriente, y puede llegar entonces a perturbar la relativa neutralidad del terapeuta, perturbando también la eficacia de la terapia.

El solo hecho de encarar una situación en que la norma es la desigualdad, como ocurre con frecuencia en las relaciones de pareja y en las de familia, nos incita por lo menos a tomar partido o a la solidaridad con los más débiles (niños oprimidos por ejemplo) o con los más fuertes. Por otra parte, es necesario recordar que el propósito no es ningún momento el de obtener reconciliaciones, sino el de colaborar en la búsqueda conjunta de las soluciones escogidas, van escogiendo, por ellos.

Si en la relación terapéutica individual se remueven numerosos puntos oscuros en el analista, estos se ven aumentados en las terapias de pareja y de familia; los recuerdos, los conflictos, los sentimientos latentes que tienen que ver con la propia familia o con la pareja parental interiorizadas cobran relieve y hacen aún más necesaria su comprensión por un psicoanálisis personal para no “contaminar”, o no seguir contagiando la terapia con conflictos personales.

3. ALGUNAS CONCLUSIONES

Creo que se hizo un acercamiento más que introductorio con los enfoques psicoanalíticos en la comprensión de la elección de pareja y la evolución de la vida de pareja y de familia (ver el link indicado). No quise abarcar todos sus aspectos ni otros enfoques. Ciertamente los aspectos económicos y socioculturales tienen mucha importancia en la formación del individuo, de la pareja y de la familia. Por ejemplo, problemas económicos tienen repercusiones psicológicas que pueden destruir la harmonía conyugal (angustia, mal humor, frustraciones, etc.).

Hemos entendido indirectamente la importancia del hogar para la salud mental del individuo y de la familia que formará más tarde. Efectivamente cuando son más tempranos los traumatismos son más graves sus consecuencias. Los países del norte de Europa debían comprender muy bien la importancia de este período para dar un año de maternidad a las madres y eventualmente a los padres que lo deseen. Porque la primera escuela es la cuna, el primer maestro es la mamá y la primera lección es el amor en la familia. En el hogar se forman (empezando con la adquisición de la confianza básica o su mantenimiento) o deforman las personalidades que luego se proyectarán, con sus virtudes y defectos, sobre otros y el ámbito social.

Las fantasías incestuosas forman parte de la vida secreta de toda la familia. Estas fantasías son inevitables y “necesarias”, pero su expresión abierta tiene que ser controlada por los padres según la edad del niño. La época edípica del desarrollo del niño es de importancia central si queremos entender la vida de pareja y de familia. La respuesta amorosa de los padres es indispensable en este período difícil para que se desarrolle la capacidad de dar y recibir emocionalmente y lo pueda aplicar más tarde en su vida de pareja y de familia.

Hay que incluir en la “educación sexual” no solamente la sexualidad genital o cómo evitar la maternidad, sino también la importancia de afectividad y de la comunicación en las relaciones familiares y humanas en general, incluyendo la educación de cómo ser esposos-esposas y padres-madres, para que la niña, sobre todo la que es educada para ser ejecutiva, no se sienta “atrapada” en su función materna o no se sienta una “vaca lechera” con el nacimiento del bebé.

No existen fórmulas mágicas para la vida de pareja, y tampoco para la convivencia de dos seres que se aman. El encantamiento erótico inicial de una pareja debe transformarse a la larga en una devoción afectuosa recíproca y comprometida que soporte el paso del tiempo. Se necesita una preocupación real por el otro (es la definición del amor según Melanie Klein), una intimidad afectiva y sexual. Además, este tiempo es dinámico: una pareja funcional es la que se adapta en forma constante y gradual a los cambios de dos personas que evolucionan. Saber resolver las dificultades y las crisis, y lograr acuerdos satisfactorios es lo que hace crecer el vínculo de la pareja. Muchas veces necesitan tenercreatividad personal e interpersonal para seguir reconstruyendo y remodelando su paraje particular, singular y original, en lugar de repetir lo que han visto en las relaciones de sus padres o copiar lo que hacen otras parejas o familias.

Nos dimos cuenta también que la verdadera relación de la pareja comienza cuando se desvanecen las ilusiones muy irrealistas (las súper-idealizaciones), cuando las expectativas se vuelven más reales y cuando se aprende que las propias necesidades no tienen por qué ser satisfechas en forma incondicional por el otro. De otra parte, para no destruirse por invasión de la pareja, se necesita encontrar un equilibrio sutil entre la autonomía y la fusión, y entre la libertad y la interdependencia adulta.

Ningún individuo tiene la capacidad necesaria para satisfacer todas las necesidades primordiales (falta, dice Lacan) de otra persona. Puede ayudarle o estorbarle, pero la realización personal en el sentido más profundo de la expresión, denominada la felicidad, sólo puede cumplirse dentro de la relación del ser humano consigo mismo.

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